Nueva columna semanal sobre el ocio y cultura trasncurridos durante los últimos días en nuestra ciudad. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Somos
He de confesar que la Fiesta del Dos de Mayo en Móstoles, Fiesta de Interés Turístico Nacional, ha mejorado un significativo tanto este año, reavivando las actividades culturales más tradicionales y representativas de sus señas de identidad históricas. El dos de mayo de 1.808 los alcaldes Andrés Torrejón y Simón Hernández firmaron el denominado Bando de Independencia a raíz del levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas francesas en ese mismo día. Doscientos dieciséis años después se rinde homenaje y se conmemora este acto con diversos actos como la recreación de los hechos de ese día y de escenas cotidianas de la época, como la folclórica de las mujeres enjabonando y aclarando la colada en la Plaza del Lavadero, donde se erige una preciosa y representativa estatua costumbrista, conmemorativa del antiguo lavadero municipal otrora ubicado en ese mismo lugar.
Actos como la Noche en el Museo y en la casa de Andrés Torrejón, una visita teatralizada nocturna a cargo del grupo teatral Carpe Diem, como los gigantes y cabezudos por las calles, el tradicional paseo de los farolillos, el mercado goyesco, las atracciones feriales, los conciertos nocturnos, los fuegos artificiales, el concurso de carrozas y las zarzuelas entre otros variados que tampoco olvidan a los más pequeños. Tuve el placer de pasear por el mercado goyesco una tarde y disfruté del emocionante canto de los intérpretes de zarzuela ensayando, de una graciosa pareja de hombres ataviados cual sevillanas y amenizando el paseo del mercado con sus jergas y su guitarra.
La decoración de las calles con cuadros de Goya, los puestos de viandas de la época para el caminante, desprendiendo sus manjares un delicioso olor que despertaba el apetito más dormido, y el buen ambiente en general de las fiestas, con su bullicio, la música y los actores, hacían del paseo un momento gratificante. Las personas necesitamos de estos momentos y de estos días de fiesta. No de cualquier fiesta. Trasladarnos a otras épocas nos evade de las preocupaciones del presente y nos permite disfrutar de días distintos, de días de conmemoración, de tradición y de sonrisas, predisponiendo nuestro ánimo a la felicidad.
Una celebración de este calibre requiere hilar fino, en mi opinión. No se trata de cuatro puestos y música para entretener al pueblo, ha de haber una implicación, un espíritu que cuide los detalles y encuentre la armonía necesaria para que las fiestas sean más memorables cada año, hasta el punto de ser declaradas de interés turístico nacional. El olor de los jamones asados, tan célebres que pronto Móstoles dejará de ser recordado por sus empanadillas, de los manjares variados a la brasa o embutidos y de los dulces y postres, nos invita a disfrutar del gentío, del ambiente envolvente de diversión e, incluso, de los títeres para niños, en los que —he de confesar, pacientes lectores— me entretuve un rato, seducido por el canto de sirena de aquella voz barítona tras el telón que hablaba con los niños entusiasmados, pidiendo levantar una mano, las dos, las dos y un pie, las dos y los dos pies, a aquéllos que deseaban ver la función. Cuántos adultos queríamos estar allí sentados, siendo uno más.
Hay quien estuvo esperando colas más largas que un dragón chino para poder hacerse con un bocadillo de jamón asado, hubo quien esperó para montar en un pequeño barco pirata balancín o saltar en las infantiles y divertidas colchonetas elásticas, y hubo quien paseó deteniéndose en los puestos y en los títeres a curiosear y formar parte. Pasear por el mercado goyesco aquella tarde me incitó a cambiar mi columna de hoy para hablar de estas sensaciones y del acierto que ha sido el enfoque de las Fiestas del Dos de Mayo de este año. La Cultura nos define, identifica a un pueblo y, por ende, a las personas que habitamos en él, que formamos parte de él, y que construimos y mantenemos esa Cultura cada día y a lo largo y ancho del inmenso océano del tiempo.
No solemos detenernos a recapacitar mucho sobre ello, pero acontece en el transcurso de los hábitos cotidianos, en la manera en que nos movemos en nuestra ciudad y presenciamos su oferta cultural, en la costumbre de acercarnos a una biblioteca para devolver los libros leídos y tomar prestadas lecturas nuevas, en la emoción de asistir a una velada de Poesía Móstoleslam para escuchar los poemas escritos y recitados por sus autores o a alguna de las exposiciones del Museo de la Ciudad para enriquecer nuestro conocimiento, en la inquietud de asistir a una obra de teatro o a la proyección de un filme dentro de los programas anuales de estas artes.
La Cultura es todo esto, esa inquietud y ese amor por cuanto nos otorga identidad como parte de la historia de nuestro pueblo, ya transformado en ciudad. Las ciudades son como las personas: comienzan siendo bebés, una casa y otra construidas en un paraje, un precario ayuntamiento, la panadería del vecino, la churrería de una pareja entrañable, la fuente en la que llenar los cántaros, la lavandería… y se hacen adolescentes, comienzan a tener inquietudes que impulsan su crecimiento hacia una plena juventud.
Renuevan su ayuntamiento, implementan una biblioteca y centros culturales que atiendan la demanda de los habitantes, así jóvenes y adultos como ancianos. Los institutos forman una parte relevante de ese movimiento y contribuyen al crecimiento cultural de la ciudad, ¡ya una ciudad! La Fiesta del Agua conmemora la llegada del abastecimiento de agua que requería aquella ciudad en crecimiento exponencial. Ésta ya es adulta y tiene una identidad y una tradición cultural. Móstoles ha dejado de ser aquella ciudad dormitorio de moda y aquellas «blasas» blancas, diminutas y quejumbrosas en las que se apiñaban los jóvenes para ir al instituto los días de lluvia son los autobuses interurbanos verdes, modernos y ecológicos que interconectan muchas poblaciones del Sur y las aproximan a la capital.
Crecer no es la clave de la plenitud ni del éxito sino la manera en que se crece. Móstoles ha encarado grandes y complicados retos a lo largo de su historia, y lo ha hecho priorizando su identidad incluso sobre los atractivos intereses económicos de las grandes superficies y de las ofertas capitalistas de negocio. No somos perfectos, pero somos. Estas Fiestas no son solo diversión, somos nosotros, nuestra historia y nuestra tradición, son nuestra concordia y nuestra hospitalidad, nuestros brazos abiertos, nuestro espíritu emprendedor y nuestra creatividad. Regresé de aquel paseo con estas sensaciones, con la plenitud de cierto orgullo vital por esta ciudad que no es mía sino de la que formo parte como ciudadano y a la que procuro aportar lo mejor de mí. La Cultura la formamos y mantenemos entre todos, con cada nimio hábito y costumbre. Las Fiestas nos enaltecen y forman parte de esta Cultura, de nuestras señas de identidad. Nos representan.
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