Móstoles Insólito: Relato 5. Historias de Amor

Móstoles Insólito: Relato 5. Historias de Amor

Nueva columna dominical de historias ficticias ambientados en Móstoles. Móstoles Insólito: Relato 5. Historias de Amor

Hace no muchos días, aunque más de los que nuestras frágiles mentes son capaces de recordar, un acontecimiento atroz sacudió Móstoles. En un intento desesperado por escapar de su sombra, la ciudad decidió sepultarlo en los abismos del olvido eterno. La oscuridad que envolvió aquel suceso ha sido cuidadosamente tejida en un manto de silencio, una neblina espesa que oculta los ecos de lo inefable, un inquietante recordatorio de que algunas verdades son demasiado horrendas para ser confrontadas.

Turing, profesor de tecnología del instituto de enseñanza secundaria Juan Gris, observaba horrorizado los cuerpos sin vida de Cristal y Circe desde la ventana entreabierta del último piso, mientras los gritos desesperados de los alumnos se entremezclaban con el sonido de las ambulancias que comenzaban a llegar desde la lejanía. En aquel instituto, todos esperaban algo así; era cuestión de tiempo. Lo que sucedió poco antes, probablemente, podría haberse evitado.

Llevaban unos minutos en clase cuando los móviles de muchos, conectados a través de grupos de WhatsApp o redes sociales, comenzaron a sonar de forma sincronizada, mostrando en sus pantallas la mayor de las desdichas.

Algunos comenzaron a reír, otros a señalarla. Aquellos vídeos se propagaban de móvil en móvil como un reguero de pólvora.

Cristal, una sensible estudiante de cuarto de la ESO, miraba de un lado a otro del aula, desde donde las inquisitoriales miradas la presionaban hasta ahogarla, provocando que su vergüenza la hiciera llorar desconsoladamente y que su dignidad se escondiera bajo la suela de sus desgastadas deportivas. Su joven mente no pudo soportar la presión social y, en un acto desesperado e irracional, corrió hacia la ventana. Se lanzó contra ella con todas sus fuerzas. Atravesó el cristal y, mientras su inocente alma ascendía hacia el cielo, su frágil cuerpo se precipitaba velozmente hacia los infiernos. Sus huesos estallaron con un crujido seco que estremeció a todos los que, atónitos, presenciaban la escena.

Apenas pasaron segundos cuando Circe, devorada por la culpa en la última fila, comenzó a hacerse pequeña, a licuarse como un zumo espeso. En un arrebato desesperado de redención, decidió desinstalar la inteligencia artificial, que como un monstruo digital, había usado para humillar públicamente a su exnovia, arruinando su vida al lanzar un torrente de deepfakes al vasto océano de las redes. Se arrojó tras ella.

El malsano cerebro que contenía su cráneo, ahora partido en dos, quedó esparcido por el suelo junto al de Cristal, creando una visión perturbadora.

El eco de aquel día resuena aun en mi maltrecha memoria, a veces me despierto en el noche visualizando aquel instante congelado en el tiempo. Cuando llegamos al instituto con nuestras imponentes furgonetas, repletas de sofisticados equipos médicos, nada pudimos hacer.

A pesar de nuestra preparación, nos encontramos impotentes frente a la tragedia que se desplegaba ante nuestros atónitos ojos. Las preciosas chicas, tan vibrantes y llenas de vida, aún calientes, yacían irremediablemente silenciadas. En medio de nuestra desesperación, los artilugios más eficaces que pudimos ofrecer fueron sendas bolsas negras, herramientas sombrías en las que recogimos los restos de lo que hace apenas treinta minutos, posiblemente eran risas y sueños.

Después, nadie volvió a hablar de ello. La indiferencia fue el eco de aquellos actos. Para la eternidad.

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