
Nueva columna dominical de historias ficticias ambientadas en Móstoles. Móstoles Insólito: Relato 13. El Libro 1ª Parte
Me había trasladado a la ciudad de Móstoles hace solo unos meses; en la pequeña ciudad cercana a Toledo, donde vivía, no podía estudiar traducción e interpretación. Por eso había alquilado un pequeño piso cerca del campus de la Universidad Rey Juan Carlos, para mí solo. La idea de compartir piso con otros estudiantes me repugnaba, nunca me ha gustado demasiado la gente, y como en mi familia dinero no faltaba, podía permitirme vivir sin compañía.
Acababa de arrancar el año 2025; el primer trimestre se había dado bien, realmente bien, y después de haber pasado las Navidades en casa de mis padres, había vuelto a la ciudad de Móstoles para comenzar de nuevo con el curso. Me apasionaba la literatura inglesa y uno de mis objetivos tras terminar la carrera sería encontrar una editorial donde poder trabajar traduciendo al español las obras de todos esos autores extranjeros que tanto me gustaban.
Todo parecía remar a favor, hasta que tuve aquella pesadilla que me despertó empapado en sudor frío. Aún podía ver con claridad aquella monstruosa criatura: un ser mastodóntico de contornos vagamente antropoides, con una cabeza de pulpo cuyo rostro era una masa de tentáculos retorcidos.
Su cuerpo escamoso sugería una elasticidad antinatural, y sus cuatro extremidades terminaban en garras descomunales. En su espalda, un par de alas largas y estrechas se desplegaban como velas negras contra un cielo imposible. Aquella criatura sostenía un libro encuadernado en lo que parecía piel humana, mientras repetía incesantemente unas palabras que aún resonaban en mi mente:
«En la Ciudad de R’lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando”.
Me incorporé en la cama, intentando sacudirme aquella visión. A través de la ventana, el cielo de Móstoles se veía cubierto por nubes plomizas que presagiaban tormenta. El aire era denso y parecía cargado de una electricidad extraña que me erizaba el vello.
Necesitaba despejarme. Salí a la calle sin rumbo fijo, pero pronto sentí como si una fuerza invisible guiara mis pasos. Me encontré vagando por el centro, por callejuelas que, aunque familiares, parecían diferentes aquel día. Y entonces la vi: una librería que nunca antes había estado allí. Era imposible; conocía cada rincón de esa zona, pero aquella tienda parecía haber brotado de la nada como un hongo venenoso.
El escaparate estaba cubierto de polvo y telarañas, pero algo en su interior me llamaba con una urgencia inexplicable. Empujé la puerta, que cedió con un chirrido lastimero. El interior olía a papel viejo y a algo más, algo que no pude identificar pero que me revolvió el estómago.
Las estanterías se alzaban hasta el techo, repletas de tomos antiguos que parecían observarme desde sus lomos gastados. El silencio era absoluto, roto solo por el crujir de la madera bajo mis pies. Un libro en particular llamó mi atención. Cuando extendí la mano para alcanzarlo, una voz áspera me detuvo.
– Yo tendría cuidado con ese libro, si fuera usted — aquella voz resonó como un mal presagio.
Me giré sobresaltado. Un anciano había emergido de la trastienda, pero había algo profundamente perturbador en su aspecto. Su piel tenía un tono grisáceo y parecía cubierta de escamas diminutas que brillaban bajo la luz mortecina. Sus ojos, grandes y saltones, me miraban sin parpadear, y en su cuello… ¿eran esas branquias lo que palpitaba rítmicamente? Sus manos ligeramente palmeadas se movían con una agilidad antinatural mientras se acercaba.
– Acabo de establecerme en la ciudad — dijo con un marcado acento anglosajón, aunque su español era impecable — Veo que el Necronomicón ha llamado su atención. Es una traducción al español del grimorio original árabe, escrito en el 730 por Abdul Alhazred. Existen muy pocas copias en el mundo —.
Sus ojos brillaron de forma extraña mientras continuaba.
– Pero debo advertirle: si decide llevárselo, deberá asumir las consecuencias —.
El libro parecía tener vida propia, me llamaba. Cuando el librero mencionó el precio, una suma astronómica, dudé, pero algo más fuerte que mi voluntad me empujaba a poseerlo.
Pagué con la tarjeta, no llevaba esa suma encima, y salí camino a casa. No tardé mucho en darme cuenta de que había olvidado el ticket. Volví sobre mis pasos y cuando llegué, la librería no estaba. Dudé unos instantes, miré a un lado y a otro, caminé unos metros por si me hubiera parado en el lugar equivocado, pero no había ni rastro de aquella librería. Sin embargo, en mis manos aún tenía aquel viejo volumen polvoriento que le había comprado a ese desagradable librero.
Volví a caminar, la ciudad había cambiado. Las nubes sobre la avenida de la constitucion se arremolinaban en patrones imposibles, y las sombras de los edificios se retorcían de forma antinatural. Apreté el libro contra mi pecho, sintiendo su latido acompasado con el mío, y cogí el metro hasta mi apartamento.
Al llegar, coloqué el Necronomicón sobre el escritorio. La encuadernación parecía cambiar bajo la luz, y al abrirlo, un olor primitivo inundó la habitación. Los símbolos en las páginas amarillentas parecían moverse, y los diagramas desafiaban toda geometría conocida. Lo cerré. El golpe seco del libro al cerrarse resonó en la habitación como un eco distante de campanas sumergidas. Mis manos temblaban. El contacto con aquellas páginas había dejado una sensación de hormigueo en mis dedos, como si hubiera tocado una corriente eléctrica de bajo voltaje. Continuara …
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo. Suscríbete gratis al
Canal de WhatsApp
Canal de Telegram
La actualidad de Móstoles en mostoleshoy.com