Nueva columna con una reflexión postnavideña sobre el inicio de este año. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Enero
Han finalizado las fiestas y celebraciones, las ciudades y campamentos mágicos han desaparecido con la misma magia con la que aparecieron un invernal día de diciembre. Móstoles ha estado en el candelero de la Comunidad y ha atraído miradas y visitas de familias y medios de comunicación de diversas localidades vecinas y de la capital. Es posible que hayan sido las mejores navidades de la villa en muchos años, sentando un precedente ilusionante. La ciudad ha de seguir con el nuevo año ahora. Un mes extraño en cierta medida. Su nombre está tomado del dios romano Jano, representado con dos caras, símbolo de la dualidad, de la convivencia de los opuestos en un mismo ser. De ahí, acaso, que la contradicción de nuestras sensaciones nos cause desazón. El espíritu de las puertas y del principio y el final, el dios de los inicios. Nuestro alcalde augura novedades secretas para la villa, nuevos acontecimientos y eventos que aún han de sorprendernos. Móstoles atraviesa los días de enero con sentimientos de esperanza y renacimiento, con agotamiento y temor por el futuro, pese a los deseos de buenaventura. Acude al pensamiento la imagen del artesano que comienza un nuevo trabajo, recién finalizado un encargo. Cierto que este año llevamos una sonrisa de satisfacción por las celebraciones y los tiempos vividos. Nacen ahora las campanillas de invierno y los claveles a la par que nuestros propósitos renovados y bautizados con el cava y las uvas. Nuestro planeta está en perihelio, el punto de su órbita en que la distancia con el sol es menor. Acaso intuyéndolo, sentimos con acentuada sensibilidad la luz y la calidez, pese a la escasa duración de los días, que nos recoge en nuestro hogar y nos concentra en nuestros proyectos. Muchos habitantes de la villa habrán de lidiar con las obras de soterramiento parcial de la autopista A5 a su paso por Batán y Aluche, entre otras noticias fatales, como es la implantación del impuesto municipal de recogida de residuos, que nos disgustan asaz y mellan el ánimo. Sin embargo, iniciamos la marcha como una locomotora, pesadamente al comienzo, alimentando con voluntad las calderas y requiriendo el máximo esfuerzo de rendimiento a la máquina para emprender la marcha y tomar velocidad, hasta alcanzar el hábito en la velocidad de crucero y sentir la marcha más llevadera, incluso disfrutando del paisaje que transcurre por las ventanillas, desde las que vemos amanecer, suceder el día, atardecer y anochecer.
Paseamos por el parque Finca Liana normalizado, sin luces ni decoraciones, y disfrutamos de una paz que nos sorprende al tiempo que seguimos viendo, como si permaneciese, la magia blanca que allí se desató durante estos días. Atravesamos el parque Cuartel Huerta de camino a la Biblioteca Central y sentimos aún la presencia de la ilusión inocente desprendida en aquel lugar en el que se acomodó el Campamento Real. Todo ha desaparecido y, sin embargo, permanece. El rojo de las navidades oscurece y se transmuta en granate de invierno. No sabemos si sonreír por la ilusión, los encuentros en familia y las fiestas o permitir, en un descuido por desaliento, que las preocupaciones y los disgustos nos endurezcan el semblante. Prevalece, en todo caso, la mirada hacia el horizonte, la locomotora emprendiendo el trayecto y la ilusión en nuestros propósitos, aunque no solo en ellos sino también en nuestros días, que llevan corriendo tiempo motivándonos a cumplir sueños mientras sobrevivimos a las circunstancias, a emprender cambios en tanto procuramos seguir en pie y a continuar apuntalando la marcha de quienes nos importan. Sin duda, puede ser el propósito más honesto de cuantos nos proponemos, seguir cuidando a los demás y mantener nuestra amabilidad y disposición. Sobre todo, de quienes nos importan, de los seres queridos, de los que forman parte de nuestra sangre y de quienes somos, pero no solo. No dejamos de ser niños en el parque, atentos a los nuevos amigos que podemos hacer o con quienes podemos jugar.
En verdad, el perihelio acaba de suceder, ha sucedido mientras esperábamos la llegada de SS.MM. los Reyes Magos. En este momento, nos alejamos del sol en el trayecto continuo que marca nuestra órbita. Un planeta es como un tren que no se detiene en su recorrido, solo cabe estar atentos a la ventanilla para observar al sol desperezarse, disfrutar de su compañía afianzando nuestro recorrido y otorgándonos la vida cada día, y verlo retirarse a descansar con una nana de estrellas al caer la noche. La ciudad conoce estos cielos y la vivimos cada día, expectantes a lo que nos depare en el transcurso de sus horas. Así, todo en movimiento, enero fluye dejando atrás el oasis de felicidad, pero sin vedárnosla en los días venideros.
A Jano se le atribuye la invención del dinero, no como herramienta de dicha, pienso. El vil metal, trasmutado en abyecto papel para metamorfosearse en amoral espectro de plástico, ocupa gran parte de nuestras preocupaciones en estos días de pago. Jano, el dios de las dos caras, de la dualidad y la contradicción. Los niños han retomado los estudios y las obligaciones; todos hemos reanudado nuestras actividades. Es tiempo de seguir adelante tras el descanso en el oasis. Móstoles emprende el nuevo año, prosigue la realización de sus programas y nos depara nuevos eventos y celebraciones. Quizá la vida, en gran parte, consiste en mirar hacia adelante, en encontrar esperanza en los brotes y destellos de ilusión; esperanza con la que mantener la marcha del tren, la locomotora tirando de los vagones hacia un nuevo destino o, sencillamente, hacia nuevos parajes que decoren nuestro tránsito, nuevas vivencias, sonrisas, lágrimas, desencantos y satisfacciones. Nuevos pasos, al fin y al cabo, aunque se asemejen a los mismos. No lo son, no son los mismos. Ningún paso nuevo es idéntico a un paso dado. Enero es la puerta de inicio y la estación de paso. Todo sigue igual y todo cambia. Lo sustancial es seguir avanzando, seguir mejorando y seguir siendo una ciudad capaz de ilusionar. Y nosotros con ella.
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