¿Quién anda ahí? Móstoles: Salva de honor, mercado Goya

Salva de honor, mercado Goya

Columna semanal sobre uno de los establecimientos más emblemáticos del municipio.¿Quién anda ahí? Móstoles: Salva de honor, mercado Goya

Nuestra casa se encontraba a las afueras, casi en mitad de la nada, cuando nos mudamos a Móstoles. El gallo portugués típico de la ciudad de Estoril se encontraba en todas partes y resaltaba en una enorme valla publicitaria del polideportivo. Nosotros estábamos muy contentos de mudarnos a una casa con ático y de poder acudir a un polideportivo como ese, en el que he vivido los mejores tiempos de mi vida y del que, avatares de la vida, llegue a formar parte de su junta directiva como vocal de Cultura. Conservo excepcionales recuerdos de aquellos inicios en la nueva casa y he visto nacer todos los comercios que fueron iniciando su andadura allí. Aquella eclosión de vida a puertas de los años ochenta marca toda una existencia y nuestra personalidad; forma parte esencial de la madera de que estamos hechos. Si lo has vivido, sabes bien de lo que hablo.

Yo tenía nueve años cuando mi madre nos llevó a la inauguración del mercado Goya una tarde de marzo de 1977. Todos los puestos mostraban y ofrecían refrescos y bandejas de canapés a los visitantes y el mercado se llenó de vecinos enseguida. Desde nuestra mirada infantil, aquello era algo extraordinario y maravilloso que vivimos con exaltación. Mamá nos dejaba picar, pero advirtiéndonos de no llenarnos, que luego había que cenar. No éramos conscientes del momento que vivíamos, pues el mercado Goya ha sido el corazón de toda una zona privilegiada de Móstoles. Situado en el epicentro de tres puntos focales de relevancia en Móstoles: Estoril II, Iviasa y Las Nieves. Tres grandes barrios —podemos decir— que se constituyeron en motores culturales, sociales y económicos de gran relevancia en nuestra villa por aquel entonces. A partir del día siguiente, dejábamos de estar casi en medio de la nada, la apertura de la galería comercial Goya pudo ser más importante aún que la llegada del agua. Bancos, bares y comercios de distinta índole, comenzaron a revitalizar el barrio. No había nada que pudieras necesitar y que no pudieses encontrar a escasos metros de tu casa o a una o dos manzanas, a lo sumo. Los polideportivos de Estoril II y de Iviasa fueron los otros dos exponentes significativos para la impresionante vitalidad que refulgía en la zona, sin olvidar las fiestas de Las Nieves y, por supuesto, el mítico bar Las Nieves que muchos recordareis, donde algunos del equipo de atletismo tomábamos nuestras cervezas de vez en cuando.

El mercado Goya no solo ha sido un potente motor económico, sino que también ha sido un corazón social. No ibas a la carnicería, ibas a Joaquín; no ibas a la charcutería, ibas a José; no ibas a los aperitivos, ibas a Milagros… Su hija iba al instituto y era muy popular. El mercado Goya era todo esto, eran las personas. Una amiga y compañera de instituto, Rosa, era hija de José, el charcutero, al que, de nuevo cosas de la vida, mi madre conocía bien porque era a quien compraba cuando vivíamos en Moratalaz. Estas vivencias entrañables se multiplican por tantas personas que acudíamos a comprar cada día en los cuarenta puestos que llegó a tener abiertos en aquella época: fruterías, carnicerías, ultramarinos, casquería, mercería, panadería, congelados, taller de zapatería, bodega, bar, pescadería… La panadería traía pan a la una y a las dos de la tarde. Si no llegabas a tiempo, te quedabas sin pan ese día. En más de una ocasión se han formado largas colas esperando a que trajeran más pan por haberse acabado enseguida el de la una e incluso el de las dos. Tomé cariño a la panadería en aquellos años y ha inspirado más de un momento literario en mis escritos. Mi madre me mandaba a comprar y yo me quedaba esperando sin pedir la vez porque era muy tímido y me daba apuro hablar con nadie. Permanecía allí quieto hasta que alguna señora o el propio dependiente, él o ella, se percataban del tiempo que llevaba ahí parado y me instaban a pedir. Anécdotas y personajes como Joaquín, el carnicero, siempre alegre e incluso algo cantarín, con su bigote tipo Chevron, una persona vital y con energía. Llegué a encontrarle cierto parecido de carácter con Freddy Mercury: vital y entrañable. De esos tipos a los que un niño toma cariño pese a intimidarle. Anécdotas y personas como la pollería de los gemelos. Pronto quedó uno de los hermanos al frente, un hombre agradable y trabajador. La mayoría de las madres acudían a su puesto por la calidad que tenían sus productos y la atención personal que les brindaban.

Podría estar largas horas hablando del mercado de Goya. Si nos juntamos varios, igual pasamos días enteros sin cesar de hablar de nuestras vivencias, de las personas que han regentado sus puestos durante casi medio siglo y de los que han ido viniendo y yendo. Este año cumplía cuarenta y ocho años de vida siendo todo un estandarte y un símbolo de prosperidad en todos los ámbitos. Conocer la noticia de su cierre resultó demoledor, francamente no podía creer la noticia y enseguida la contrasté. Lamentablemente, es tan real como la muerte. Maite López Divasson, concejal portavoz de VOX en Móstoles, acudía al mercado el último día de apertura y hablaba con un pescadero, un hombre de cincuenta años, al que le preguntaba adónde iba a ir ahora: «Yo, de pescadero, no sé. Ya me voy a una fábrica que estoy esperando a que me llamen. De pescadero, no. En un mercado no hay futuro ya. Ya, desgraciadamente, los mercados se están acabando y, antes de que te pille con más años, prefiero…».

La indolencia a la que nos hemos acostumbrado durante décadas gobernadas por el agresivo capitalismo, que ha aprendido bien de sus errores pasados, nos impide ver con claridad una caída más de nuestras tradiciones, una mella más en la vida social y una pérdida más de nuestros valores y tesoros vitales. Ya ni sabemos lo que es manifestarse ni protestar. Podemos señalar a los políticos, tanto si hacen como si protestan; podemos señalar a las grandes superficies comerciales, favorecidas notablemente por los gobiernos municipales y regionales, y por los ciudadanos que lloramos la pérdida de nuestros comercios, nuestras costumbres y tradiciones, y nuestros valores, mientras seguimos acudiendo a las grandas superficies comerciales y en tanto nos habituamos a acudir a ellas antes que a los mercados y al comercio de barrio de toda la vida. Al fin y al cabo, no hay que esperar la vez y todo es más rápido y eficaz, ¿no es cierto? Solo hay que tomar el carro y andar por los pasillo escogiendo lo que se desea, pasar por caja, guardar la compra en el carro y en las bolsas, y volver a casa sin haber hablado con nadie ni mantenido relación social con nadie ni ayudar con la compra a más familias de las que emplea ese gran centro comercial. No quiero pecar de rebelde sin causa, comprendo bien que el mundo se ha acelerado y mercantilizado. Vivimos encogidos por el ruido y la furia, y quien no se mueva rápido queda descalificado en el juego de la silla. Comprendo, de igual manera, que no sirve de nada protestar en una red social o al amigo de al lado para proyectar una imagen solidaria y asertiva de buen ciudadano. Al igual que Móstoles, otros municipios pierden mucha seña de identidad en la frivolidad de favorecer grandes superficies que traen empleo a la ciudad, olvidando que los comercios locales, las tradiciones, el movimiento social que implican los pequeños negocios de siempre, aportan vida a ésta y son un motor económico, social y cultural de gran consideración.

Sé que todo esto es estéril. Nuestros mayores envejecen, se jubilan, y nadie sigue su legado; y con ellos, envejecemos nosotros. Las tradiciones, la artesanía, la realización personal y profesional de las personas se pierden. No somos capaces de encontrar un equilibrio razonable entre los valores, como los de la familia y la tradición, y el crecimiento natural. Crecemos con prisa, de manera desmedida y a cualquier coste. Todo irá bien, no hay por qué preocuparse. A nosotros, que no a nuestra descendencia, nos quedan los recuerdos de nuestra infancia, nuestras vivencias entrañables y nuestro corazón sembrado de tantos momentos y tantos privilegios como el de haber vivido el mercado de Goya y todo lo que ha significado en nuestra existencia infantil, juvenil y adulta. El mercado y las personas que han hecho posible tanta vida emanando de él. Mira arriba, a los mandatarios, mira al centro, a lo abstracto, a la política, a los que sí o a los que no; mira abajo, a los que tienes al lado, a los que toman el coche para comprar y a los que caminan al mercado del barrio. Mires donde mires, solo verás lo irremediable: el mercado Goya se ha jubilado con cuarenta y ocho años de vida plena y ejemplar de lo que es una ciudad, más allá de la economía. Desaparece de la vista, que no del corazón. No habrá más generaciones que sepan lo que es asistir al mercado ni experimenten su vida social. No habrá generaciones bregando con el charcutero para que no ponga cinco gramos de más o con el carnicero para que no le endiñe esa carne y le ponga esa otra. Esas generaciones no sabrán lo que son los productos de calidad, el trato personal con el comerciante de confianza, a quien puedes encargarle lo que necesites, ni lo que es ese tiempo vivido en la cultura de los mercados de verdad. Quizá no importe demasiado, ellos han de vivir su propia música. No sabrán lo que es un concierto de Queen, el nuevo disco de los Rolling o de Led Zeppelin ni cantarán en la intimidad las canciones de Aute. Sabrán de redes sociales, de pantallas electrónicas y de nubes en el metaverso, así les impidan ver las nubes del cielo al atardecer en invierno. Hemos de asumir que así son las cosas, pues así las hacemos todos y cada uno de nosotros en nuestro ámbito personal y con nuestros hábitos y costumbres prácticas, así se alejen de la calidad de vida y del trato humano.

Gracias a todos los que habéis hecho posible el mercado Goya con vuestro trabajo y sacrificio, y con vuestra paciencia y calidad humana y profesional. Os debemos la vida y permanecéis en nuestro corazón y en nuestro espíritu.

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