¿Quién anda ahí? Móstoles: El juego de la mansión

¿Quién anda ahí? Móstoles: El juego de la mansión

Nueva columna de sábado con una reflexión para concluir el año. ¿Quién anda ahí? Móstoles: El juego de la mansión 

Apenas quedan tres días para que finalice el año. La ciudad prepara la última noche de estos meses sin hacer balances, entusiasmada por cruzar esa línea imaginaria y comenzar una nueva etapa, nuevos días, nuevas estaciones y un nuevo año, abrigada como una madre al cobijo de los abrazos filiales, contagiada de la alegría y la emotividad de los hijos haciendo planes para divertirse tras las campanadas de las doce. De igual manera a nosotros y a cuanto habita en este y en todo mundo, la ciudad recorre los años como si fueran estancias de una mansión infinita. Una puerta de madera labrada las separa, una puerta de paso que permanece cerrada durante toda la existencia, salvo en ese único y preciso momento en que el tiempo nos permite abrirla para cerrarla a nuestra espalda en ese mismo instante, tan pronto cruzamos el umbral en apenas un paso. Sucede en un parpadeo y nadie suele prestar atención a ese movimiento, absortos como estamos en la contemplación del vestíbulo de la nueva estancia, que no se nos muestra al completo de cuan amplia es y de tan ocupada que tenemos la conciencia en la proeza de haber logrado salir de todo ese pasado que dejamos atrás y estar entrando en la nueva propuesta de vida, en la nueva estancia repleta de posibilidades y de propósitos nuevos o renovados. Cruzar cada una de estas puertas solo es uno de los hitos culminantes de este juego de la mansión, cuyo objetivo es recorrer el mayor número de estancias y hacerlo con la mejor salud, la mayor tranquilidad y el entorno más favorable posible para sentir que el trayecto y el juego fueron lo más agradables posible y, desde luego, siguen haciéndonos sentir complacidos de nuestro recorrido por la mansión.

Ojalá pudiera contemplarse este peculiar edificio desde sus jardines, mas resulta del todo irrealizable. Todo jardín y toda contemplación son viables solo desde el interior de la mansión y forman, por ende, parte de su interior. Una singularidad de las estancias que lleva un año recorrer es su sensibilidad a cada mirada, que la modifica y altera de manera exclusiva. No puede escaparse de esto, cada punto de vista hace la estancia diferente y el punto de vista es único para cada ser. Así, cada persona, por ejemplo, describimos de manera diferente una misma estancia, incluso habiendo compartido aspectos comunes de ella como el de una vivencia. Nuestra mirada, nuestra manera de sentir, modifica la percepción de la estancia, incluso la propia, y la va modificando en nuestro recorrido hasta la puerta siguiente. La ciudad experimenta una sensación similar. Puede vérsela como un conjunto de arquitectura tintado con la cultura y los hábitos de quienes la habitan, pero esta es una visión afectada. La Villa realiza su recorrido por las estancia y vive, como una madre, todas las sensaciones del juego y nos trasmite el consuelo y la comprensión que necesitamos en cada momento, igual que nos desagrada en tiempos o nos entristece. Emociones diversas e inclasificables las más de las veces, que la dotan de una vida que nos afecta.

Perdemos gente querida cada año y la extrañamos desde el momento preciso de su pérdida. Hay cosas que se nos dan mal, que no suceden como desearíamos o que nos sorprenden de uno u otro modo arañando el alma y afectándola en algún sentido. No somos los mismos con cada día que transcurre en este laberinto. Donde ayer encontramos una persona a la que amar, hoy hallamos un hueco en la mesa y una ausencia que nos duele al tiempo que nos torna introspectiva la mirada para desvelarnos buena parte de su ser en nuestro espíritu. Nuestro recorrido por las estancias prosigue en las personas que continúan el juego tras abandonarlo nosotros. De alguna hermosa manera, nuestro recorrido por la mansión abarca más de una estancia al tiempo e influye en el juego. Es algo maravilloso, en verdad, que nos calma y nos consuela por las pérdidas: saber que nos inspiran aquellos a los que amamos y que prolongamos su vida con la nuestra.

Asimismo, nuevas personas han venido a dar a nuestros caminos y nos han abierto la mente y el corazón a nuevas experiencias sobre nosotros mismos y a nuevas perspectivas sobre la vida. Las personas nos nutrimos espiritualmente de la naturaleza y las personas somos naturaleza, nos nutrimos los unos a los otros, incluso a nuestro pesar, si se da el caso. La mirada, de nuevo, es la que nos permite nutrirnos para nuestro bienestar, que también es el de los demás.

Los últimos pasos a esa puerta labrada de madera, que solo ha de abrirse y cerrarse una vez en toda la existencia, son cruciales y tienden a ralentizarse, pese al ajetreo de los preparativos de la noche haciendo equilibrios con el devenir cotidiano de los días y sus obligaciones. Desde el mismo momento de mostrarse la puerta a la vista, algo nos refrena en nuestro interior, a ratos presintiendo un precipicio, a ratos sintiendo cercano el momento de un cambio positivo. En cualquier caso, con la certidumbre de que todo cambiará apenas cruzar ese umbral, aun teniendo la seguridad de que solo es eso, un umbral, y de que el juego sigue impertérrito como hasta ese momento. Las estancias pueden parecernos ilusorias de no ser por esas puertas, cada una labrada en una madera exclusiva con motivos únicos de cada estancia. No hay dos puertas iguales, incluso las bisagras las distinguen. Lo único que todas ellas tienen en común es su identidad de puertas y su irrefutable existencia. Quien las considera ilusorias refrena su paso de igual manera al aproximarse a su vera para cruzarlas en ese instante fugaz pero notorio que se produce a las doce de la noche durante treinta seis segundos, los primeros del nuevo año y con los que se inaugura la nueva estancia.

Cuando se acumulan éxitos durante el recorrido, se adquiere una perspectiva diferente sobre casi todos los aspectos de la vida. Comienzas por no entender el alboroto a tu alrededor, pero te alegra que suceda; tiempo después, ansías la llegada de estos días de dulces, luces y colores en que todo resulta distinto al resto del año; creces y participas de todo cuanto sucede, quizá tienes el privilegio de ver cómo tus hijos enloquecen de pasión con los dulces, las luces, los colores y los juegos. Llegas al punto de ver a tus hijos, a tus nietos y la vida entera, estancia tras estancia tuya y estancia tras estancia de ellos, de tus seres amados, en todo cuanto puedes percibirlas. Todos llegamos a ese punto junto a la puerta, distinguimos con mayor detalle la madera y su labrado en nuestra aproximación y nos inquietamos con la mano cerca de la manilla a la espera de vivir los primeros tiempos de nuestra nueva estancia. La continuidad del juego no impide percibir el amor en estos lábiles detalles, incluso en una discusión menor durante la cena familiar, en algún inconveniente respecto a lo planeado, en cualquier malestar por algo que no sea del gusto e, incluso, en el sentimiento de desesperanza que pueda cargar y cegar el alma en ese momento. Hay amor en todos y cada uno de los detalles que giran en torno al paso de estancia como un pomo que abre una puerta al tiempo que la cierra. Ese paso con el que atravesamos el umbral disuelve todo en centelleos de amor, de esperanza y de ilusión. Desnuda de toda farsa el espíritu mostrando nuestra disposición a seguir avanzando por el camino incierto, nuestra ilusión por ser mejores y por evolucionar con las experiencias que vayan llegando, arañándonos y acariciándonos, golpeándonos y besándonos, de manera desigual. Cruzar estas puertas nos sitúa en ese alto presente desde el que contemplar el pasado mirando hacia el futuro, y es un momento crucial. Cuando lo hayamos hecho, no habrá una puerta delante sino un horizonte. La ciudad contempla ese horizonte al amanecer el primer día y seguirá creciendo con nosotros, cruzando las estancias de la mansión, acompañándonos como una madre acompaña a sus hijos, en la cercanía como en la lejanía, en la alegría como en la tristeza, en la aventura como en la desventura. Siempre habrá una puerta hacia la que dirigirse y un umbral que cruzar. Por nosotros y por todos nuestros compañeros, por los que somos y los que fuimos. Este es el momento de sentirnos orgullosos de nuestros labrados, satisfechos de nuestro camino e ilusionados ante nuestro horizonte, pecho henchido como una vela por el viento a favor. Creamos en nuestra sonrisa, seamos pacientes y valientes; tengamos buen corazón y emprendamos el año con paso firme y con esperanza. Lo más auténtico del mundo se construye con ella.

Pronto la puerta se abrirá con el sonido de los cuatro cuartos de cuatro segundos cada uno y se cerrará con doce campanadas de tres segundos cada una. Nos vemos al otro lado de la puerta, deseando que la nueva estancia nos haga mejores y haga de esta ciudad nuestro orgullo y nuestra satisfacción, una madre a la que colmar de cariño y comprensión, y a la que cuidar con nuestros mimos más sentidos. Que nuestras andanzas, sentir y pensamientos, nos lleven con alegría e ilusión a la siguiente puerta y ésta se labre con hermosos ornamentos y jeroglíficos que hablen de nuestras batallas y labranzas, de nuestros éxitos y derrotas, y de quien fuimos y de quien somos. Brindo por un futuro que nos haga sentir dignos y con el que convivamos en paz y en armonía. Os deseo un nuevo año amable y feliz, queridos lectores, agradecido por las aventuras que hemos vivido juntos durante estos meses y por aquellas que hemos de vivir; agradecido por vuestra atención, vuestra paciencia, vuestra lectura y vuestras sonrisas. Seguimos en el camino apenas cruzar la puerta. Brindo con mi copa en alto por el nuevo año.

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