Nueva columna de sábado sobre la ciudad de Móstoles, sus pájaros y su naturaleza. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Gorriones
Mientras esperaba a que vinieran a recogerme en el cruce de la calle Río Ebro con la calle Río Guadiana, observé el vuelo de una cotorra desde la fronda de los árboles donde anidan, unos metros más abajo de mi ubicación, a los árboles considerablemente menos frondosos, opuestamente cerca de mi punto de observación. A los pocos segundos, la cotorra regresaba a la fronda portando varias ramas en el pico para construir un nuevo nido. Aquellos viajes de ida y vuelta en busca de material me entretuvieron un buen rato. El follaje de varios árboles en línea situados en los jardines de las urbanizaciones colindantes es de tal espesura que aparenta ser una única fronda con varios troncos. Allí, lugar ideal para ellas, conviven varias colonias de cotorras que apenas cesan de carretear como si de una acalorada discusión se tratase.
Hace unos años, en tanto tomaba un refrigerio en una terraza, a apenas un metro de distancia del jardín de un parque, se acercó un gorrión a nuestra mesa dando pequeños saltos. Tentado de hacer una foto, permanecí quieto observándolo en silencio. Se trataba de vivir el momento y no ahuyentar tan agradable compañía. Picoteó algunas migas y voló hasta posarse en el respaldo de la silla enfrentada a la mía. Comenzaba a hacer calor y el jardín había sido regado recientemente, lo que, sumado a la brisa de aire que corría, hacía de aquél un lugar idóneo para recobrar sosiego. Se posó de nuevo en el suelo al tiempo que otro gorrión se acercaba al borde del camino del parque sin llegar a adentrarse en la acera y piando para llamar la atención del primero, que se volvió y dio un par de saltos en aquella dirección. En medio de esta escena, se acercó un viandante y ambos echaron a volar.
Guardo otros recuerdos de niño en relación con los gorriones y reflexiono sobre lo que ha venido sucediendo estos últimos años con ellos. Como sabemos, las cotorras han invadido el territorio y resulta más fácil ver una amapola que ver un gorrión. La acción humana, una vez más. Aunque, bien pensado, no deja de ser una expresión de la Naturaleza. Jugando con la creatividad, he imaginado «Hombres cotorra» y «Hombres gorrión». Todos vivimos estas experiencias y somos más conscientes de ellas si somos gorriones. Las especies invasoras no suelen tener mucha conciencia porque los débiles se la llevan enteramente a fuerza del sufrimiento padecido con la invasión. Un gorrión puede sentirse a gusto en un colectivo hasta que llegan dos o tres cotorras, que pronto se multiplican. Los gorriones se marchan por el ruido de sus carreteos y por la escasez de alimento. Todos hemos atravesado esas vivencias, unas veces como espada y otras como existencia atravesada por ella. La expulsión de los gorriones y los mirlos por las cotorras no deja de ser una imagen de la vida misma, como diríamos en una conversación coloquial.
Móstoles comienza a estudiar medidas para detener esta expansión, aunque parezca ser demasiado tarde y aunque quizá no contemple un plan de atracción y protección de especies autóctonas como el gorrión. Nadie sabe nunca qué hacer con el fuerte. Sucedía lo mismo en el colegio, ¿recordáis? Qué hacer con Israel, con Estados Unidos o con Rusia, ni con China. Cotorras Kramer o cotorras argentinas. Se adaptan bien a los núcleos urbanos y pronto invadirán los cultivos de las zonas rurales. ¿Dónde irán los gorriones y cómo sobrevivirán? Os pido un favor, queridos lectores: confesadme dónde están yendo los gorriones para acudir a visitarlos. Se asustan con facilidad, por lo que caminaré con cuidado o permaneceré quieto llegado el momento. He contemplado a las cotorras hacer sus viajes para construir sus nidos y he observado la sencilles de los gorriones picoteando migas de comida en el suelo y refrescándose en los charcos. ¿No es la vida misma?
Móstoles construye nuevas viviendas por la zona de El Soto, que ha dejado de ser la zona que era. La Avenida de Iker Casillas pronto serán manzanas de edificios y casas. Ya no veremos amapolas ni gorriones, ni podremos ver más allá ni corretear por los descampados. Si queremos corretear y disfrutar de la Naturaleza, podemos (debemos) acudir a las zonas habilitadas para ello, las zonas verdes, los parques naturales mantenidos y vallados para nuestro placer ordinario. Este sencillo redactor que os escribe estas nuevas líneas se pregunta por el coste de la modernización, a sabiendas de que es una pregunta vetusta. Nuevas construcciones, nuevas especies aviarias. Colonización. Decidme, por favor, dónde van los gorriones, dónde van los míos, para refugiarme con ellos en los rincones que vayan quedando aún alejados del invasor.
Comprendo la evolución, que son esas cotorras expulsando a las especies autóctonas, y no penséis que me revelo o me quejo en desproporción. Solo pienso que las soluciones a los problemas deberían meditarse con conciencia y con perspectiva. La Villa, como otras ciudades, no sabe cómo resolver la invasión de las cotorras y, también como el resto de las poblaciones, ha de dar solución a su crecimiento exponencial, que beneficia, por otro lado, a las arcas consistoriales y regionales. Soy consciente, de veras, de que la evolución ha de seguir ese camino; es la Naturaleza, también la del Hombre. Solo me permito realizar un esbozo a mano alzada, trazar las líneas elementales de un bosquejo de conciencia. No se hace gran cosa con la conciencia hoy en día. De hecho, es un gran inconveniente en la vida cotidiana de cualquier persona. Solo que, como el dolor y los problemas, la forma de digerirla, afrontarla y convivir con ella marca definitivamente nuestra existencia en adelante. Igual la forma de obviarla o desatenderla. Quizá sea por haber sido o ser gorrión, pero estoy convencido de que la conciencia y lo que hacemos con ella, es vital en nuestra evolución. No es necesario destruir el pasado para crecer, no es necesaria la prisa por crecer y, menos aún, por vivir. Debimos preocuparnos por las cotorras antes, mucho antes. O quizá por los gorriones.
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