¿Quién anda ahí? Móstoles: La otra cara

¿Quién anda ahí? Móstoles: La otra cara

Nueva columna semanal, esta vez una reflexión sobre las dos caras de las fiestas. ¿Quién anda ahí? Móstoles: La otra cara

Las monedas, las manos, las ventanas y las puertas, los escaparates, los folios, los árboles, los cuadros, los discos vinilos, los relojes… Multitud de objetos presentan dos caras. Nos quedamos con la más vistosa y agradable, pero hay otra cara que conforma estos objetos y complementa su identidad. No solo les sucede a los objetos sino a las personas y a las situaciones. Estos días, en parte a colación de los días festivos que se aproximan, la cara menos visible de la ciudad, de las personas y de los acontecimientos, ha tomado una relevancia significativa en mis pensamientos. Digo a colación de estos días, en parte, porque estas Fiestas traen, habitualmente, un espíritu de hermandad, de colores, de alegría y de fraternidad. Sin embargo, existen situaciones y personas alejadas de este halo de bienaventuranza y ambas crecen en número cada año, por desdicha. Sabemos que la Navidad y las celebraciones festivas de estas semanas distan mucho de ser lo que eran. Tampoco podemos pedir que lo sean, claro, pero, asumiendo que no puedan serlo, cabría pensar que el espíritu de antaño se mantuviera vivo, que hubiéramos sido capaces, hijos y nietos, de mantener fulgente la llama, las buenas tradiciones y el espíritu de estos días de diciembre y de buena parte del comienzo del nuevo año. Las familias son menos numerosas y se encuentran más disgregadas, cada año faltan más personas y las nuevas esperan en vano recibir aquello que nos dieron a nosotros, a saber: valores, unión y amor. No es la única cara, es la cara menos amable y vistosa, que dota de identidad a los días, de igual modo.

En esta línea de pensamiento, recordaba malas experiencias con personas y situaciones. Hay asociaciones que, en su propio perjuicio, prefieren no asistir a un acto porque consideran que no podía haberse hecho peor y, sobre todo, porque sus intereses, a menudo cuasi personales, no se han visto cumplidos; hay un lado agrio de la percepción, que no percibe la cara amable y vistosa de las cosas sino que solo ve la parte trasera del lienzo; hay quien puede asistir al Navipark, el parque navideño estrenado hoy en Finca Liana, y juzgar un derroche su coste económico, considerando otras necesidades, incluso humanitarias; y hay quien puede asistir al mismo parque y salir regocijado con la belleza y el sentimiento que alumbran el alma, no solo de los pequeños sino de los adultos, que aún lo necesitamos más que los pequeños, en mi franca opinión. Estos días daba vueltas en mi cabeza a esa otra cara de las cosas y a esa moneda que lanzamos al aire con el deseo intenso de ver, sobre la palma de la mano, la cara escogida; daba vueltas a la cara del disco de vinilo que escogíamos para escuchar nuestras canciones favoritas. Las dos caras del disco eran bien diferentes. No obstante, la percepción conceptual del disco solo era posible escuchando el disco completo.

En ocasiones, decido mostraros las canciones más relevantes, la cara de la moneda, el lado escrito en limpio del folio, porque me parece relevante destacar lo mejor de las personas, de los eventos y los acontecimientos. Esto no ha sido óbice para hablar de otras facetas y resaltar cuestiones que me parecen mejorables o apuntar objetivos que, en mi consideración, debería mantener una ciudad para prosperar adecuadamente. He hablado de Tejiendo Móstoles, mujeres que realizan una labor social encomiable, como he hablado de la Casa Roja, patrimonio histórico, derruida indolentemente hace semanas. Una cara de las cosas se esfuerza por brillar en exceso o por pasar inadvertida, según la situación; la otra cara, a menudo imaginada con el rostro de Ebenezer Scrooge, se esfuerza en mantener sobre los raíles un tren sin maquinista. Los fantasmas del tiempo mostraron la cara amable del señor Scrooge y el cuento del gigante egoísta nos mostró la otra cara de la moneda, la resplandeciente y florida que solo uno de los niños que entraba a jugar al jardín pudo percibir. ¿Qué cara es la dominante? ¿La más brillante?, ¿la más sombría? Las luces nos ciegan a menudo, aún más que las sombras. Acudimos a la lumbre porque ilumina y da calor, pero nos pasa desapercibida la cara de las sombras y, si llegamos a percibirla, encendemos luces para ver con claridad. La noche muestra belleza, no solo por los astros que destellan en el firmamento sino por esa intimidad que nos hace encontrarnos con nosotros mismos, otrosí de ser el motivo por el que cualquier nimia luz brilla en su esplendor.

Nos duele pensar en los que no están, en aquellos que han de pasar la noche en el hospital, en la frivolidad comercial de estas semanas y en la ficción que representamos entre nosotros. Ese dolor nos vuelve algo huraños, nos lleva a tomar una apariencia triste o malhumorada, huir —nos decimos esto— de todo aquello que nos parece un decorado de cartón piedra, una ficción que nada tiene que ver con la autenticidad de los más nobles sentimientos. Nos duele esta cara visible que echaremos de menos el día que desaparezca. Pienso, quizá sea la conclusión a la que pueda llegar, que ambas caras son necesarias y que el reverso del folio escrito también muestra blancura. Las creencias no son importantes, puedes creer una cosa u otra, lo mismo los ideales o los intereses; finalmente, lo vital de las circunstancias se muestra con la perspectiva, con la visión de ambas caras en armónico desequilibrio. Ninguna es más que otra y cada una se mostrará con mayor visibilidad en una u otra circunstancia. No significa que sea la más importante sino la necesaria en ese momento para progresar. No creo que deba mirarse demasiado al diablo porque puedes convertirte en él. Lo mismo da si viste ropajes de seda o andrajos. Los asuntos mostrados con demasiada amabilidad, así como los expuestos con exagerada crudeza, tienen siempre otra cara y está en la voluntad de cada uno verla y el modo en que la contempla.

En definitiva, la armonía se encuentra en nuestra visión, no en la cara que contemplamos. Si sientes que algo no va bien, piensa que también es una oportunidad de aprendizaje, que existe una ocasión de mejorar. Si la experiencia nos advierte de lo imperturbable de una situación desagradable, solo podemos aceptar al mundo como es y decidir lo que hacemos con él y lo que hacemos con esa aceptación. Si te sientes mal con todo esto, acude a la otra cara. Puede suceder que, sin sospecharlo, nos encontremos en la cara equivocada o que, llanamente, necesitemos contemplar ambos lados. No se trata de encontrar el lado bueno de las cosas sino de contemplar ambas caras y tomar la perspectiva adecuada. Nada es perfecto, es harto sabido, y tampoco podemos luchar por la perfección, pero sí podemos escoger la cara con la que vivimos cada acontecimiento, e incluso a cada persona, si disponemos de esa perspectiva.

Soy una persona que detesta las aglomeraciones y, aun así, acudo a lugares atestados de viandantes para disfrutar de Ferias y eventos o de un tiempo agradable. Acudo a estas concentraciones para aprender de mí mismo, aprender que soy una persona como ellos, como vosotros, con la misma naturaleza y las mismas inquietudes y deseos de disfrutar. Acudiré al Navipark en más de una ocasión y observaré a padres y niños pasear entre las luces, disfrutar con las pistas de hielo y comprar en los puestos del mercadillo. Acudiré a ver el Belén municipal y dirigiré unos pasos pacientes entre la multitud para embeberme del ambiente festivo. Así llevo haciendo con funciones teatrales, Ferias del Libro y actividades y eventos que son vida. Cuando miro en mí, veo las dos caras y, a ratos me parecen niños discutiendo por trivialidades que son trascendentes para ellos; en otras ocasiones, sonrío al verlos caminar de la mano o entendiéndose y compartiendo ese momento.

No creas, amigo lector, que hablo de una cara sonriente y de una triste o enfadada, no creas que hablo del Ying y del Yang o de la noche y el día. Atisbar las dos caras no es tan sencillo y depende del tipo de persona que se desea ser, más allá, incluso, de la propia voluntad o naturaleza. Si ves una cara en mí o en mis palabras alguna vez, ten por cierto que hay otra cara y que ninguna de ellas es maligna. Ambas procuran un equilibrio a menudo imposible, pero con frecuencia cercano.

La cara que observas en una fotografía no se corresponde con la que podrías ver en vivo, la cara que escuchas de un disco no tiene por qué ser la mejor, el lado del folio que escoges para escribir no ha de ser el idóneo, como la cara de la moneda que pones en el mostrador no tiene que ser la más pulcra y atractiva, ni el escaparate que observas es ve igual desde el interior ni la persona que atiende un comercio muestra la cara que podría responder a su ánimo en ese momento. Todos procuramos a menudo, con mayor o menor éxito, mostrar la cara que deseamos exhibir. Todos percibimos, de las cosas y las personas, la cara que deseamos percibir. Solo considera que no es la única cara, ninguna cara se encuentra sola ni es única y exclusiva. Esta es la maravilla de la vida, que tiene más de una cara. Estos días me han mostrado ambas caras en diversas situaciones y he querido hablar de ello. Espero contribuir a una cierta armonía en tu percepción del entorno. De los días, de los eventos, de los sucesos y de las personas. Lejos de ser malo, las caras enriquecen una identidad y nos permiten ser mejores. Eso sí, han de convivir en armonía.

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