Vuelta al cole, inicio del año, nuevos comienzos, septiembre en Móstoles. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Septiembre
Septiembre es un mes extraño, diríase que ese chaval que, en un momento dado, llama la atención y cae bien al resto de la clase, y que, sin embargo, pierde pronto la atención a favor de cosas más interesantes, como el chico o la chica de moda, las asignaturas, la elección de delegado, las fiestas de cumpleaños y demás. Se da cuenta de que, en realidad, es el chaval en el que nadie detiene demasiado la mirada si puede evitarlo (y vaya si puede). El mes comienza con esperanza: los últimos chapuzones en la piscina, el regreso a casa de los amigos, las primeras quedadas para contarse el verano, las fiestas de Móstoles y los amores y proyectos. Como un fino hilo de humo al comienzo, entre esos postreros rayos solares de verano se filtran obligaciones como las matrículas del colegio y los institutos, el regreso al trabajo y los inicios de las compras de material escolar. Se acometen como si fuera un hábito adquirido en el transcurso de los años y, aún centrados en el final del verano, se puede llegar, incluso, a realizar estas obligaciones con dosis de ilusión y cierta indolencia. Sin embargo, así acaban las fiestas de la villa, el hilo de humo se ha transformado en el aire que vela los días y oculta aquel fuego veraniego que, ineludiblemente, queda atrás, mudándose en recuerdo. Aparece, a la vista de todos, el chaval al que desean evitar.
Son las dos caras de un mes peculiar que acostumbra a competir con Enero por ser el primer mes del año. Una moneda que desearíamos tuviese una única cara y la mostrase sin fingimientos ni teatralidades, como los demás meses. Él expuso sus sentimientos en una redacción que les encargó el profe de lengua sobre el comienzo del curso, para que hablaran sobre sus emociones y sus expectativas, para mostrarles que la literatura trata sobre eso, precisamente, sobre las emociones humanas y sus periplos por la vida. La idea del profe era encargarles la misma redacción a final de curso y mostrarles en comparativa cómo habían cambiado en unos meses; su punto de vista, su perspectiva, sus emociones… y su forma de ver el mundo, algo muy ligado a la literatura. Septiembre expuso que se sentía como un papel doblado por la mitad: la primera quincena era una parte de sí que gustaba a todo el mundo, pero todos le repudiaban en la segunda quincena, dejándolo solo, como si fuera un mero mes de transición, como un papel doblado que se guarda en la cartera y se olvida allí, innecesario, sin percatarse nadie de su funesto desgaste en el sacrificado viaje vital de una cartera juvenil, tan pronto guardada en el bolsillo trasero del pantalón vaquero como en el bolsillo interior de una cazadora maltratada. Así acaba Septiembre: doblado y olvidado hasta ajarse. Con suerte, saldrá de su mazmorra un día, al ser vaciada la cartera para su sustitución por una nueva, regalo de cumpleaños. Con suerte, será desdoblado y, antes de ser desechado en el cubo de basura, correrán por el aire, como últimas palabras de despedida, exclamaciones de este tipo: «¿Todavía sigue esto aquí?», «Ah, es Septiembre», «Uy, parece que ha pasado un siglo», «Ya ni lo recuerdo»… Con suerte, claro.
No gustó mucho la redacción de Septiembre porque nadie estaba dispuesto a escuchar demasiado a ese chaval. Además, el profe la encargó a finales de mes, recién comenzado el curso, en esa segunda quincena sombría. Septiembre estaba doblado y hablaba de ese doblez. Acabó la redacción con una imagen demoledora sobre el amor que comienza en sus primeros días (¡ya está aquí septiembre!) y cuya fecha, tiempo después, se recuerda con tristeza por los desenamorados.
Octubre le animó un poco con esta exposición en el recreo: «Septiembre es un mes extraño, pero no es un mes triste. Cuántos meses desearían ser final y comienzo, y hacerlo con la belleza y personalidad con que lo hace septiembre. Qué mes, si no, podría competir con Enero. ¿Sabes? —afirmó—, eres el mes álgido del verano y el comienzo del nuevo curso. Hay felicidad, diversión, ilusión y esperanza en tus días. Claro que conllevan obligaciones, pero esas obligaciones son el motor de cuanto acontece el resto del año. No eres, precisamente, lo peor del año; más bien eres un referente. No un papel doblado sino una bisagra. ¿Sabes lo importante que es una bisagra?».
Septiembre se calma de este modo. Octubre y él son buenos amigos. No en vano son los meses en que nacía mayormente todo el mundo, antes del invento de la televisión. No puedo evitar sonreír: cómo mudan sus ropas los tiempos… La Historia habla de esa mudanza y de los hechos relevantes: la fecha en que comenzamos nuestro noviazgo, el año que comenzó el último curso de instituto o que el chaval cumplió los dieciocho o aprobó el carné de conducir. ¿Sabéis? La ciudad comienza el mes con sus fiestas y alborozos para dar paso, apenas el mismo día quince, a los primeros e ilusorios síntomas del otoño, que se muestran aún con la esperanza de los últimos días del verano que restan, los últimos de verdad: el veranillo de San Miguel. Apenas seis días de un fenómeno meteorológico otoñal caracterizado por la sequedad y calidez del clima, y por comenzar el día en que se celebra esta onomástica.
Septiembre también es un mes de recuerdos, no sólo del verano reciente sino de los compañeros, las clases, los trabajos y los tiempos en que, jóvenes, nos sumíamos en estos ciclos renovadores con promesas de lo que sería este curso, con ilusiones en las nuevas amistades y la motivación en retomar nuestras aficiones y deportes, y de emprender nuevos proyectos. Quizá sea un mes de emociones variopintas, más que extraño. Y, aunque parezca que hable de él en estas líneas, solo ha sido una excusa no meditada, en verdad. Podría haber contemplado el cielo cualquier otro mes y, siendo sincero, lo hago casi todos los días del año. Ocurre que estos días el cielo comienza a cambiar, se muestra luminoso y no deslumbrante, las nubes regresan de sus viajes y el azul se oscurece para dar relieve a ese infinito océano de emociones.
¿No os ocurre algo similar? Septiembre es ese chaval que, lejos de ser extraño, es diferente. Por este motivo no nos atrevemos a él en ocasiones, es una carretera habitual que tomamos sin demasiada conciencia en las curvas tomadas en repetidos trayectos de ida y de vuelta. Acaban sus días y se hace tarde para detenerse en sus pliegues y conocerlo de cerca, con detenimiento. La memoria, sin embargo, aún está fresca y es posible recuperar momentos y visualizar en perspectiva matices del cuadro. Siéntate a contemplar el cielo, los colores con que comienza a teñirse, y pon en relieve estos días. No los acontecimientos sino los días, tal si fueran días de otra persona, igual los días que transcurren en la tierra contemplados por ti desde otro punto de vista. Observa cómo sientes esos días, cómo sientes la ciudad en ellos, y dime si, más allá de edificios y personas, no sientes que la ciudad tiene vida y que ese chaval transita por ella afectándola sin percatarse apenas de ello. Dime si la ciudad no está enamorada en secreto de él.
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