Nueva columna semanal que acompaña a este periodo del año en nuestro municipio. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Octubre
Comienzan los días otoñales de viento y lluvia. He de confesar que son los días preferidos del año para mí y, además, suponen el inicio verdadero del nuevo año. Ahora, escribiendo estas líneas, escucho el paso del viento embravecido y las gotas de lluvia juegan en los cristales empañados. La tarde se muestra propicia a la meditación, a dejar volar la mente para sentir la vida a vista de pájaro. La ciudad carece de ventanas, pero siente el viento y la lluvia en sus calles y edificios, en sus parques, columpios y caminos; en su piel, al fin y al cabo. Estoy convencido de que la ciudad es más que sus habitantes, que respira y siente por sí misma. Nadie piensa estas cosas ni las percibe si quiera. Quizá algún alma perdida de la normalidad y de los devenires cotidianos; algún alma contemplando el cielo por la ventana húmeda y fría. La ciudad se colma de movimiento frenético en septiembre, un mes que, para ella, bien podría ser un padre despertándola al amanecer para comenzar sus obligaciones. Al desperezarse, piensa en el soterramiento de la A-5 a su paso por Campamento. Los autobuses y el tren han reforzado las líneas de Móstoles para paliar los inconvenientes que causará en el tráfico. Móstoles ha sido una ciudad dormitorio durante décadas y no ha dejado de crecer todo el tiempo. La incidencia de esa obra descomunal es significativa, como podréis suponer. En tanto desayuna, apenas comenzar octubre, la ciudad evade estos pensamientos y recurre a alguno más amable. La segunda edición de Escena Móstoles ha comenzado su programación. El Teatro del Bosque acoge obras espectaculares para todo tipo de público y la ciudad está encantada. Sonríe mientras templa el café matinal entre las manos. El teatro tiene el don de despertar pasiones, mueve emociones y afecta al ánimo y al pensamiento. No podría comprender su vida sin el teatro. El Centro de Arte Dos de Mayo también inaugura nuevas exposiciones. Todo es un comienzo y a la ciudad le gusta la ilusión que siente en ellos, la sensación de felicidad que ahoga cualquier posibilidad de derrumbe emocional. Por supuesto, sabe que no todo será perfecto, que los trenes se detienen a mitad de trayecto y que llueve y truena de igual manera que el sol abrasa el valle. Acaba de entrar el otoño, la estación del amor verdadero —sonríe—, y ahora desea disfrutar de los comienzos como si acabara de emprender el nuevo curso escolar y gozara con la incertidumbre de los nuevos profesores, los nuevos libros y compañeros de clase que tendrá. Incluso ha limpiado y ordenado su mesa de trabajo en casa. Las asignaturas serán más difíciles este año y adquirirá nuevos conocimientos y experiencias, lo cual le entusiasma. Móstoles inaugura este año los huertos urbanos para mayores. Son veinte parcelas de uso individual y dos de uso colectivo, de unos dieciséis metros cuadrados de superficie cada una, destinadas a la práctica de agricultura ecológica sin ánimo de lucro. Los huertos se han ubicado en el Centro de Educación Ambiental Finca Liana. La ciudad sonríe desde primera hora porque los mayores siempre han sido una preocupación para ella. Le gusta verlos pasear, jugar a la petanca en algunos parques y participar de algunas actividades como la pintura o la literatura, y le entristece saberlos solos en sus casas o abandonados en residencias desatendidas o desalmadas, pero igual alojados para su bien en residencias acogedoras. Alguna vez los observa caminar con la nieta de la mano y permanece ensimismada en la escena mientras se alejan hacia el horizonte.
Resulta sencillo sentir la ciudad como una madre sabia y generosa acogiendo y protegiendo a sus habitantes. Los observa acudir una tarde al teatro, ir y venir del colegio y los institutos, marcharse al trabajo resignados y regresar sin apenas energía anímica. Siente sus preocupaciones y alegrías, y los procura el sosiego del hogar. Incluso con los niños activos en sus actividades escolares y extraescolares, y las noticias de cada día en casa, el hogar procura sosiego y seguridad. El hogar es familia y Móstoles es hogar. Nadie lo siente así. Si acaso, algún alma perdida de los ajetreos, del ruido y del movimiento estresante de los días. Quizá más de un alma lo sienta así —dejadme creerlo. El otoño tiene el atractivo don de ensoñarnos en el amor y la meditación. Puede envolvernos sutilmente con su manto de hojas y llevarnos a una dulce introspección. El corazón se revitaliza y la piel se suaviza como si las gotas de lluvia tuvieran un efecto hidratante y revitalizante en ella. Es época de cálidos abrazos y el alma puede sentirlo en cada nimio detalle.
Ya he sacado mi cazadora y mis jerséis a pasear, y he sentido la calidez que procuran ante el frío y la humedad. Puedes pensar en lo absurdo de esta sensación o puedes sonreír al saber de lo que hablo porque lo sientes de manera similar. La ciudad cambia como mudamos de ropa cuando llega el momento. Nada es como era y nada volverá a ser como era. Quedan menos espacios sin ocupar por edificios, parques y aparcamientos y no se demorará en exceso el tiempo en que la ciudad sea solo eso, sin atisbo de una parcela de tierra, natural, virgen, libre de construcciones y expuesta a la lluvia y a los charcos, a la hierba silvestre y a los caracoles de campo. La ciudad lo sabe, ya no es un mero temor infundado. Cuando se detiene en esta certeza, piensa que es como envejecer. El tiempo envejece todo a su paso, nadie ni nada puede evitar esa degradación. Sin embargo, la ciudad está convencida de poder decidir la manera en que acepta esa realidad y no está dispuesta a venirse abajo. No, ella desea ser como los mayores que cultivan en los huertos urbanos, como aquellos que acuden a las escuelas de pintura o disfrutan del teatro, incluso participando de él. La ciudad desea un hogar con ventanas que mojarse con la lluvia, sacudidas por el viento, que cambia el curso de las gotas deslizándose por el cristal; desea plantas que cuidar en la terraza y una baranda en la que apostarse a contemplar el atardecer apasionado, ensimismada en sus meditaciones, reposando el día transcurrido, con una taza humeante calentando sus manos. Contempla el cielo, apenas sin pájaros a esa hora en que la noche silencia la claridad del día, y por un momento se siente volar, mecida por el viento, que la cuida y protege, que la procura una sonrisa de felicidad y la conecta con la vida, con la esencia del tiempo presente y la satisfacción de sentirse a sí misma, libre y pura en esencia. Tiene alma y espíritu. Se divisa a sí misma a vista de pájaro y se reconoce. Otoño tiene la facultad de revitalizar los días. Puedes sentirlo.
Es hora de entrar en casa o cogeré frío. En tanto cierro estas líneas y la ventana, la ciudad se recoge a descansar. Mañana será un nuevo día y le entusiasma desconocer lo que hayan de deparar sus horas. Crecer no deja de ser emocionante. Nunca somos la misma persona ni ciudad que fuimos y, menos aún, la que seremos. Nuestra esencia, sin embargo, sí permanece inalterable; ni el tiempo hace mella en ella. Bien pensado, es lo que nos queda de todo cuanto nos acontece: la esencia. Pregúntale a la ciudad, si no me crees.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo.
Suscríbete gratis al
La actualidad de Móstoles en mostoleshoy.com