Nueva columna semanal indagando en la historia deportiva reciente del municipio. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Agua verde
Pensar en el año 1.976, quien lo ha vivido, es abrir una memoria abundante en experiencias vitales e intensa en las vivencias de cada día. Ninguno podemos sacar de ese arcón sin fondo una única prenda u objeto sin necesidad de sacar una infinidad más que atesora en su interior, y sin, desde luego, emocionarnos. Tiempos convulsos de cambios profundos en todos los ámbitos. Ese año, nuestra ciudad tenía una población algo mayor de cien mil habitantes, cuando seis años antes su población era de unos diecisiete mil habitantes.
Aquellos tiempos de inicios, comenzó un movimiento de población al extrarradio de la capital y nuestra ciudad se convirtió en una ciudad dormitorio. Comenzaban a entregarse las viviendas de Estoril II y se inauguraba el club deportivo que ofrecía unas increíbles instalaciones deportivas a todos los propietarios de esas viviendas. Un polideportivo que abarca de largo toda la calle Picasso. Su primera junta gestora se constituyó en ese año, presidida por el Sr. Rebolledo, socio número uno. Desde entonces, la actividad del club experimentó un crecimiento espectacular. Antes de acabar la década, el club contaba con tres mil quinientos socios, cifra superada considerablemente durante los años ochenta.
No, no deseo hablaros de cifras ni colmaros de datos históricos. Pongo en antecedentes porque puede resultar difícil hacerse a la idea de lo que era este Club entonces, para quien no ha vivido de cerca aquellos gloriosos años. Figuras deportivas nacionales han salido de aquellas pistas de atletismo y de tenis, principalmente. También de natación, gimnasia rítmica y otras disciplinas.
Tuve la fortuna de ser parte del equipo de atletismo durante algunos años, un equipo que era considerado un importante adversario en las pistas y en campo a través, y puedo decir que la actividad deportiva y social del Club era algo francamente maravilloso y, me atrevo a decir, que mágico. He vivido años socialmente felices en los que apenas salía del polideportivo y en los que compartía amistad con diversos grupos de amigos, grandes personas, ya que también me movía en el ambiente cultural.
De hecho, llegué a ser vocal de Cultura del polideportivo, lo que me permitió realizar actividades de las que me siento muy orgulloso, como la creación del periódico Extensión, la organización de Certámenes artísticos que incluían las disciplinas literaria, pictórica y fotográfica, y la creación de un club juvenil que habría un pequeño local de encuentro para jóvenes los sábados por la tarde, entre otras.
Las Veinticuatro Horas del Deporte son una tradición que este año celebrarán su cuadragésimo quinta edición. Durante los años ochenta era un acontecimiento que afectaba a una gran parte de la población de Móstoles. Su inicio venía marcado por el recorrido de la antorcha por diversas calles de las inmediaciones y muchas personas jaleaban y vitoreaban a su paso desde las aceras y los balcones.
El encendido del pebetero olímpico —permítaseme decir— ante la presencia de un gran gentío, principalmente juvenil, era un momento álgido de la inauguración. Cabe reconocer que era «el momento». A partir de ahí, comenzaban veinticuatro horas de deporte y diversión en las que, incluso, muchos ni dormíamos. Imaginad, si no podéis recordar, miles de personas moviéndose por el Club durante veinticuatro horas.
Era el tiempo, como digo, de las amistades, de la actividad, de las cosas importantes de la vida. Guardo muchos recuerdos en ese arcón y sé a ciencia cierta que otros muchos como yo podrían hablar largo y tendido de aquellos tiempos de gloria del Club Deportivo Estoril II. Recuerdo, por ejemplo, aquellos primeros años en que había guardarropa en la piscina y tenías que cuidar la ficha para que no se perdiera.
También aquellos encuentros en la piscina con las amistades del instituto (por supuesto, el Manuel de Falla; permitidme una sonrisa entrañable) y del equipo de atletismo. Igualmente, algún compañero de baloncesto o de ajedrez. Sí, también se jugaba y mucho al ajedrez y a los naipes. Dejando el carné en depósito podías tomar prestados estos juegos. Apunto también a algún gran jugador de ajedrez gestado en el Club, que era un lugar de encuentro, un lugar de crecimiento y un lugar de vida.
Por desgracia, en los años noventa comenzaron a reducirse los asociados y el denominado club social, personas mayores y de mediana edad reuniéndose con asiduidad en las mesas del bar a jugar al mus y otros juegos de cartas, comenzó a constituirse en una fuerza opositora perniciosa, lo que comenzó a menoscabar toda aquella gloria y fuerza juveniles.
Por devenir de la vida y como tantos otros de aquellas quintas, hube de desligarme de aquella actividad y aquella forma de vida para atender las obligaciones que sobrevienen con la edad, centrarme en los estudios, el trabajo y la vida de una persona adulta. Sabéis bien de qué hablo.
Años después regresé a visitar a Celia. No puedes entender sin ella la vida del polideportivo. He llegado a pensar que es el corazón que lo ha mantenido vivo todos estos años. ¿Cuántos años llevas ocupándote de todo, Celia? ¿Treinta? ¿Cuarenta? Sí, quienes habéis vivido la gloria de este Club, sabéis de quién hablo y muchos, espero, reconoceréis cuánto le debemos y cuánto le debe el polideportivo. Regresé a visitarla y a recordar batallas, me mostró las nuevas instalaciones y hablamos de los tiempos en general.
Hablar del Club Deportivo Estoril II es hablar de una buena parte de la historia de Móstoles, es hablar de personas, de movimientos sociales y juveniles y, habréis de estar de acuerdo, es hablar de tiempos de gloria. Desearía en ocasiones que alguien pudiera haber ido recogiendo testimonios y vivencias de personas que han sido un icono en el Club, a fin de configurar hoy una memoria de todo cuanto aconteció allí y desde allí. Toda esa agua verde de esperanza, pura y fresca que manó de aquella fuente.
Quizá lo desee porque lo echo en falta y me agradaría ver que todo aquel movimiento perdurase hoy, no solo en Estoril II sino también en Iviasa y en otros barrios de la ciudad. No es tanto recuperar una época sino sentir que la juventud y los adultos de hoy se encuentran en ese movimiento de fuerza y de felicidad, de creencia en lo posible que puede ser cuanto uno proyecta o piensa.
Me gustaría que los jóvenes pudieran acudir a los Multicines Iviasa y que se formaran las colas que se organizaban. Me agradaría ver los grupos de jóvenes en el parque Andalucía, con las litronas y las guitarras. Son ecos de sueños, la reverberación de sentimientos irreconocibles en los otros de estos tiempos.
El polideportivo ha cambiado mucho porque todo alrededor ha cambiado y porque las personas son otras. Ocurrieron muchas cosas en el pasado y no todas buenas. Hoy es un polideportivo moderno abierto a cualquier persona, sin exclusividad de barrio, que sigue caminando con ciertas resistencias y me consta que hay buenas personas deseando hacer buenas cosas. Solo hay que permitírselo.
A veces pienso que estos tiempos no dejan siquiera soñar y aún menos hacer. Aquellos años se hacían cosas porque eran posibles, porque se hacían posibles. Hoy no nace la inquietud y quizá, pienso a ratos también, que mejor así, porque no hay que vérselas con todos aquellos que la sotierran como al primer brote de una planta indeseada. Digo que a veces pienso esto porque, en lo general, no me permito estos pensamientos, que son una gangrena que se extiende si no se extirpa a tiempo.
No quiero, como dice Clint Eastwood, que ese viejo gruñón salga a la luz. Hay que esforzarse en que permanezca el impulso vital de crear y de hacer posible cualquier proyecto imaginable. Seguir creyendo, con fe ciega si fuera necesario, en que la gloria es posible, en que el agua verde sigue manando de las fuentes y en que, si tú permaneces en pie, riendo y moviendo el mundo, ya hay una persona más haciéndolo y contagiando e inspirando a otras.
Fuimos afortunados y deberíamos hacer que aquellos que nos siguen también lo sean. Mostrarles el agua y enseñarles de qué manera mana para que ellos sigan siendo esa fuente. La fuente del agua verde.
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