¿Quién anda ahí? Móstoles. Sueños compartidos

¿Quién anda ahí? Móstoles. Sueños compartidos

 

Nueva columna semanal sobre las bibliocasetas instaladas en Móstoles. ¿Quién anda ahí? Móstoles. Sueños compartidos

Comprendo bien a los libros que sueñan con esa casa en un árbol del bosque, construida con sus manos, con las maderas que van encontrando abandonadas y los útiles que toman de aquí y de allí sin que nadie los eche en falta. Lo ideal es mantener el lugar en secreto y crear una sociedad secreta para protegerlo de extraños y cuidarlo como lo más preciado que alberga el corazón. Tener allí las reuniones de la Sociedad y realizar allí actividades secretas de lectura o de relato de chismes, toser con algún cigarro o abrasarse el gaznate con algún trago corto de alcohol, urdir planes de aventuras y solemnizar promesas sagradas. Aunque los libros no son amigos de secretismos. Todo lo contrario, la verdad. Prefieren lugares donde puedan ser visitados y consultados, y donde todo el mundo sea bienvenido. Los libros se marchan con alguien amigo en ocasiones y no regresan hasta pasados unos días, después de ser leídos. Hay libros a los que les gusta la vida social y no son nada hogareños. Disfrutan más de un nido en un árbol que de una estantería en una sala. Me gustaría pensar que hubo mandatarios en Móstoles que entendieron esto, aunque sé que solo es una imagen idealizada, romántica y trasnochada. Lo que sucedió, en realidad, fue que, en el 2015, la ONU adoptó doce objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la paz y prosperidad para todos en el 2030 (ahí es nada), como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible (dos palabras que discuten como hermanos adolescentes). Una acción que, pese a su honorabilidad, nada tiene que ver con los sueños de los libros. El año pasado, en la línea del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número doce (producción y consumo responsables) y como parte de la campaña «Marzo mes del Consumo de proximidad. Consume con garantía y calidad», que buscaba promover e incentivar el consumo responsable y sostenible en el municipio, el ayuntamiento, en colaboración con Móstoles Desarrollo, instaló diecisiete bibliocasetas en diferentes espacios públicos de la villa para que cualquier persona pudiera depositar y tomar prestados libros de manera altruista.

Aunque las causas fueran meramente políticas y parezcan, igualmente, una imagen idealizada, romántica y trasnochada, los libros agradecieron esta iniciativa. Las bibliocasetas (denominadas así por el consistorio) eran de metal y ellos —es sabido— prefieren la madera, que es más cálida y acogedora. No hay que olvidar tampoco, que proceden de la madera y, por ende, tienden a regresar a ella, atraídos por su origen. Sin embargo, eran bonitas, de color verde con una puerta de cristal y elevadas sobre un poste para alcanzar a la altura de un adulto de estatura media. Los libros tienen sus gustos, pero no son exigentes, solo necesitan ser protegidos de las inclemencias medioambientales y ser utilizados con el cuidado que requieren sus delicadas hojas.

Junto a estas pequeñas casas, se instaló un banco reparado y reutilizado para que los usuarios pudieran leer al aire libre. Los libros necesitan libertad cerca de ellos para respirar. Estos bancos se pintaron con el color de cada uno de los ODS y se identificaron con una placa grabada con el Objetivo al que representa. Hoy en día, transcurrido un año, el banco y la bibliocaseta perduran en excelente estado, son respetados y sus colores relucen a la luz del sol y a la claridad de la luna. Me gusta abrir esa puerta y saludar a los libros que albergan allí en ese momento. Cinco libros de una enciclopedia Salvat y dos libros técnicos sobre tauromaquia llaman la atención por no ser la lectura usual que cabría esperar que albergase en estos nidos para los libros de vida social. Hay personas que no comprenden el fondo de la cuestión. Estos libros se encuentran con novelas y relatos, algunos de firmas reconocidas, y se sienten algo extraviados de su lugar. Son como emigrantes de paso en un lugar ajeno y remoto de su identidad. Curiosas singularidades aparte, los libros esperan que sus nidos dejen de ser una cuestión de escaparatismo político y confían en que arraigue la proliferación de las bibliocasetas en diversos espacios públicos de Móstoles, en tantos que sea de utilidad práctica la edición de un plano con la ubicación de cada una, a modo de lugares culturales que visitar en la ciudad e incluso de puntos de encuentro. A los libros les encanta la idea de constituirse en un punto de encuentro. Los nidos y los bancos comparten este deseo porque les gusta permanecer juntos, les resulta algo hermoso que alguien tome un libro del nido y se siente en el banco a degustar una lectura interesante. Primero, con curiosidad, desconociendo lo que depara la vuelta de página, después con interés y expectación, ansiando la siguiente vuelta de página, pérdida ya la noción del tiempo. Con suerte, se harán amigos y se marcharán juntos, esperando volver el libro al nido transcurridos unos días de aventura, si bien tengo la sensación de que no regresan porque, como digo, hay quien no comprende, tampoco en esto, el quid de la cuestión.

He frecuentado los nidos del Parque Finca Liana, la última ocasión ha sido para dejar dos libros de mi autoría, pájaros que aguardaban en la estantería a ser puestos en libertad, ansiando recorrer los mundos que conforman las mentes. Estoy con los libros, diecisiete bibliocasetas no son suficientes, la razón primigenia de su existencia tampoco es suficiente. Estos nidos de libros y su auténtico espíritu y razón de ser son Cultura. Facilitar a las personas acudir a un lugar o tropezar con él en el paseo habitual, un lugar donde sentarse a leer, tomar prestado un libro para retornar éste a su nido al fin de la lectura, es Cultura. Debería ser una de las tradiciones identitarias de nuestra ciudad. Móstoles debería presumir de estos puntos culturales de encuentro, de tener una tradición de bibliocasetas distribuidas por toda la ciudad y ubicadas en un «plano cultural» disponible en bibliotecas y centros municipales, así como en formato digital. Los libros verían cumplido su sueño de tener un hogar en un árbol del bosque que es esta relevante ciudad, construido con sus manos, con las maderas que puedan ir encontrando abandonadas de la mano y los útiles que toman de aquí y de allí. Nadie los echaría de menos. A ellos, a los libros, que nos prestan sus alas.

© 2024 Eduardo Caballero

Ubicación actual de las bibliocasetas: Dos en Parque Prado Ovejero, Dos en el PAU-4, Dos en Finca Liana, Dos en el Parque El Soto, Cuatro a lo largo de la avenida Portugal, Cinco entre el Parque Andalucía y la avenida Abogados de Atocha.

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