Texto adaptado de la última edición en papel del periódico. Cruzar las vías. Pongamos que hablo de Móstoles
* Texto adaptado del décimo número del periódico impreso de mostoleshoy.com, correspondiente a enero de 2025. Para leer el periódico completo, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
Nuestras primeras incursiones al pueblo, apenas instalarnos en Móstoles, requerían elegir dos caminos: cruzar las vías del tren por el puente de la calle Echegaray o cruzar las vías del tren por la estación. Por supuesto, mamá nos llevaba por el puente y nos dejaba asomarnos con cuidado para ver pasar el tren cuando coincidía su paso con el nuestro, lo que era un acontecimiento apasionante para nosotros, que veníamos de Moratalaz, un barrio sin trenes. Queríamos cruzar la carretera, según pasaba el tren bajo nuestros pies, para verlo venir desde una acera y correr a verlo alejarse hacia la estación, desde la acera contraria. Mamá se oponía a eso porque podía atropellarnos un coche, ya que, también para los vehículos, el puente era prácticamente el único paso de tránsito que comunicaba la nueva zona de Móstoles con el centro. A pie podíamos cruzar las vías del tren y llegar directamente al centro.
Mamá nos precavía sobre el peligro que conllevaba cruzarlas: aunque nos asegurásemos bien de que no venía un tren, siquiera a lo lejos, y la visibilidad fuera óptima, podía engancharse el pie en la vía o sobrevenir cualquier otro accidente. Yo me acercaba a veces a unos metros de los raíles porque me impresionaba estar cerca de ellos y me apasionaba mirar hacia lo lejos y esperar a que el tren asomase su cara, verlo llegar con su estruendoso traqueteo y sentirlo pasar por delante como un amable gigante de metal, para acabar observándolo entrar en la estación ralentizando su marcha hasta detenerse en el andén. Claro que crucé aquellas vías y disfruté haciéndolo pese al miedo inicial.
La estación estaba en construcción en 1.973 y ésta se encontraba muy avanzada dos años después, al igual que la edificación de viviendas a su alrededor, que no cesaba. Con la estación de ferrocarril de Móstoles también crecían en número los habitantes, los nuevos huéspedes de la ciudad. El campo comenzaba a urbanizarse y el ferrocarril fue determinante para el crecimiento de la villa. Pronto alzarían muros de protección junto a las vías, de manera que nadie pudiera cruzarlas. Todos comenzamos a utilizar el célebre pasadizo de la estación para cruzar bajo ellas y ése comenzó a ser el camino más utilizado para acercarnos al pueblo. Crecíamos en edad y comenzamos a transitar nuevos caminos, ya de asfalto.
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