Nueva columna dominical de historias ficticias ambientados en Móstoles. Móstoles insolito: Relato 1. La cena
Autor: Sergio Diaz
Iván y Alina eran una pareja de adinerados magnates rusos que, tras dejar atrás un oscuro pasado vinculado al narcotráfico en la costa del Sol, habían logrado establecerse en un lujoso barrio de Móstoles. Su vida, plagada de ostentación y excesos, despertaba la envidia de cuantos les rodeaban. Sin embargo, con el paso del tiempo, la novedad y brillo del lujo, se había ido apagando, dando paso a una obsesión por experimentar sensaciones cada vez más extremas e intensas.
Una noche, mientras cenaban en el suntuoso salon de su imponente chalet, Alina, jugueteando con su copa de vino, sugirió a su marido probar algo “nuevo”: un restaurante clandestino que, según un viejo contacto de la mafia, servía carne humana. Aunque la idea les resultaba repulsiva a primera vista, la curiosidad pudo más que el rechazo moral, y decidieron embarcarse en tan macabra aventura.
Tras averiguar algo más al respecto, lograron contactar con un misterioso individuo que se hacía llamar «El Chef», quien les prometió una experiencia gastronómica que jamás olvidarían.
Atraídos por la promesa de sensaciones inéditas, Iván y Alina no dudaron en abonar la cuantiosa suma que les pidieron y aguardar instrucciones.
Días después, recibieron un enigmático mensaje en sus teléfonos móviles que les indicaba cómo proceder. Esa misma noche, un enorme vehículo negro se presentó en la puerta de su domicilio y la pareja fue acompañada por unos hombres enmascarados que los condujeron, con cierta violencia, hasta una clandestina y semi abandonada nave industrial en el viejo polígono de Arroyomolinos. Una vez allí, en un ambiente cargado de tensión un impecable camarero les ofreció una carta extravagante y perturbadora.
Cautivados por los sugerentes y prohibidos sabores, Iván y Alina se dejaron llevar por la euforia de la experiencia y disfrutaron, entre risas, de cada uno de los “exquisitos y alucinantes manjares” que iban desfilando ante sus azules ojos.
Cuando llegaron a casa embriagados de alcohol y de la experiencia de aquel surrealista festín, continuaron la fiesta en su cuarto, donde el sexo depravado y la cocaína, desfilaron a partes iguales. No repararon en que su hija Natalia, una joven estudiante de medicina de la URJC, no había regresado a casa después de su habitual salida del domingo.
A la mañana siguiente, cuando Alina, resacosa, fue a despertar a su hija, se percató de que no había vuelto a casa a dormir.
Atenazados por la angustia, la pareja comenzó una frenética búsqueda, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles.
De repente, entre todo aquel caos y confusión, un whatsapp sonó en el teléfono de Alina. Era un video corto que mostraba un lujoso platillo, decorado con flores comestibles, y en el centro, un pequeño trozo de carne. Era el postre de su cena de ayer.
El vídeo se acompañaba de un pequeño texto: «Gracias por su elección. Espero que la experiencia haya estado a la altura de sus expectativas. Su hija fue parte del menú. Con cariño, El Chef”.
Horrorizados, Iván y Alina se miraron, incapaces de procesar la realidad; el sabor de la carne, la textura, la intensidad… todo dio un vuelco de manera devastadora. Su propia hija había sido sacrificada en su búsqueda de la experiencia más extrema. El horror se apoderó de ellos, y el peso de lo que habían hecho se convirtió en insoportable.
La búsqueda de nuevas emociones les había llevado a la tragedia más siniestra. Las risas y el deleite de la noche anterior se transformaron en un eco ensordecedor, una risa macabra, tétrica y funesta que resonaba en sus mentes. La extravagancia se había convertido en un símbolo de la decadencia humana, y la búsqueda de lo prohibido había desatado un horror del que nunca podrían escapar.
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