Nueva columna con una reflexión envuelta en este parque del municipio mostoleño. ¿Quién anda ahí? Móstoles: El Soto
Entre muchas vivencias en esta villa, la mayoría de nosotros conservamos en nuestro corazón los mejores ratos disfrutados en el parque de El Soto, uno de los lugares más privilegiados y disfrutados de Móstoles desde sus orígenes, cuando era un soto y vega con su arbolado, destinado al pasto del ganado de los vecinos, organizado por subasta pública. A principios del siglo pasado, acaudalados como Ricardo Médem urdieron diversas tramas para adquirir los terrenos para su explotación particular. Sin embargo, el Consistorio rechazó acertadamente todas las propuestas, mostrándose contundente en su determinación de preservar la naturaleza pública de El Soto. «La oferta, con la Hacienda Municipal en precario, no es tenida en cuenta, y justo es que la Historia reconozca la defensa que hicieron el Alcalde y los Concejales para que los propios de “El Soto” no se perdiera para la posteridad, ante el renovado deseo de ciertas personas acaudaladas y de probada capacidad resolutiva para hacerse con ellos» (extracto del acuerdo plenario adoptado por el Ayuntamiento de Móstoles el siete de agosto de 1939, en referencia a la propuesta presentada por Ricardo Médem, en una maniobra estratégica previa a la preceptiva subasta).
Tres décadas más tarde, el Ayuntamiento de Móstoles decide acogerse en 1971 a un Plan Gubernamental de instalaciones deportivas para construir el Polideportivo que hoy constituye una de nuestras joyas emblemáticas y que fue inaugurado en 1974, salvo el pabellón cubierto, inaugurado dos años después. Muchos comenzamos a llegar a la ciudad en aquellos años de cambios en que el Polideportivo, una de las señas identitarias de Móstoles, emergía en medio de aquellas tierras. Pocos años después, se emprendería uno de los proyectos más significativos en la historia de Móstoles. «En 1983 se pone en marcha un importante proyecto de reconversión de sesenta hectáreas de terreno en un gran parque natural, dotado de miles de árboles, plantas y dos hectáreas de pradera de césped, inaugurado el siete de mayo de 1987 por el Presidente de la Comunidad. Además de los elementos propios de estancia y recreo, incluye una depuradora gestionada por el Canal de Isabel II, que evita la contaminación de los arroyos de El Soto, la Reguera y Fregaderos, afluentes del río Guadarrama, donde vierten sus aguas residuales los municipios de Móstoles, Alcorcón y la zona Oeste de Fuenlabrada; y un lago de tres coma cinco hectáreas, cuyo abastecimiento se realiza a través de una piscina de filtración de cinco mil quinientos metros cuadrados» (Koldo Palacín, Memorias de un pueblo).
Las décadas de los ochenta y los noventa llevaron la vida al parque, que ha evolucionado junto con la ciudad. Hoy cuenta con más de doscientas especies de árboles y arbustos, y más de cincuenta especies de mamíferos, aves y reptiles. A la orilla del lago, de más de veintiséis mil metros cuadrados, crecen fresnos, olmos, sauces y álamos. Conejos, liebres, ardillas, ánades, gorriones, estorninos, urracas y mochuelos, forman parte del hábitat natural de nuestro parque. El parque por el que paseamos y corremos, al que llevamos a los niños a merendar y a celebrar los cumpleaños, y al que llevamos a caminar a la chica por la que suspiramos, alejados del ruido y el ajetreo de la ciudad, las casas y los días. Nos sentamos en un banco a contemplar la quietud del lago, agitada solo por el largo chorro de agua emergiendo del centro para dibujar un arco iris en el cielo, los días más soleados. Nos acercamos a dar de comer a los patos y ocas o nos acomodamos en la hierba que nos procura reposo y paz, pero también divertimento con las amistades. De cuántas charlas trascendentes habrán sido testigo los árboles y el viento, las plantas, la hierba y los seres vivos del lugar.
A veces acudimos solos, acaso a fotografiar momentos, a captar instantes significativos, acaso a sosegar el espíritu, a recogernos en un hogar donde la naturaleza nos conecta con nuestra esencia, nos calma y nos ofrece una visión despejada de la vida, mostrándonos lo esencial de nuestra existencia. Muchas son las ocasiones en que he paseado por los caminos del parque de El Soto. Algunas, al filo del anochecer, he sentido deseos de pernoctar allí, tumbado en un banco o en el césped, para alejarme de la cotidianeidad y del devenir, contemplar las estrellas en el firmamento y sentir la naturaleza, incluida la propia. Quién no ha celebrado allí fechas memorables, un cumpleaños, un logro o un encuentro familiar; quién no ha dado unas patadas a un balón o ha disfrutado de alguna de las actividades y grandes eventos que se celebran allí de cuando en cuando.
El Soto no es solo un parque, es un barrio que ha tenido mucha vida desde sus comienzos. El I.E.S Manuel de Falla, uno de los primeros institutos construidos en Móstoles hace cerca de cuarenta y cinco años, se constituyó como el epicentro cultural de la juventud en Móstoles, coincidiendo con el auge de los centros culturales, que comenzaban a emerger en los barrios. Concretamente, la relación del Manuel de Falla con el Centro Sociocultural El Soto fue extraordinariamente enriquecedora y creativa. No se trataba de una relación institucional sino de una relación natural de los alumnos con las actividades culturales y de entretenimiento ofrecidas por el centro y promovidas por los propios jóvenes en diversas ocasiones. Quizá aquella juventud deseábamos sobremanera hacer cosas, crear, crecer y desarrollar nuestras inquietudes y nuestras ideas; quizá la política de los centros era más abierta o, al estar aún por desarrollar (como tantas cuestiones estructurales del municipio, que, apenas incipientes, se veían arrolladas por el movimiento cultural de aquella época), tenía la capacidad de dar cobertura al desarrollo de aquellas ideas y aquella creatividad explosiva. Fuera como fuere, lo cierto es que había una sintonía verdaderamente extraordinaria, un fuego que no ha vuelto a arder con esa vivacidad y, también hay que decirlo, esa inocencia.
No cabe duda de que El Soto es una zona relevante de Móstoles y es más que un barrio o un parque. Estoy convencido de que hablamos de un pulmón de Móstoles en el amplio sentido de la analogía. En las últimas décadas, las construcciones se han multiplicado y el tráfico se dificulta aún más, también porque las estructuras de comunicación se ven superadas por el incremento de la población y la actividad. Algo que sucede en todo Móstoles y, a fuer de ser sinceros, en prácticamente todas las poblaciones de nuestro entorno, por no hablar de la capital. El parque, por fortuna, permanece a salvo de momento, como la tradición de protegerlo del ruido, el desasosiego y las tramas, de preservarlo como un lugar de paz, armonía y solaz de los ciudadanos. Podemos recorrerlo una mañana o una tarde entera, a solas o en compañía, disfrutarlo con la familia, con las amistades o con la persona por la que suspiramos. Sigue siendo nuestro, un bien común como la vida y la naturaleza. Un bien que cuidar y mimar como si fuera una cabaña secreta en el bosque, donde encontrarnos con nosotros mismos en nuestros diferentes estados de ánimo y donde encontrarnos con los demás y con la Naturaleza que nos dio a luz.
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