Nueva columna semanal para esta época tan especial como la Navidad. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Luces, familia… ¡acción!

Los hogares se contagiaron de la colorida luminosidad de las calles, los pequeños tomaron sus vacaciones tras días divertidos en el cole y alguno de los adultos ha tomado unos días libres para disfrutar de estos festivos días de Navidad. El veinticuatro por la mañana trae desde tempranas horas el ajetreo de las compras de última hora: la cena, los regalos, los encargos, las sillas que llevar a casa de los abuelos para poder sentarse todos… Todos vamos y venimos atareados de un lugar para otro con la cabeza repasando los detalles pendientes y planificando trayectos para pasar por un sitio de paso al siguiente esa mañana. Ese día comemos poco para dejar espacio al banquete de la noche y reposamos en la sobremesa en previsión del movimiento que se avecina. En las siguientes horas, algunos permanecen en casa atareados con los preparativos y otros salen a las calles para no estorbar en casa y disfrutar del ambiente navideño. Los bares contratan disc jockeys como reclamo festivo y algunas plazas y calles se abarrotan de gente disfrutando de las horas previas a la reunión familiar. Muchos permanecen en el hogar jugando con los hijos y ayudando con los preparativos culinarios, tal vez envolviendo algún último regalo por encargo de Papá Noel. Es una noche distinta a todas las demás. Hay quien la rehúye por infelicidad, por las sillas ahora vacías o por escepticismo. El deseo de todos, en el fondo, puede ser el mismo: ser aquellos niños por esa noche y rodearnos de la familia. Sentir la calidez del hogar y de las personas más queridas. Realmente, no importa demasiado lo creyente que uno pueda o no ser, solo es necesario sentir un tiempo de paz interior, un remanso de calma en el hogar, una pizca de alegría sin motivo aparente y avivar la brasa del amor que arde desde niños en nuestro interior. Una noche que tomar como un respiro, un descanso y una oportunidad para sentir ilusión y una pizca esencial de alegría. Algo de magia obra a nuestro alrededor implicando a nuestras emociones. Se trata, quizá, de vivir un necesario tiempo de paz en el que sonreír confiados. Una noche en la que encontrar refugio y poder quemar cerillas para recordar y revivir tiernas y amorosas escenas, sabiendo que jamás habrán de agotarse por muchas cerillas que consumamos. Con las luces navideñas, llegan estos momentos familiares que encuentran su eco incluso en nuestros círculos de amistades.

Cambiamos en el transcurso del tiempo y, sobre todo, con la suma de nuestras experiencias. Nuestra mirada y nuestra percepción cambia, madura y nos sitúa en lugares diferentes. Comprendo que haya quien no disfrute de estos tiempos o a quien le cueste trabajo sobrellevarlos y, aún más, atravesarlos como si fueran una tempestad en alta mar. No todos nuestros recuerdos son gratos e incluso algunos nos dañan aún más (o eso creemos) por serlo. Creo que, aun así, encontramos el camino para avanzar en estos días de fiesta, para salir de nosotros mismos también y disfrutar a través de los demás. La magia de estos días tiene mucho que ver con estas transmisiones de sentimientos. Encontramos el camino para regresar al hogar, para sonreír, para seguir adelante… Tal vez al ver la emoción de las personas que amamos al abrir un regalo, al sentir el abrazo de quien viene a nuestra casa a sentarse a la mesa u observar a un niño sonreír en brazos de Papa Noel, sentado en su trono carmesí.

Diríase que toda esa magia se disipa apenas comenzar el día siguiente a la Navidad, con la abrumadora tarea de recoger y ordenar las casas y con el regreso a los hábitos diarios de vida. Sin embargo, aún nos quedan los días postreros del año, apenas una semana en la que, inevitablemente, se cruzan por nuestra mente los días vividos durante el año que finaliza y, lo que es peor, los propósitos para el año nuevo que crecen en nuestro pensamiento aun sin desearlo. Nos convertimos en cineastas ultimando todos los detalles de las tomas que nos disponemos a rodar de manera inmediata. Aún tenemos dos días para hacer algo pendiente, para preparar el inicio del nuevo año, para ver por última vez a alguna persona o ultimar detalles que nos reconforten emocionalmente, como la manera en que comenzaremos el año: en familia o en una fiesta de amigos, en pareja en alguna celebración organizada o jugando una partida de cartas o de bingo con la familia. ¿Qué ropa será la última que nos pongamos? Quizá la misma con la que comencemos las primeras horas del veintiséis. ¿Qué tipo de cineasta somos? Aquel que se pregunta dónde está el actor protagonista, quién ha puesto ese vehículo en medio del plano o por qué es blanco el vino de la botella y no tinto, o aquel que se abandona a la improvisación, que confía en los contratiempos como elementos facilitadores de planos importantes que no se hubieran rodado siendo programados.

Alguien gritará «¡acción!» a las doce de la noche del miércoles. Apenas sonar la última campanada nos encontraremos en plano y grabando. ¿Cuál será la primera palabra del diálogo?, ¿quién lo iniciará?, ¿cuál la primera acción de los actores?, ¿cuál será el primer acontecimiento? ¿En qué momento intervendrá el protagonista? ¿Por qué sale en plano ese reloj anacrónico? La acción sobreviene por sorpresa y no transcurre mucho tiempo antes de reconocer que los días siguen siendo los mismos y nuestra vida prosigue su trayecto como un tren que recorre la costa tras atravesar las montañas… o un desierto o las calles de una enorme ciudad o los prados de un valle.

Hay personas —un servidor, una de ellas— que marcan en septiembre el comienzo de cada año y que el cambio natural de año es un punto de inflexión en el que revisar la marcha de los objetivos y proyectos, por expresarlo de manera sencilla. Aun para nosotros, y así lo disculpemos u ocultemos, es un momento trascendental en las vidas. Todo lo que venga dado no se fechará en el veinticinco sino en el veintiséis. Puede ser como recorrer el trayecto de un largo viaje en el que anotamos nuestras experiencias, inquietudes y proyectos en una libreta. Ya no fecharas las páginas indicando una ciudad y una fecha determinada sino que el apunte vendrá referido a una localización y una data totalmente distintas. Y he ahí lo trascendente: al abrir el cuaderno nada tendrá que ver con el presente sino con un pasado que se aleja, mientras que la página en blanco en la que comenzar a escribir se encontrará próxima, en el presente, alejada del pasado pero incorporándolo en cada palabra. Así, el veintiséis no será lo mismo sino lo diferente. Ahora mismo representa todo lo que está por llegar, todas las posibilidades, todos los sucesos que acontecerán. Ese es el momento trascendental que aflora esa última noche, esa primera madrugada. El fin de una etapa en el calendario y el comienzo de una nueva.

Al final, por estas fechas, en este mes y estos días, último suspiro del año, se alza la plaqueta y se escucha una voz alzándose con autoridad sobre las demás: «Luces, familia… ¡acción!». Así llega el final de la vida de un año y comienza la del nuevo siguiente. Confiamos en que nos traiga aprendizaje y nos haga mejores personas, incluso quizá en que el mundo sea mejor. Si no llega a serlo que al menos el sol continúe apareciendo en nuestro cielo y los días amanezcan sucediéndose como si fueran pequeños hitos sumándose en nuestro trayecto hacia alguna parte, como paisajes variando de manera entrañable en la ventanilla del tren para nuestro deleite.

Te deseo, querido lector, un año fructífero sembrado de ilusión y decorado con gratos momentos de sonrisas que iluminen tu rostro. Esos momentos de felicidad son los que dan sentido a cada uno de nuestros pasos. Mis mejores deseos para el nuevo año, de corazón.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes propias que aparecen en este artículo. Suscríbete gratis al

Canal de WhatsApp
Canal de Telegram

La actualidad de Móstoles en mostoleshoy.com