Adaptación digital del artículo publicado en la edición de mostoleshoy.com. Emocionante viaje en el tiempo en Móstoles a bordo de ‘La Blasa’
* Texto adaptado del primer número del periódico impreso de mostoleshoy.com, correspondiente a marzo de 2024. Para leer el periódico completo, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
Transcurría el año 1975, un tiempo de transformación y esperanza, cuando la Blasa, más que un simple autobús, se convirtió en un símbolo de tenacidad y comunidad para los vecinos del barrio Iviasa en Móstoles. Hoy, a través de los ojos de quienes vivieron esa época, recordamos la importancia de este icónico transporte.
Cada mañana, mientras el sol aún bostezaba en el horizonte, la Blasa ya estaba en marcha, zumbando por las calles aún dormidas de Móstoles. Como un gigante de acero y ruedas. Este autobús no era solo un vehículo, sino un lazo que unía a la comunidad. Para muchos de nosotros, vecinos del barrio Iviasa, era nuestro puente diario hacia el trabajo en Madrid, un viaje que compartíamos con rostros familiares y conversaciones que tejían la trama de nuestra vida cotidiana.
Subir a la Blasa era sumergirse en un microcosmos de historias. Allí estaba Doña Carmen, siempre en el primer asiento, con su bolsa de labores y sus historias del barrio. Al fondo, un grupo de jóvenes obreros compartían risas y discutían sobre fútbol o política, temas que resonaban con los cambios que atravesaba el país. Y en medio de todo, nosotros, los trabajadores de a pie, cada uno absorto en sus pensamientos y esperanzas, pero unidos por ese viaje compartido.
El viaje matutino se convertía en una cápsula del tiempo, un espacio donde se entrelazaban las preocupaciones cotidianas con los sueños de un futuro mejor. La Blasa era testigo de nuestros cambios, de las despedidas y bienvenidas, de los nacimientos y pérdidas. Era más que un autobús, era un pedazo viviente de nuestra historia.
Recuerdo las conversaciones, algunas ligeras, otras profundamente personales, que resonaban en ese espacio compartido. Discutíamos sobre el trabajo, la familia, los sueños y, a veces, sobre la incertidumbre política de aquellos años. Pero más allá de todo, la Blasa era un refugio, un lugar donde, a pesar de las dificultades, nos sentíamos parte de algo más grande.
Hoy, décadas más tarde, el recuerdo de la Blasa sigue vivo en los corazones de quienes fuimos parte de esa travesía diaria. Nos enseñó sobre la solidaridad, la resiliencia y el valor de la comunidad. Aunque los tiempos han cambiado y Móstoles ha evolucionado, las historias del autobús “La Blasa” permanecen como un testimonio de nuestra identidad y nuestro espíritu.
Este relato, más que un mero recuerdo, es un homenaje a ese espíritu de unión y esfuerzo que caracterizó a los vecinos de Iviasa y a todos aquellos que, día tras día, se embarcaban en el viaje de la Blasa, transformando un simple trayecto en una experiencia compartida y significativa.
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