Nueva columna semanal sobre el tiempo y otros factores del ser. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Tiempo y voluntad
El tiempo es arena escurriéndose entre los dedos sin percatarnos las más de las veces. Nuestro tesoro más preciado, que deberíamos bruñir y cuidar cada instante, siendo, con demasiada asiduidad, que no encontramos tiempo para hacerlo. Se nos escapa incluso en el agotamiento de correr contra reloj para rentabilizar los días, incluso en el descanso para recuperar un mínimo de resuello. Y, cuando disponemos de algo de él, unos minutos, quizá unas horas o incluso un día, no sabemos qué hacer con ese tiempo libre. Así nos referimos a esos momentos y esos días «desocupados», pese a que el tiempo siempre sea libre. Quién tiene a quién: ¿nosotros tenemos tiempo o el tiempo nos tiene a nosotros? No importa demasiado, quizá, pues sigue transcurriendo sin cesar y sin conceder un mínimo respiro.
Mi madre se levantaba a las cinco de la mañana para preparar el café a mi padre, que lo tomaba con el abrigo puesto y sin sentarse, antes de salir por la puerta a los pocos minutos (segundos, diría yo). Permanecía despierta y comenzaba las labores del hogar, pendiente del reloj porque debía despertarnos a las siete y media. Sus días comenzaban así y ya no paraban hasta bien entrada la noche. Nosotros éramos seis hermanos. Demasiada ropa, demasiado colegio, demasiada compra, demasiada limpieza, demasiadas camas y demasiadas preocupaciones. Hoy disponemos de más tiempo en apariencia, pese a que el tiempo es el mismo. No hay tantos hijos y hay más tecnología y modernismo. Aun así, el tiempo no alcanza a todo ni si dispusiéramos de más horas en un día. Todo parece poco, ¿cómo pararse siquiera a cuidarlo? Sin embargo, encontramos momentos aun a costa de retrasar obligaciones. Salimos a cenar algún día, acudimos a alguna actividad deportiva o nos permitimos un paseo. Hay quien encuentra el tiempo para leer, para coser o pintar, y hay quien dispone de tiempo para los demás. El tiempo no sobra a nadie, es el bien más preciado del que disponemos y también el más despreciado. Sin embargo, puede tomarse conciencia de él y disponer de una buena parte para ayudar a los demás. Ha venido en llamarse voluntariado para distinguirlo de las obligaciones, para subrayar un acto desinteresado, pero no necesita una etiqueta, en realidad. Las aplicamos porque necesitamos nombrar las cosas para identificarlas y distinguirlas, mas solo se obra en conciencia, sabiendo que no solo vivimos para aprender sino para ayudar, reconociendo que el acto de ofrecer, de dar, de facilitar, es tan valioso como el tiempo porque lustra esa joya hasta hacerla resplandecer.
Se ha creado el Punto de Información del Voluntariado este año, coordinado por Esther Ibáñez, una trabajadora social que compagina esta preciada labor con su trabajo diario en Servicios Sociales. Junto a otras compañeras, emprendió esta iniciativa adherida a la red de Puntos de Información del Voluntariado de la Comunidad de Madrid; una iniciativa que tiene el loable objetivo de ser el puente de unión entre las entidades sociales de Móstoles y las personas que ofrecen su tiempo y sus habilidades a los demás. Un puente que no solo comunica, sino que enriquece promoviendo actividades de formación y participación. Cuando supe de su existencia a través de este diario, se removieron en mi interior emociones pasadas y presentes. Concerté una cita con Esther y estuvimos hablando de posibilidades para mi regreso a esta labor tras años de distanciamiento de ella. Mi tiempo es limitado y escurridizo, pero dispongo de la actitud y el convencimiento, y pienso en la labor que desempeña la Fundación Amas, por ejemplo, de la que tengo referencias desde mis tiempos en Cruz Roja Juventud.
Esta semana se celebra la Semana del Voluntariado, hay distintos actos programados y, entre ellos, el Primer Encuentro de Voluntariado. La Fundación Amas será una de las participantes en la Mesa de Experiencias y confío en poder hablar con ellos, así como con otras entidades. Me parece la mejor forma de acercamiento a las actividades y el trabajo que se realiza para ayudar a los demás.
Hablamos de tiempo valioso como si alguno no lo fuera. Hay quien me pregunta si estoy convencido de mi decisión. Comienzan a ofrecerme datos e información, me subrayan aspectos para tener en cuenta, como el hecho de restar tiempo a otras cosas a las que no se atreven a calificar de más importantes, aunque así las consideren en su interior. Consiguen filtrar sus dudas en mi convencimiento, que se tambalea por ese temblor de aviso. Observo su mirada desconcertada y sonrío para salir del rincón del cuadrilátero con estas palabras de seguridad: «Solo es algo que estoy considerando, aún no he tomado una decisión y me informo para tomarla». En mi interior, sé que el acercamiento es para rondar a mi pretendida. No es la organización en la que desarrollar mi labor sino mi equilibrio espiritual, por expresarlo de algún modo. Temo considerarlo como un pago de mis facturas, como una compensación por lo que tengo, lo que soy y lo que recibo de la vida, porque no se trata solo de eso. Se trata de una necesidad emocional y espiritual de ofrecer, de dar, de facilitar. ¿De qué sirve cuánto aprendemos si carecemos de capacidad de darnos a los demás? El trabajo, las obligaciones y el placer consumen un tiempo que transcurre y se derrama como arena entre los dedos, y esa arena no es la del parque en la que jugábamos a las chapas, a las canicas o cargar un camión volquete de plástico, sino que es la arena de un reloj que se vacía más rápido de lo que llena su recipiente inferior.
Quizá regrese para completar una parte de mí. Unas décadas atrás logré armonía con una parte de mi infancia y también con aquel presente enrarecido y opresivo. Cabe la posibilidad de que hoy necesite armonía con una parte de mí más oculta y necesite, también, compartir conocimientos, experiencias y energía que pugnan por salir en forma de ayuda a los demás, por resultar útiles de una manera efectiva y afectiva. Quizá haya permanecido solo mucho tiempo, ensimismado en mis quehaceres, en mis proyectos y en mi trabajo, en mis amistades y mis compromisos, en mi formación y mi evolución. Quizá no esté solo ni tampoco desee que otros lo estén. Quizá tampoco lo están. Demasiados «quizás». Lo cierto es que estoy convencido de que no somos autónomos ni independientes, que somos más lo que somos en los demás que lo que somos en nosotros mismos. Y quizá solo trate de encontrar eso: ser.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo. Suscríbete gratis al
Canal de WhatsApp
Canal de Telegram
La actualidad de Móstoles en mostoleshoy.com











