Nueva columna semanal sobre recuerdos y la nostalgia de un sentimiento de hogar. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Aquellas Personas
Busca en casa algo que no forme parte de tus hábitos diarios ni semanales. Acaso un regalo de un viejo amigo o un capricho que te concediste un día. Busca algo que no se encuentre presente en tus quehaceres cotidianos ni a primera vista. Recuerda algún objeto que se encuentre a tercera o a quinta vista, incluso a sexta. No podríamos hacer un inventario de cuanto almacenamos en casa y, aún menos, de su ubicación precisa. Eso, sabiendo que existen objetos de relevancia emocional para nosotros, como pueda ser la carpeta que utilizamos durante los años de instituto con las fotografías de nuestros ídolos y algún mensaje de íntimo significado. La carpeta de anillas que fue nuestra compañera de viaje, de penas y alegrías, durante aquellos años. Aún guardará los últimos apuntes de las asignaturas del último curso. Quizá conserve alguna anotación olvidada en los márgenes, algún dato interesante sobre quienes éramos entonces, alguna huella vital que nos haga sonreír con nostalgia.
Ahora imagina que tu casa es una ciudad y no busques la carpeta o aquel objeto de vital importancia sentimental que guardas desde hace años sin recordar siquiera dónde. Busca a alguna persona que anide en tu memoria sin haberla prestado atención estos años, presuponiendo que no se movería de allí y que podrías acudir a ella en cualquier instante. Podría ser el churrero al que tu madre acudía los domingos a primera hora, antes de que nadie despertara en la casa, o la panadera que parecía vivir en la tahona porque es el único lugar donde podías encontrarla a cualquier hora de cualquier día, aunque te diera vergüenza mirarla a la cara y, por fortuna, tampoco hubieras podido hacerlo claramente por la considerable altura del mostrador para un mocoso como el que eras entonces. Quizá podrías acudir a la familia que regentaba el quiosco de la calle Españoleto, donde hacía parada el autobús del colegio, enfrente del portal donde vivían Don Julián, de Sociales, y Don Esteban, de dibujo; podrías buscar a Pepe, el entrenador de atletismo, a Celia, la secretaria del polideportivo, o al hombre del bar al que entrabais a pedir agua o a usar el baño previo permiso solicitado por favor y agradecido con un tierno e impetuoso «gracias». Busca a personas que no se encuentren a primera vista, como aquellos ancianos al sol fumando y escupiendo al suelo de tanto en tanto. Personas que se encuentren en algún lugar de la ciudad, en alguna caja secreta de tesoros de alguna calle recóndita. Personas aún mayores de lo que eran porque tú eres ahora como ellos entonces, y ellos no son la carpeta del instituto, que acumula polvo y se desgasta por el desuso. Ellos son personas que envejecen, ancianos que desaparecen al morir y al ser olvidados y obviados como aquellos objetos de vital importancia en tu vida que no te atreves a buscar ni encuentras tiempo para hacerlo. ¿Qué habrá sido de aquel hombre?, ¿qué, de aquella mujer? Las calles de la ciudad cambian, algunas se han vuelto peatonales con los años, otras solo admiten un sentido de circulación, apenas quedan descampados y aún menos sin recalificar. Aquellos chavales y aquellas chicas que coincidieron en el colegio, en las actividades de ocio, en los campamentos, en el edificio en que habitaban y en el parque en que jugaban, han desaparecido. A lo sumo quedan vestigios a los que temes dar la cara por lo que puedas ver de diferente o de idéntico y, sobre todo, por lo que te retrotraen a quien eras en aquellos días, aquel chaval y aquella chica a quien has de buscar por toda la casa y por toda la ciudad. Mira por la calle Llobregat y espera a la puerta del colegio Balmes, acércate a Galesar o a Simago y echa un vistazo por el Jayto o por las calles de Iviasa o Estoril. Si no, puedes probar en la calle Marcial o por Pradillo. Igual los delfines de la Fuente de los Peces pueden traerte a la memoria más de una aventura y a más de una persona. Personas, colegas, amigas, conocidos y desconocidos…
Imagina que tu casa es una ciudad, sí. Busca a los ancianos. Nadie se les acerca a preguntar por aquellos entonces ni a indagar si han visto a tal o a cual persona o saben de ellos, si recuerdan al churrero, a la panadera, a los quiosqueros, al profesor de mates o al entrenador de atletismo. Nadie les pregunta por aquellos tiempos en que era necesario hablar con otras personas para saber, nadie les concede la importancia de los años y del tiempo vivido, ni les preguntan por el coche en el que llevaban a la familia (algo apretujada, sí) a pasar un día de campo o a la piscina municipal. Nadie preguntará tampoco por nosotros cuando lleguemos a ese momento en que nos convirtamos en un recuerdo ajado y escondido durante años en algún rincón del tiempo, sin que nadie nos busque ni nos encuentre. La ciudad atiende el escaparate de los jóvenes y los adultos, que va renovándose con los años y las modas para que llame la atención de los transeúntes y el negocio familiar se mantenga vivo. El dinamismo es crucial para encontrarse en la movida de turno. También atiende, la ciudad, a los mayores, a los ancianos, a los que ya no circulan por el devenir de nuestros días ni forman parte de nuestros hábitos diarios ni semanales ni mensuales. Lo hace con discreción porque los escaparates se encuentran a primera vista, no a tercera ni a quinta ni a sexta vista, y los escaparates son dinamismo, son juventud y son adultos en la movida de referencia. Nadie regenta una tienda de artículos o servicios para la senectud, para las personas que dieron su vida por aquellos chavales y aquellas chicas, que trabajaron para salir adelante, ellos y la familia. Dieron su vida por un atisbo de felicidad que convirtieron en presente formando parte de todo este movimiento de colegios, quioscos, parques, paseos, excursiones y pequeños caprichos.
Busca en la ciudad algo que no forme parte de tus hábitos cotidianos, alguna huella vital que te haga sonreír con nostalgia. Acaso un viejo amigo o un rincón donde fuiste remotamente feliz. Busca algo que no se encuentre presente en tus quehaceres cotidianos ni a primera vista. Recuerda alguna persona, anciana ya, que se encuentre a tercera o quinta vista, incluso a sexta. No temas hablarle, aunque no lo hayas hecho jamás. Solo dile que eres uno de aquellos que compraban cromos y chicles Cheiw en su quiosco, cuéntale que tu madre acudía a su churrería algunos domingos temprano para que pudieseis desayunar churros calientes al despertar, que le recuerdas de los viajes en autobús o que eras aquel chaval que jugó con su hija en un parterre de Estoril, que vivías por allí y no volviste a verlos. Tal vez descubras que fuiste al mismo colegio o que es ella quien ahora enseña en el Balmes, donde estudiaste siendo un crío. Existen personas de relevancia emocional en nuestras vidas, al igual que nosotros vamos siéndolo en silencio en la de otras. Estaría bien reencontrarnos tras los años, aparecer de nuestro escondite y resurgir de nuestro anonimato. Descubrir en la ciudad aquellos objetos, personas y rincones de relevancia emocional para nosotros. Quizá encontremos un mensaje de íntimo significado, algún compañero de viaje, de penas y alegrías, durante aquellos años; quizá alguna persona desconocida y que nos abra la mente con su visión y su vasta experiencia. Quizá aún aprendamos de nuestros mayores, que son siempre nuestra referencia y que no deberían dejar de serlo jamás. Eso es una ciudad sabia. Busca.
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