Nueva columna semanal en la que se aborda una problemática que pronto afectará a los vecinos de Móstoles. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Basuras y rincones
Al comienzo, la noticia es como tantas otras: frustrante, desalentadora y enervante. La dejo pasar, considerando que se trata de uno de tantos globos sonda que se lanzan vía periodismo sensacionalista. Apenas dos días después, la noticia ha corrido como la pólvora, ha incendiado medios regionales y cala a todos los estratos de la sociedad como una tromba de agua anegando la tierra. La aplicación de la tasa de basuras a la que obliga la ley 7/2022, de 8 de abril, de residuos y suelos contaminados para una economía circular, es una realidad que los ayuntamientos han de implementar antes de abril del 2025. La nueva tasa de basuras supone pasar de cuarenta y ocho euros de media en España a trescientos treinta y seis euros. La noticia también pasa de ser un posible globo sonda a ser una lápida de granito considerablemente gruesa. Una más.
Alejándome de otras consideraciones, he reflexionado estos días sobre la recogida de basuras. Sabemos que segregamos de la realidad más inmediata aquellos elementos que se encuentran en sintonía con nuestra atención. Es decir, si estás embarazada o deseas estarlo, solo verás recién nacidos por la calle o embarazadas. Incluso en la televisión o en las conversaciones, todo parecerá hablar de lo mismo cuando no es así, sino que es la propia visión la que segrega esa realidad. Así me sucedió conduciendo por nuestra ciudad, que, llegado a un cruce, tuve que arriesgarme a adelantar al camión de la basura y girar en el cruce a un tiempo, rezando para que no viniera otro vehículo en sentido contrario, ya que el camión recogía la basura a las once de la mañana en la esquina misma del cruce, obstaculizando peligrosamente la visión y la maniobra de los demás vehículos. Supongo que cuando se ubican los cubos de basura, nadie piensa en la seguridad vial —disculpad el exabrupto. Superada la prueba de fe, me pregunté por qué estaba recogiendo la basura a esa hora y, una vez más, me retrotraje a otros tiempos en que los camiones pasaban a las doce de la noche. Digo una vez más porque hace unos días recordaba a los operarios de recogida de basuras recorrer las casas para pedir el aguinaldo. En concreto, ofrecían sus participaciones de lotería navideña rifando, no recuerdo bien, una pequeña cantidad de dinero o una simbólica cesta de viandas tradicionales. Algo similar a lo que suelen hacer los chavales para recaudar dinero para el viaje de fin de curso. Ellos, los operarios, no realizaban ese viaje, solo pedían el aguinaldo, igual que los chiquillos antaño, solo que sin cantar un villancico. Hace años que no piden el aguinaldo, ni ellos ni nadie, y cabe la posibilidad de que la subida de tasas responda a esa carencia. El Estado vela siempre por nosotros, es harto sabido, y ha caído en esta cuenta. Lo mismo es una directiva europea, que tienen más peso aún que una lápida. Sea como sea, el agua cae a los que pisamos la tierra y, pensar en si son los ángeles divirtiéndose o el efecto de un fenómeno meteorológico, no nos salva de la tromba de agua.
Me retrotraigo a otros tiempos porque los años van mostrando con mayor transparencia cuánta verdad vital hay en aquellos versos de Jorge Manrique: «Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el plazer, / cómo después de acordado / da dolor, / cómo a nuestro parescer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor». Nos desligamos despiadadamente de la realidad con el tiempo, todas las referencias sobre la vida desaparecen o cambian, y nada de lo aprendido parece sernos útil para afrontar las trombas y las lápidas que nos inundan y sepultan. Antaño, los cubos de basura eran metálicos y viejos, y enormes camiones los vaciaban en su estómago gris con estruendo y voracidad. Hoy los camiones son medioambientales, una palabra que despierta incesantes interrogantes, se renuevan cada número de años y recogen la basura con mayor frecuencia porque tienen más apetito y su estómago es más pequeño. También somos más personas, cierto. Móstoles tenía dos mil quinientos habitantes en 1960 y dieciocho mil en 1970. Su población era de doscientos once mil habitantes el año pasado. Sí, más basura que recoger y más impuestos que recaudar. Más camiones, más apetito. Podemos divagar porque no cabe mucho más, ya que no hay una exposición clara sobre el motivo de este desmesurado incremento de tasas, pero divagar nos lleva a alzar los pies de la tierra y no deseamos perdernos el agua de la lluvia, que también procura bien a la naturaleza.
La Federación de Municipios de Madrid considera que el impuesto ataca la independencia de los ayuntamientos y han solicitado que la tasa de basuras no sea obligatoria, pero sabemos que no servirá de mucho. Ha llegado un momento en que estas peticiones, estos movimientos políticos, siquiera transmiten confianza. El gobierno municipal de Móstoles ha considerado aplicar algún tipo de ventaja de carácter impositivo para contrapesar el impacto del incremento de esta tasa. Así, ha aprobado en estos días la reducción del Impuesto sobre Bienes Inmuebles. En concreto, una reducción del 0,02%. Claro que, al tiempo, ha reducido un 0,3% el Impuesto sobre Construcciones, Instalaciones y Obras. Comprendemos mejor por qué los movimientos políticos refuerzan nuestra desconfianza en ellos. Pueden talar decenas de olivos centenarios en el Parque de los Olivos o destruir patrimonio histórico en la calle Ricardo Medem, para construir más viviendas, que es más relevante y prioritario a sus ojos. Al fin y al cabo, son más habitantes, más impuestos, más basura y más camiones medioambientales en los cruces de carreteras.
He pensado algo en un rincón donde fantasear está permitido. He pensado en salir a pedir el aguinaldo. Juntarnos unas amistades y acudir a los focos de la construcción y del gobierno de la ciudad, a los mandamases, a los que deciden y a sus acólitos, pero sin detenernos ahí. Acercarnos a cantar un villancico, pedirles el aguinaldo para el viaje de fin de curso, para poder mantener la infraestructura y logística de los camiones de basura, para crear un pequeño jardín donde plantar olivos con la esperanza de que nadie los tale dentro de cientos de años, y para llevarnos el patrimonio histórico a un lugar donde no alcance más mano humana que aquella que sepa amarlo y respetarlo hasta que ni la muerte los separe. Poco tiempo se puede permanecer en ese rincón de la fantasía porque, ya sabéis, los pies se separan de la tierra y mueres. Ni la lluvia salva de esa muerte. Así que salgo del rincón y, mientras conduzco por la carretera esquivando obstáculos o camino por las aceras hacia alguna parte o hacia ninguna, a veces me retrotraigo a otros tiempos. Procuro no comparar porque se sufre demasiado en las comparaciones. Solo recuerdo otros tiempos, me aseguro de no olvidarlos y me reconforto en mis orígenes, en mi procedencia; rememoro aquellas épocas en las que me formé y aquellos días que me conforman. Pequeños detalles que, entonces, pasaban desapercibidos porque formaban parte de lo habitual y normalizado, y que se revelan hoy como signos vitales de relevancia, hasta el punto de salvarnos verdaderamente la vida en diversas ocasiones.
Fuera seguirá empeorando el clima social, político y económico. Nada irá a mejor hasta pasar el meridiano de siglo, al menos. Sin embargo, la memoria puede salvarnos de caer en peso muerto, de entregarnos a la resignación o desgastarnos en batallas estériles. A mi parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor y cualquier tiempo pasado mejor apacigua nuestra visión presente.
Nada impedirá que sigamos dejándonos la vida en pagar un alto precio por vivirla. Cada día habrá más basura que recoger y que acumular en lugares invisibles. Nadie reducirá un coste sin antes haberlo disparado y sin recuperar esa reducción en la siguiente subida o en la posterior. Quizá huele a resignación porque el olor de la basura puede ser fuerte, pero se marcha en cuanto el camión medioambiental sacia su apetito. Después, el día sigue. Antes, proseguía la noche y amanecía el día siguiente; ahora el día sigue sin interrupción, como si el día hubiera devorado la oscuridad y el tiempo transcurriera de modo uniforme y continuo. El día sigue y el tiempo avanza. Hoy me he sentado a observar la carretera: han pasado dos autobuses, un patinete eléctrico, un corredor, dos ciclistas y un camión de basura, entre los coches. He recordado lo que hacíamos en los viajes en coche, que eran más largos que ahora, para no aburrirnos: contábamos cuántos hermanos y cuántos primos de nuestro coche veíamos pasar o nos adelantaban: igual modelo y color, eran hermanos; igual modelo y distinto color, eran primos. Hay una mayor variedad de modelos y colores que antes, así que se ha vuelto un juego tedioso, por no hablar del hecho de que nadie mira por la ventanilla. No por la de los coches, desde luego. La huida y el entretenimiento se realizan a través de una pantalla. Ya pueden caer trombas de agua o losas de granito, que siempre habrá una pantalla que atender con mayor prioridad. Si tienes un rincón para fantasear, hazlo sin una pantalla. Nadie sabe que una pantalla también alza los pies de la tierra y, ya sabéis, si levantas los pies de la tierra, mueres. ¿Verdad?
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