Del vendaval a la armonía, el municipio se sacude la tormenta y se entrega al jazz. ¿Quién anda ahí Móstoles?: Móstoles Jazz
El cielo comenzó a encapotarse a primera hora y el viento no tardó en agitar la lluvia, que se intensificaba por momentos. Las copas de los árboles danzaban al son del viento, que sacudía las ramas con brusquedad hasta el punto de quebrarlas, y caminar por la calle se tornó peligroso en un instante. La tarde del martes nos trajo una tormenta feroz por sorpresa y Móstoles fue el municipio en que cobró mayor intensidad. Recorrer las calles, al amainar, suponía esquivar restos de follaje, ramas y troncos quebrados. Hubiera podido pensarse que un huracán hubiese arrasado la ciudad. Grandes y fuertes ramas cayeron sobre coches y calzadas en diversas calles, como el final de la calle Ebro. Los arrebatos de la Naturaleza sobrevienen por sorpresa y nos encuentran desprevenidos, nos traen de retorno a la realidad elemental, a la fragilidad de la existencia. Nos muestran que la cotidianeidad puede quebrarse como la enorme rama de un frondoso y vetusto árbol. La Policía Municipal, los bomberos y Protección Civil actuaron con eficacia y de manera coordinada en las horas siguientes. Las sirenas de unos y de otros se escuchaban por toda la ciudad y los informativos de la Comunidad de Madrid confirmaban que Móstoles había sufrido en mayor medida los efectos de la tormenta, acompañada de un vendaval de setenta kilómetros por hora, según la estación meteorológica de Cuatro Vientos.
El día siguiente se mostró frío y el silencio alejaba del ambiente cualquier tipo de comentario sobre el día anterior. Un ambiente aún sorprendido por aquel arrebato intempestivo si bien cualquier paseo resultaba agradable debido al fresco que recorría las calles. El final de la semana ha venido acercándose con calma y cierta esperanza que los cálidos rayos de sol han ido trayendo. Un tiempo extraño para estas fechas: calor aderezado con viento fresco. Trabajando en mi escritorio, regocijándome con el olor a humedad y las brisas filtrándose por la ventana, me he imbuido en el ambiente de la vieja Nueva Orleans de los años cuarenta, quizá influenciado por la música de los hermanos Dorsey que estuve escuchando por la mañana. Tommy al trombón y Jimmy alternando saxofón y clarinete, ambos reconocidos músicos de swing y jazz. Miles Davis embelleció la tarde fresca y húmeda, y transformó los momentos de trabajo en momentos de satisfacción. Una verdadera casualidad en una semana que viene anunciando un sábado y domingo de jazz esplendorosos, con una programación divertida y exquisita para bailar, para disfrutar, para entretenerse y para deleitarse con música del más alto nivel. Nueva Orleans, la cuna del jazz, ha sufrido inundaciones y los azotes de huracanes como el Katrina, que supuso la reconstrucción de la ciudad. Una ciudad que no solo tiene alma, sino que muestra entereza y resiliencia climática. Preserva sus raíces, su rica cultura, su alegría y su espíritu. El jazz expresa emociones, es energía y es acción. Pueden considerarse la tormenta del martes y el Festival de Jazz de manera aislada, independientes uno de la otra, pero observar en perspectiva ambos acontecimientos unidos, como parte de un todo, ofrece una visión en relieve verdaderamente motivadora. El swing y el jazz suenan en las calles, en los parques y en los teatros de Móstoles, alzando el alma de la ciudad con cada nota. Y con el alma, alzando nuestro espíritu, el espíritu de una ciudad acostumbrada a alzarse con orgullo.
Iruña Brass Band recorre con su música la avenida Dos de Mayo, el Parque Cuartel Huerta, la avenida de la Constitución, la plaza de la Cultura y la plaza del Pradillo, deleitando a su paso con un amplio abanico de música jazz en su repertorio; Swing Machine Orchestra reúne a músicos y bailarines en un espectáculo inolvidable de swing en la plaza del Pradillo; Jazz For Children ofrece un espectáculo maravilloso interactuando con el público; también en la plaza del Pradillo, un gran homenaje a Amy Winehouse: Back to Amy, y una gran fiesta de música, baile y diversión en el parque Finca Liana con un cabaré rodante; y, rematando un festival extraordinario, Paquito D’Rivera, iniciando su gira por España en nuestra villa, actuará en el Teatro del Bosque.
El Festival de Jazz es una tradición en Móstoles y hemos podido disfrutar de grandes músicos y maestros cada año. Lo diferente en esta ocasión es celebrarlo en las calles, al más puro estilo de la Nueva Orleans de las décadas de los treinta y de los cuarenta. Lo peculiar de este año es que se alce sobre la tormenta y la pesadumbre, sobre los daños materiales y la vulnerabilidad emocional. Lo maravilloso es que el jazz acuda a aportarnos alegría y a avivar nuestra alma. La música sincopada revitalizando nuestro corazón, marcando el ritmo sobre las notas débiles en lugar de sobre las fuertes, alterando la concepción clásica de los sonidos para aportar movimiento y vida a nuestros pies, a nuestras caderas, a nuestros brazos y a nuestros dedos, pero, sobre todo, a nuestro espíritu. Sonreír y bailar, levantarse y seguir… Vivir. Los árboles no mueren por la caída de sus ramas, sino que viven. Esa es la profundidad, el relieve, de nuestros días presentes. Los acontecimientos no suceden aislados y la perspectiva nos ofrece una visión esclarecedora. Me agrada la vinculación de Móstoles con el Jazz, este año con un sabor neorleanés tradicional. Un fin de semana interesante, divertido y revitalizante. Móstoles tiene ese espíritu tenaz. Emprenderemos la nueva semana con una sonrisa y, lejos de distinguir los restos de la tormenta, la imagen que prevalecerá será la de los músicos de jazz trayéndonos aires frescos para nuestro regocijo.
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