Nueva columna semanal sobre este mes de noviembre y todo lo que conlleva. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Fraternidad

Noviembre es un mes extraño. Todo el ajetreo, las prisas y la tensión de septiembre han quedado atrás al igual que los comienzos de curso de octubre. Podría decirse que los días tienen su horario marcado y la rutina transcurre por ellos como un velero por aguas tranquilas con viento moderado de popa. Una calma, por otro lado, que se presiente previa a los turbulentos días de diciembre. La profusa venta de calendarios de adviento, el inicio de las decoraciones de las calles, escaparates y comercios, los concursos de christmas y la preparación de canciones navideñas por los coros, preceden a los días más convulsos del año, que deberían traernos buenos sentimientos y los momentos más intensos de felicidad y fraternidad. Hoy, mientras lees esta columna, querido lector, se inaugura el Navipark, convertido en tema de controversia estos días. Unos piensan en cortarle la cabeza y trasladarlo lejos, muy lejos, del parque Finca Liana; otros en mantenerlo en aquel lugar, El Retiro de Móstoles.

El mes de noviembre viene siendo este tira y afloja, este enfrentamiento no deseado, pero inevitable. Ubicar un recinto ferial en las afueras, cuando las únicas afueras viables son un polígono industrial al otro lado de la autopista. Control del ruido, ¿Cómo celebrar y alegrar un parque festivo sin la música y el trajín?, ¿Cómo evitar la algarabía propia de una celebración así? Más de un millón de personas asistieron al evento el año pasado y promete mejorar este año. No pienso que sea una cuestión sencilla de resolver. He tratado de formarme una opinión al respecto y no he logrado un consenso claro. Sé que Navipark y Finca Liana van unidos de la mano, forman parte de la identidad de ambos, el uno y el otro. Bien comprendo, asimismo, el trastorno que causa en las viviendas más próximas, y tengo fe en que ha de encontrarse un equilibrio razonable.

En tanto, noviembre prosigue su ruta marítima por las aguas mansas, aquellas de las que hemos de protegernos, según reza la sabiduría popular. Los colegios comienzan su primera evaluación, aquella cuyos resultados marcarán los días navideños en casa. Así era antes, al menos. La nave entrará en los últimos días del mes esta semana y Gorm gritará pronto desde la cofa del palo mayor: ¡Estoy entusias-man-do! Los niños se agitarán y la ilusión, la alegría y la emoción alterarán sus constantes vitales, afectando a su entorno inmediato.

Hace mucho tiempo que las navidades perdieron el valor de aquellos años cincuenta y sesenta (incluso setenta) del siglo pasado. Quizá por la inmigración, por la libertad recién estrenada o por estas y otras cosas mezcladas y agitadas en una coctelera que hoy vierte en nuestra copa un frío y agridulce combinado con cierto regusto amaderado y de textura astringente. Lo cierto es que las muñecas de Famosa dejaron de dirigirse al portal para hacer llegar al Niño su cariño y amistad, apenas llegó el color a nuestros televisores y, con él, la convicción de que aquella caja era una ventana al mundo tan real como la puerta de nuestro balcón, desde el que podíamos contemplar y escuchar los fuegos artificiales a lo lejos, apretándonos toda la familia en el estrecho espacio y colocándonos de manera que ninguno nos perdiésemos tamaño momento.

Los precios comienzan a subir en noviembre anticipándose a las rebajas del Black Friday (así llamado por ser el día en que se vendían los esclavos en el mercado). Esas rebajas marcan el final del mes y anuncian la proximidad de las navidades y el comienzo de los tiempos de compras y consumo desenfrenados. De hecho, cada vez son más las personas que realizan el grueso de sus compras navideñas en noviembre y, en concreto, durante el Black Friday. La escalada de precios en diciembre se produce de manera geométrica y acelerada, sin límite ni techo alguno, pues nos mostramos dispuestos a pagar lo que sea y a lidiar con las aglomeraciones que sean necesarias. Quien diga «yo no» se verá abocado igualmente, aunque en menor medida, a pasar por el aro del consumismo y el abuso. Ésta, digamos, sería la sombra.

La luz está en las calles, en los paseos familiares por la Avenida de la Constitución para disfrutar del mercado y el ambiente navideño en la Plaza del Pradillo. Quizá, si somos buenos, papá y mamá nos compren algún dulce o algún regalo en uno de los puestos. Igual escuchamos algún villancico propagándose por el aire desde algún altavoz, tal vez podamos compartir unas almendras garrapiñadas con algún nuevo amigo o acaso podamos subirnos en alguna pequeña atracción. Antes nos conformábamos con tan poco… No había demasiado —quizá lo suficiente—, pero encontrábamos lo más importante, lo esencial: había ilusión y había fraternidad. Pienso que las riquezas y la desmesura de ofertas y variedades empobrecieron todo aquel mundo de valores y sentimientos. Quizá la frivolidad se nutra de la riqueza material y el bienestar sin medida, en tanto que la calidez humana requiera de cierta pobreza material y más escasez de opciones. Sea como sea, los tiempos son los que son y todo está, como siempre ha sido, en nuestras manos.

Noviembre llega a ser esta preparación para los días más alocados del año, que ocupan un mes y medio del mismo, y cada año buscan extenderse en los meses previos, como si de conquistar territorio con ansía se tratase. Mientras tanto, seguimos con el devenir de los días, capitaneando la nave por esas aguas calmas y sintiendo arreciar el viento. Prepararnos para la tormenta con la ilusión puesta en los venideros tiempos de luces y canciones, amarrarnos al mástil para evitar dejarnos encandilar por los cantos de sirena y sujetar con fuerza el timón, rezando para no naufragar, comienzan a ser nuestros deberes más inmediatos. Quizá sean los últimos días del año que podamos disfrutar en esa calma agradable de lo cotidiano, de los horarios y la rutina diarios. Quizá comience a ser tarde para retroceder y la navidad esté comenzando ya con la inauguración del Navipark. Hablamos de los tiempos pasados, de los entrañables tiempos del blanco y negro en los que también había luces y magia, en los que éramos menos y mejor avenidos, y las ciudades tenían campos, pero hubiéramos disfrutado, alborozados, de un parque como el Navipark o de un campamento real de Sus Majestades los Reyes Magos como el que pude disfrutar el año pasado. «El bebé, cariño, ha crecido y se ha hecho mayor en tanto envejecemos. ¿Qué podemos hacer sino sentirnos orgullosos y disfrutar de su tiempo y su compañía?». La fraternidad es la unión y la buena correspondencia con el prójimo, aunque también con los tiempos vividos. Antes podía hablarse de estos valores sin pecar de cursilería. Me pregunto en qué momento comenzaron a resultar ñoños los valores. Quizás al poco tiempo de llegar el color a nuestras televisiones, cuando comenzó el desarrollo de la Alta Fidelidad en los nuevos equipos electrónicos o, tal vez, al comenzar el nuevo siglo. Lo hizo con tanta premura y excitación, que olvidó parte del equipaje en el siglo pasado. Me recuerda al chico extraño del campamento, que, en la excitación de la despedida y el ansía de subir al autobús, olvidó la mochila en el suelo, a los pies de sus padres, que tampoco se percataron del hecho presuponiendo que el pequeño, tan responsable y bueno, se había ocupado de todo ya. Atisbaron la mochila al volver la mirada atrás para ver alejarse el autobús por la carretera con su niño dentro. Yacía abandonada en el asfalto, sin nadie que le prestara la menor atención, salvo ellos en ese instante, ya tardío para enmendar. Todos tuvimos que prestarle algunas cosas para el campamento y los monitores tuvieron que comprar alguna otra por el camino. De alguna manera, aquel chico extraño se convirtió en una especie de mascota del grupo. Era un chico tan bueno y responsable… Tenía carisma y parecía un buen líder.

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