Orgulloso de Móstoles: Nuestras Blasas Blancas

Orgulloso de Móstoles: Nuestras Blasas Blancas

Adaptación digital del artículo publicado en la edición de mostoleshoy.com. Orgulloso de Móstoles: Nuestras Blasas Blancas

* Texto adaptado del cuarto número del periódico impreso de mostoleshoy.com, correspondiente a junio de 2024. Para leer el periódico completo, puedes hacerlo haciendo clic aquí.

Debía de tener catorce años. Los mayores, para nosotros, eran los de tercero y no digamos los de C.O.U. Nos levantábamos temprano porque el camino al instituto era largo. Los del equipo quedábamos en la puerta del polideportivo Iviasa, que era un punto de encuentro habitual para todos. Había que bajar la calle Velázquez hasta las vías del tren, que cruzábamos por un angosto puente de metal pintado con minio. Atravesábamos un gran descampado hasta cruzar lo que hoy es la calle Granada y que, entonces, apenas era un camino de dos sentidos por el que pasaba algún coche de vez en cuando. También podía irse al instituto por la Avenida de los Deportes, que es lo que hacía la mayoría con las lluvias para evitar el tremendo barro del descampado. Era un trayecto quince minutos más largo y por él veías pasar la Blasa abarrotada hasta lo inimaginable. Podías dormir un poco más si cogías la Blasa, que costaba cinco duros. Había que tenerlos, claro. Para muchos era algo excepcional. Lo más característico de estos míticos buses era el sonido rasgado del cambio de marchas y el motor renqueante quejándose por los años y el exceso de peso. La Blasa quedaba como suspendida en el aire hasta que entraba la marcha y recuperaba el resuello para proseguir a duras penas con la carga de chavales yendo al instituto. Más de una vez pudimos pensar en que habríamos de proseguir trayecto a pie, lo cual sucedió en algún caso.

De alguna manera, estos pequeños y viejos autobuses con asientos de madera han dejado una huella entrañable en nuestra memoria. A esas tempranas horas, llegaba un momento en que las puertas se abrían a duras penas por falta de espacio y los nuevos pasajeros debían empujar y empujar mientras el conductor pedía que los demás se apretaran un poco. Si eras de aquéllos últimos, igual viajabas gratis porque el conductor ya ni se molestaba en cobrar. Pensando en esto, hemos de reconocer lo mecánicamente fuertes y resistentes que eran nuestras por siempre queridas Blasas. Quizá todos, en aquellos tiempos, éramos indeciblemente fuertes y resistentes de una manera tan natural que ni éramos conscientes de ello.

¿Quién anda ahí? Móstoles. © 2024 Eduardo Caballero. educaballero.com

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