Un bloque de pisos sobre un antiguo cementerio romano y una que jamás debió ser publicada. Móstoles Insólito: Relato 43. La Advertencia
Hace unas semanas estuve en la calle Gerona, en Móstoles, un lugar donde se levanta un bloque de pisos construido, según los archivos municipales, encima de un antiguo cementerio romano donde se encontraron, entre otras cosas, tres tumbas de niños. Lo que parecía un dato curioso se transformó en una de esas historias que inundaron mi mente con turbias aguas que quizá no debía haber removido.
Estuve en la zona y me dediqué a preguntar a los vecinos si habían vivido algo extraño. Las respuestas fueron dispares: desde quien juraba haber sentido pasos en el portal hasta quien aseguraba que todo era “cuentos de viejas”. Después, monté un vídeo y lo subí a TikTok. En apenas tres días, el clip superó las 40,000 reproducciones, con cientos de comentarios y compartidos. Algunos se reían, otros decían que jamás volverían a pasar por allí de noche.
Ahí pensé que el asunto quedaba zanjao. Un vídeo viral más. Pero ayer, en plena madrugada, recibí un mensaje anónimo a través de mi cuenta de Facebook.
—Deja a los muertos en paz.
Sentí un escalofrío. Contesté con calma, desde el respeto, explicando mi interés real en el tema y dejando claro que no me movía el espectáculo. Horas después, llegó una respuesta distinta:
—Si quieres saber lo que ocurrió de verdad, escucha esta historia.
Me adjuntaron un número de teléfono. Dudé en llamar, hasta que la curiosidad me ganó la partida. Al otro lado, una voz de mujer, quebrada y cansada, pronunció su nombre:
—Soy María. Yo viví allí.
María me contó que había sido en 2010, cuando ella y su marido, Javier, se mudaron a aquel bloque construido entonces, hace cuatro años. Eran jóvenes, acababan de casarse y buscaban un piso de alquiler donde empezar de cero.
—Era perfecto —me dijo con un hilo de nostalgia—. Dos habitaciones, un salón amplio, vistas al centro. No sospechábamos nada.
Al poco tiempo nació Ana, su hija. Todo parecía seguir el curso normal de una familia feliz. Hasta que, en el cuarto cumpleaños de la niña, la abuela materna le regaló algo que marcaría sus vidas para siempre: una muñeca de porcelana de su colección personal.
Ana la recibió con ojos vivos.
—Se llama Clara —dijo con una seguridad desconcertante.
—¿Por qué ese nombre? —preguntó María.
—Porque ella me lo dijo, mamá—
La madre rió nerviosa, pensando que era un juego infantil. No lo era.
Al principio fueron cosas pequeñas: la muñeca aparecía en lugares distintos a donde la habían dejado. Una noche, Javier la encontró sentada en el sofá del salón, desafiándolo con la mirada fija hacia la puerta de su dormitorio.
—María, ¿tú la has dejado ahí? —preguntó inquieto.
—No… yo la guardé en la estantería de la niña.
Ana, desde la cama, intervino con voz somnolienta:
—No la guardéis, que Clara no quiere estar solita—
La tensión fue creciendo. El matrimonio trataba de convencerse de que eran imaginaciones, despistes. Pero lo que empezó como pequeños detalles pronto se volvió perturbador.
Un día, mientras doblaba la ropa, María oyó a su hija hablar sola en su habitación. Se asomó con ternura y escuchó un diálogo extraño:
—No, Clara, no puedo ir contigo. Mamá dice que no.
—Vale, pero no le haré daño a papá.
María entró de golpe.
—¿Con quién hablas, cariño?
—Con Clara. Está enfadada porque papá no me dejó ir con ella al parque el otro día—
La madre miró a la muñeca inmóvil, apoyada en la cama, y un escalofrío le recorrió la espalda.
Las noches se hicieron insoportables. Golpes secos en la pared, susurros en el pasillo, juguetes que se encendían solos. Javier, escéptico, intentaba mantener la calma.
—Todo tiene una explicación, María. Son ruidos del edificio, la instalación eléctrica…
Pero hasta él empezó a flaquear cuando, una madrugada, se despertó sintiendo un peso en el pecho. Al abrir los ojos, vio la muñeca colocada encima de él, con los brazos extendidos como si quisiera estrangularle.
—¡María! —gritó, quitándosela de encima y tirándola al suelo—. ¿Qué está pasando aquí?—
Intentaron deshacerse de ella. La guardaron en el trastero, la metieron en bolsas, incluso la llevaron al contenedor. Pero siempre reaparecía en el piso, intacta, con esa sonrisa de porcelana helada que les rompía el alma.
La tensión entre ambos crecía. María se obsesionaba con proteger a su hija, mientras Javier se negaba a abandonar la casa que apenas podían permitirse y tanto les había costado conseguir.
—¡No podemos huir de algo que no existe! —estalló él.
—¿No existe? ¡Explícame entonces cómo vuelve siempre aquí y por qué nos están pasando estas cosas!—
Ana, en medio de las discusiones, parecía cada vez más unida a la muñeca.
—No la tiréis, por favor —suplicaba—. Si lo hacéis, Clara se pondrá muy triste.
El verdadero horror llegó una noche de tormenta. María entró en la habitación de la niña y la encontró sentada en el suelo, frente a la muñeca, con una vela encendida entre ambas.
—¿Qué estás haciendo, cielo?—
—Clara dice que tengo que quedarme con ella para siempre, para siempre—
El corazón de María se detuvo. Corrió hacia Ana, la abrazó y trató de apagar la vela, pero el aire de la ventana cerrada la apagó por sí solo, como si algo invisible hubiera soplado. La muñeca cayó hacia atrás, golpeando el suelo con un ruido seco que resonó demasiado fuerte para un simple trozo de porcelana.
Esa misma noche, Javier aceptó lo evidente.
—Mañana nos vamos. No me importa perder la fianza. Esto está destruyendo nuestra familia. No podemos seguir así—
Recogieron lo esencial y abandonaron el piso. No volvieron a mirar atrás. Ana lloraba, insistiendo en que Clara no debía quedarse sola, pero María la sostuvo con fuerza, murmurando:
—Nunca más, hija. Nunca más.
El matrimonio sobrevivió, aunque marcado por la experiencia. Tardaron años en hablar de ello sin romperse. La muñeca se quedó en aquel apartamento, quizá olvidada en un armario o quizá esperando a alguien más.
—Desde entonces —me dijo María al teléfono—, traté de borrar todo aquello de mi memoria. Pero ayer, una amiga me pasó tu vídeo de TikTok, y las heridas se abrieron de golpe.
Guardó silencio unos segundos. Yo escuchaba su respiración temblorosa.
—Lo que viví allí no fueron imaginaciones. No era la sugestión. Era real, y casi nos destroza. Te lo cuento porque quiero que sepas que no estás jugando con historias inventadas. Ese lugar está maldito. Yo estuve allí.
Me quedé sin palabras. Tomé notas en mi viejo cuaderno de campo, mientras pensaba en la muñeca, en el bloque, en las voces que tantos vecinos habían descartado como cuentos.
Cuando estaba por despedirme, la voz de María se quebró.
—Por favor… si algún día decides volver allí, ten cuidado. Y si ves a Clara… nunca la mires a los ojos.
La línea se cortó.
Desde entonces, cada vez que reviso mis redes, siento un nudo en el estómago. Entre los cientos de comentarios en mi vídeo, hay uno nuevo, escrito anoche, asociado a un nick: porcelain_clara2010. El comentario decía así:
—Por fin he vuelto, he encontrado otra niña con quien jugar—
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