Nueva columna semanal sobre sobre la llegada de este nuevo mes a la ciudad. ¿Quien anda ahí? Móstoles: Noviembre
Los árboles se han preparado para el invierno y las hojas caídas arropan los senderos de tierra, el monte, los bosques y los parques. El aire se impregna del olor almizclado y dulce de los azúcares y carbohidratos de las hojas al descomponerse, el aire refresca y las noches son más oscuras. La «estación de las nieblas y la fructífera madurez», como la llamaba John Keats, se encuentra en su esplendor más romántico. Si bien la primavera representa la infancia y el verano representa la juventud, el otoño representa la madurez, tiempo de cosecha y de introspección. El otoño, en la mitología griega, comienza cuando Perséfone fue raptada por Hades para hacerla reina del inframundo. Deméter, diosa de la cosecha y madre de Perséfone, hizo que todos los cultivos de la Tierra murieran hasta serle permitido el regreso a su hija, momento que marca el inicio de la primavera.
Noviembre es un mes de pasado y de futuro; el tiempo de los difuntos, de la inminente Navidad, de la cercanía del fin de año y del año nuevo. En Octubre, Cristina comenzó a trabajar en un lugar nuevo. Camina de prisa hacia el colegio con el niño de la mano y le amonesta una vez más por entretenerse con las hojas de los árboles: «resbalan y puedes caerte, y nos entretienes. Llegaremos tarde los dos». El suelo está lleno de rocío y húmedo, y las hojas de los árboles se descomponen en esa humedad. He estado a punto de caer en más de una ocasión porque me gusta caminar por ellas cuando paseo por los bosques y los parques.
El olor del aire a la humedad de la tierra y las hojas es agradable. Aunque no ha logrado extenderse la expresión, hay quien llama “preticor” a ese aroma; una expresión que procede de la mitología griega y está formada por dos palabras: petros, que significa “piedra”, e “ichor”, que es el fluido que circula por las venas de los dioses. Cristina ahora lleva un poco de prisa, aunque procura ser prudente y no correr en exceso. Ha recordado esa expresión sin venir a cuento. Un pretendiente le habló de ella como si contara una historia importante. Le llamó la atención, entonces, y aún la recuerda.
¿A qué huele Noviembre? A calabaza, a manzana y a canela. También a pino, a tierra mojada, a chocolate caliente, al humo de las chimeneas y a castañas asadas. A nostalgia, a recogimiento, a meditación, a encuentro, a historias y a libros. Días de disfraces y de compras, de miradas a los escaparates y de deambular por las calles de Móstoles, de paseos abrigados y reposo en el sofá con la manta echada por encima. Días de teatro, de recitales y de ferias otoñales. Noviembre es el mes en que todo es posible, el mes de la esperanza y, por qué no decirlo, de la magia.
Confieso que mis amores siempre han nacido en otoño, como brotes de ilusión de nueva cosecha. No solo el amor platónico, el que sientes por una persona determinada a la que deseas como eterna compañera de viaje en la vida, sino el amor en toda su extensión, incluso el sentido por un objeto determinado, por la planta que germina de las semillas sembradas en octubre, por un caracol que se encuentra en medio del tránsito humano, a riesgo de ser pisado, por una actuación de teatro emotiva o por los días nublados y los cielos enrojecidos al atardecer. Noviembre es el mes que más favorece la conexión con el espíritu y con el alma.
Las noches frías y húmedas intensifican el olor de la sangre divina sobre las piedras. Al llegar el otoño el cuerpo disminuye la producción de serotonina, hormona de la felicidad, y aumenta la fabricación de melatonina, hormona del sueño. El hijo de Cristina quiso disfrazarse de payaso en Halloween, pero Cristina no accedió porque temía que sus compañeros pudieran burlarse de él y porque el traje era caro. En su lugar, le compró un sombrero Bycocket, una espada de madera con un cinto de plástico y un conjunto infantil de chaleco y pantalón verdes, para que se disfrazara de Robin Hood. Vestido a regañadientes, el chico le dijo a Cristina que más bien parecía Peter Pan.
Cristina tuvo que darle la razón porque se dio cuenta, en ese momento, de la ausencia del arco y las flechas. «Llevas una espada, puedes ser lo que quieras». Los dos rieron y no volvieron a pensar en el disfraz de payaso. Cristina soñaba con haber estudiado una carrera, quería ser veterinaria y tener una granja o visitar la de sus vecinos. Ahora sueña con darle esa educación al pequeño y darle otoños colmados de felicidad. Noviembre también es un mes de oscuridad, las tardes se acortan hasta tal punto que parecen comenzar al tiempo anochece.
Es inevitable comenzar a pensar en la Navidad. Móstoles alumbrará pronto sus calles y comercios. Me produce placer entrar en los comercios cuando está lloviendo y hace frío porque es como entrar a un hogar. Busco una camisa, un libro o algún objeto decorativo, atraído por el escaparate. Si estoy por el centro, es probable que entre a la pastelería Los Reyunos, esperando encontrar sitio para tomar unos dulces en agradable compañía.
Caminar abrigado, con las manos en los bolsillos y la gorra protegiendo la cabeza del frío. Noviembre son estas cosas. A Cristina le gusta el verano, agradece el sol, los días largos en los que el tiempo da de sí, resulta más sencillo sonreír y la temperatura permite llevar un vestido cómodo y ligero, pero reconoce que Noviembre es un mes entrañable, pese a que no disponga de las tardes libres como en la jornada intensiva. Sueña con tener su propio negocio, pero no sabe qué tipo de negocio podría ser. Móstoles ha perdido muchos comercios tradicionales y las necesidades de los consumidores han cambiado, más bien empeorado. Ahora abren cadenas comerciales de clínicas dentistas, bazares regentados por chinos, tiendas de telefonía, gimnasios y cadenas de alimentación.
Se imagina, en ocasiones, regentando un mesón de los de antaño, aquellos que convivían con los pubs nocturnos. Sueña con un mundo idílico y vive en un mundo desgastado. Le complacería abrir un taller de artesanía alfarera y vender las vasijas y útiles realizados por ella en el torno de la trastienda. Su niño irrumpe en la fantasía, acaba de recordar que querrá disfrazarse en Nochebuena y ha de encontrar algo para ella también. Quizá puedan disfrazarse de payasos en la intimidad y hacerse reír el uno al otro.
Noviembre trae la primera evaluación, los primeros exámenes. Es tiempo de estudio, poca broma. Cristina se siente a gusto en su nuevo trabajo, de momento. No son muchos compañeros y el ambiente es confortable. El otoño es un mes de comienzos, ¿no crees? Las flores de primavera deben su vida y su belleza a las semillas de otoño, la estación de la fortaleza. Debería escribir una carta. Sí, recuerda lo que es escribir una carta: requiere tiempo, dedicación y buena letra. Me gustaría escribir una carta a los amigos en la distancia, a los que se encuentran cerca, a las personas que amo y he amado, y al aire de noviembre.
Escribirle sobre mis ilusiones, mis esperanzas y mis temores; escribirle sobre los dioses, sobre estos días de calabaza, manzana y canela, y hablarle de Móstoles, que, en esta época, es como una chiquilla preparando sorpresas para dentro de poco. A cambio, escribo estas líneas en el aire para que lleguen a quien anda ahí, para que sonrías y te abrigues, y tengas cuidado con las hojas húmedas en el suelo, que son todo amor, de un aroma intenso.
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