
Una reflexión sobre la necesidad de una cultura de conciliación. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Voces Discordantes
Pese a conocer que nos une más de lo que nos separa, que, en definitiva, todos somos iguales en lo esencial y que no hacemos sino sobrevivir como podemos y nos es permitido, no cejamos de empeñarnos en nuestras diferencias y de esforzarnos en la controversia, así sea necesario sacarla de una chistera, convertir el agua en vino o crearla a medida de nuestro insaciable antojo. Claro que conocer no implica tomar conciencia y, aún menos, interiorizar, y lo más sencillo es dejarse llevar por un impulso natural nutrido por el mal hábito hecho tradición y costumbre. Podemos estar de acuerdo en que el enfrentamiento es una tradición y costumbre con raigambre a la que, más temprano que tarde, acabamos haciendo honor en algún momento. Hay quien se resiste y trabaja la emoción, y hay quien sucumbe al vicio. En lo general y habitual, predomina el vicio, acaso porque supone el mínimo esfuerzo.
Durante los últimos meses, he observado en diferentes medios la recepción y las reacciones sobre noticias de interés, tanto en el ámbito local como en el regional y el nacional, y tanto en el entorno mediático como en el personal. Quizá sea una cualidad de la naturaleza humana o un rasgo del pueblo español, o sea la combinación de ambas condiciones. Se producen voces discordantes como frecuente denominador común. No hablo de las legítimas y coherentes diferencias de opinión, basadas en la percepción, conocimiento y experiencias personales, sino de aquellas voces disonantes que han de derrumbar cuanto osa resplandecer mínimamente y atacar cualquier iniciativa del carácter que sea. Marco sale a pasear con una chaqueta sahariana de rasgos castrenses una tarde primaveral y Julio critica que vista de militar siendo civil, Rosa se sofoca solo de verlo tan abrigado con el calor que hace y Mari aborrece su manera de caminar. Julio sirve la mesa del bar donde Marco acostumbra a tomar café. No le gusta el tipo ni su forma de hablar, pero no tiene mucha elección en el barrio y el café tiene un sabor pasable. Además, pone una galleta de canela cuando no se le olvida. Rosa es una vecina de Julio, que vive en el mismo portal. Ha dejado de saludarlo porque él no responde a los saludos y ella tampoco va a hacer el tonto. No sabes que Julio no la saluda porque siempre viste descocada y no tiene los mínimos modales de convivencia. Aún es joven, pero eso no es disculpa; Julio recuerda sus dieciséis años, cuando las mujeres tenían más modales y estilo, y él era un hombre hecho, derecho y con pelos en el pecho. Mari acude al barrio porque trabaja en la peluquería y coincide con Marco casi todos los días. Le parece un personaje desaborido y sin espíritu. Espera no tener que cortarle el pelo nunca, aunque le vendría bien que alguien le enseñara a arreglarse y a peinarse como es debido. Rosa, una clienta habitual tiene más estilo que él, no cabe la comparación siquiera. Y Marco… Marco está cansado de las personas y ya no trata de agradar a nadie. Procura pasar desapercibido, algo que no consigue ni empeñando cuanta voluntad pueda reunir. Se encuentra en un momento vital en que procura estar a gusto consigo mismo, un objetivo que le parece titánico y en cuyo proceso de logro se siente bien de momento. Sobre todo, porque puede verse y sentirse, algo que llevaba tiempo sin hacer.
La voces discordantes siempre clamarán argumentando un bien común innegable y se alzarán como adalides de la utopía, aunque detesten denominarla así o apuntarla siquiera con el dedo. Si se celebra una feria clamarán al cielo porque un consistorio gaste el dinero en paparruchas en lugar de arreglar las calles (en concreto, la calle del socavón que detesta ver cuando camina por ella), si se organiza una actividad hablarán de política partidista y sectaria, incluso podrán traer tiempos pasados al presente o vestir la utopía con algún colorido y llamativo atavío. No llueve a gusto de todos, pese a que la lluvia signifique vida por ser vida en sí misma. Si se lleva a cabo una representación teatral en las calles, habrá quien critique la ocupación de ésta, incluso es posible que esa voz discordante sea habitual de las terrazas de bar. Todo, paciente lector, es motivo de enfrentamiento. Realizaba experimentos de este tipo en mi juventud. Defender ideas en las que no creía u oponerme a aquellas en las que sí. Generalmente, en privado, mentalmente, pero también en público en más de una ocasión, lo cual, como cabe suponer, me acarreaba malentendidos y alguna enemistad, uno de los motivos por los que dejé de hacerlo al poco tiempo.
Hay tres voces sociales en el mundo: la voz acorde, la voz discordante y la voz conciliadora. Pensarás que las personas tienen una única voz y pueden escoger qué voz tener, incluso qué voz ser, pero no es del todo así, aunque sea cierto que siempre podamos escoger nuestra actitud y nuestra forma de mirar y de comprender, o de no hacerlo. Como digo, es sabido que nos une más de lo que nos separa y somos seres emocionales, lo que implica que nuestra voz puede mudarse en discordante aun siendo de naturaleza conciliadora. Sin embargo, es posible escoger qué sendero se camina. Cada voz transita por su naturaleza, así se desvié en alguna ocasión y sea para su perjuicio o para su beneficio. Por lo común, no somos conscientes de la naturaleza de nuestra voz, principalmente porque la aprobamos por el mero hecho de ser nuestra. Consideramos, igual de inconscientemente, que nuestra voz es la referencia de nuestra razón y que ésta nos asiste por defecto en cualquier juicio y percepción, cuando no es así.
Siempre me he considerado ecléctico, una voz conciliadora sin necesidad de hacerse notar; una voz que procura observar la vida desde diferentes prismas, guardando un importante margen de error otorgado a aquello que desconozco y que no percibo. Debido a este motivo, suelo encontrarme alejado de cuanto resulta radical, en cuanto a pensamientos, opiniones e ideas se refiere. Por suerte, no son así todas las personas. No hay voz que tenga más razón y peso que las demás, así se superponga al resto o se haga destacar sobre ellas. Sí quiero dejar una reflexión: ¿cómo se establece la prioridad de las acciones de un Gobierno?, ¿cómo se determina si un acto cultural es más o menos importante que un cuidado urbano? Me parece positivo exponer un desacuerdo o resaltar una necesidad, pero es importante encontrar los argumentos válidos, el medio adecuado y las formas correctas de hacerlo. Despotricar sin más, de manera emocional, hasta pasional, con el mero objetivo de derruir y de imponer, solo lleva a la destrucción, incluida la propia. La base de todo derecho y de toda convivencia es el respeto, y lo más arduo de respetar, por desgracia, es aquello en lo que discordamos. Desde el respeto es posible comprender y, comprendiendo, es posible conciliar. No es necesario estar de acuerdo para ello. Creo que la mejor sociedad tiene una voz conciliadora, que los pueblos y las ciudades crecen conciliando y que una nación se construye conciliando. Me parece, con sinceridad, la base del progreso adecuado: el respeto, la comprensión y la conciliación. Este es el motivo que me ha empujado a escribir estar líneas, poner en relieve lo esencial de estos tres pilares en nuestra filosofía vital. No solo nos procura felicidad, sino que, en el camino, procura felicidad en nuestro entorno. ¿Acaso no es la prioridad espiritual fundamental?
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo.
Suscríbete gratis al
Canal de WhatsApp
Canal de Telegram
La actualidad de Móstoles en mostoleshoy.com