El día comienza cuando mamá me despierta. Hace tiempo que papá se ha marchado a trabajar. Sale muy temprano. Salgo de la cama apoyándome sobre los brazos, sacando el culo y buscando el taburete a tientas con el pie. Duermo en la litera y a veces me lo quitan y he de bajar apoyando los talones en el armario, dando un pequeño salto al final. Lo primero, el baño. Mamá trastea en la cocina. Ella se levanta a preparar el café a papá y se queda despierta con sus tareas hasta que nos levantamos. Los días de verano son sofocantes y aburridos. Antes jugaba con los coches en el ático o en cualquier rincón donde nadie me molestase, como el salón, en la zona de los sofás. Los dibujos de la alfombra son como carreteras y caminos. He de estudiar el cuadernillo de Sociales y hacer los ejercicios porque me ha quedado la asignatura para Septiembre. Todo el mundo se puso hecho un basilisco.
Los profesores, mi madre y mis hermanas, que no cesaron de burlarse. La profesora contó a mi madre lo que había sucedido: Antonio fue muy torpe, se le cayó el papel al lado de la profesora, que, claro, lo vio; le pidió a Antonio que se lo pasara después de preguntarle dos o tres veces qué era aquel papel. Qué papel, ah, ese, no, eso no es mío. Se lo entregó a la señorita y ella lo desdobló con paciencia, pues tenía tres o cuatro dobleces. «La cinco. 1879, crisis económica, sociedad dividida en estamentos, privilegios nobleza y clero, ideas ilustradas promueven la Igualdad, no al poder absoluto. La dos…». La profesora nos señaló a Antonio, a Alejandro y a mí, pues era nuestra letra, y nos dijo que habíamos acabado el examen, que nos esperaba en Septiembre.
Tras resumir lo sucedido a mi madre, la profesora le expresó lo peor de todo a su criterio y es que mi examen estaba prácticamente acabado y que hubiera sacado un sobresaliente. Tenía que suspenderme por coger el papel de Alejandro y responderle. Luego se lo pasó a Antonio, que le amenazó con chivarse al verle con el papel. Antonio era un chico alto, fuerte y descarado. Un chulo. Y Alejandro era tonto, además de pesado. Yo había estudiado mucho y le dije que me dejara en paz. Respondí solo por eso, para que me dejara en paz. La peor parte de todo me la llevé yo, claro. Así que cada día he de hacer dos o tres páginas del cuadernillo. Mi madre sigue por la casa, atendiendo la lavadora, haciendo camas, barriendo, preparándose para la compra y mil tareas más. Las mañanas transcurren aburridas. Apenas saco los coches o me distraigo, mi madre me recuerda el cuadernillo. «Hijo, sabes que te la ganas con tu padre cuando vuelva si no lo has hecho. Dedícale una o dos horas y juegas luego lo que quieras».
Sobre la una o una y media voy a la piscina, si me dejan. A veces con alguna de mis hermanas, a veces yo solo. Me encuentro allí con los amigos, algunos del instituto, otros del equipo y otros de por ahí. Un día fuimos algunos a la piscina de Villafontana. Suerte que me dejaron ir porque no suelen hacerlo. Adelanté unas hojas del cuadernillo a propósito y me condicionaron a estar de vuelta en casa a las siete de la tarde como muy tarde. Esto es al principio del verano, antes de que los amigos se marchen de vacaciones y de que mi padre tome las suyas. Suele coincidir todo. Mis amigos suelen irse al campo, pero, sobre todo, a otras regiones y a otros países.
Joaquín estuvo en Argentina el año pasado y estuvo hablándonos de ello a toda la clase, nos hablaba de calles larguísimas con números como el ciento cincuenta y seis. Nosotros no salimos, somos muchos y ya mayores, según ellos. Mi tía, que es monja, suele invitar a mis hermanas a un colegio católico de chicas y pasan allí uno o dos meses atendiendo el quiosco de helados y golosinas. Así que es fácil sentirse solo porque suelo quedarme solo. Mi madre me envía a por el pan, a la panadería del mercado Goya. Podría ir con los ojos cerrados, pero he de tener cuidado con la carretera. Me gusta ir a la piscina, a veces pedimos algún juego con el carné de socio. Y, bueno, me gusta ver a las chicas. Están distintas al resto del año, aunque solo saben burlarse y juguetear, eso no cambia.
Las tardes son más tranquilas, sobre todo cuando comienza a ponerse el sol. A final de la tarde es cuando escribo en este diario, un poco a escondidas, la verdad. La casa está más tranquila y papá no me requiere a veces, se mantiene absorto en otras cosas. Hay tardes en que puedo experimentar con la guitarra de mi hermana siempre que no moleste. Salgo a la terraza y procuro estar solo. No sé tocarla, voy pulsando notas y me guío de oído, las voy hilando a medida que van sonando bien. Así compongo alguna canción. No canto, solo escucho la guitarra y siento las notas hilándose. Alguna vez se han reído, pero me da igual.
Querido diario, hace unos días me sucedió algo sorprendente. Verás, paseaba por la calle aprovechando que me habían dejado salir media hora, y me encontré con Esther, una compañera del colegio. No vamos a la misma clase, pero nos conocimos a través de la hermana de Ana, que sí es de mi clase, y hablamos con frecuencia. Le he pedido algún consejo de chica a veces, ella suele sonreír y quitar importancia a todo. También tenemos charlas filosóficas, ella es mayor y siempre rebate mis ideas, pero me gusta que lo haga. Cuando nos encontramos esa tarde ella iba con una amiga suya y nos presentó. Se llamaba Inma y acababa de llegar de pasar las vacaciones en Francia con una tía suya. Volvía pronto porque la tía tenía otros compromisos.
Charlamos un rato y nos despedimos. No le di mayor importancia al encuentro. Regresé a casa a la hora, preparé la mesa para cenar y el día acabó como siempre, de la misma manera en que comenzó el siguiente, sin novedades, solo que, al llegar la tarde, mi madre me avisó desde la cocina de que alguien preguntaba por mí. Nadie solía hacerlo, así que bajé las escaleras del ático para averiguar de quién se trataba. Allí, en la puerta de la entrada, estaban Inma y Esther. La primera vez que venían a buscarme dos chicas a casa.
Pedí permiso a mi madre y bajé a dar un paseo con ellas. Esther era muy pícara y enseguida supe que Inma le había pedido volvernos a ver. He vuelto a quedar con Inma, ya los dos solos. Paseamos y hablamos, tiene una risa graciosa y una cara bonita. No es como las demás. Me gusta cómo viste, cómo se mueve, cómo sonríe, cómo camina, cómo sujeta las llaves de casa… Es una sensación extraña, pero agradable. Y me siento querido. Hoy tengo que pedirle cuatrocientas pesetas a mamá y espero que pueda dármelas. Vamos a ir al cine y solo la entrada cuesta más de doscientas. Luego querrá tomar algo y quiero invitarla.
Lo bueno de todo es que estoy avanzando en el cuadernillo de Sociales y estudiando por las mañanas. Cuando no está papá me siento mejor, la verdad, más tranquilo. Hay tardes en que no me deja salir, y tampoco puedo hablar normalmente por teléfono si está cerca. Inma y yo nos echamos de menos y el tiempo pasa demasiado rápido. Solo el día que transcurre hasta la tarde siguiente en que nos veremos, se hace eterno. Me mantengo entretenido con el cuadernillo, los coches, la guitarra, yendo a por el pan, hablando con mamá mientras tiende la ropa y escribiendo a escondidas, como en este rato en que todos están en el salón viendo una película y yo me he subido a mi mesa en el ático, donde estudio y tengo todas mis cosas.
Estoy sentado en un taburete alto porque la mesa es una especie de banco de trabajo. Mi madre me insta a que ponga un poco de orden en los papeles y en los libros, pero sé dónde está cada cosa y para mí está ordenado. Ella plancha detrás de mí algunas tardes y yo la leo algún fragmento de libro cuando me deja. Muchos días le duele la cabeza y está cansada. Otros, no estamos solos y alguna de mis hermanas está cerca dándole el tostón o, sencillamente, haciendo otras cosas mientras cotillea de soslayo. Entonces, me absorbo en mis cosas.
Querido diario, lo dejo aquí. No sé qué más contar. El próximo año seguiré en el Balmes. Creo que es el último, porque después de octavo pasaré al instituto. Ya veremos. Papá le ha dicho a una de mis hermanas que podría buscar un viaje de cuatro o cinco días y llevarme con ella. Parece que iremos a Mallorca, pero aún no es seguro. Ya te contaré.
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