¿Quién anda ahí? Móstoles: Río creciente

¿Quién anda ahí? Móstoles: Río creciente

Nueva columna semanal sobre la primavera, niños y por supuesto, Móstoles. ¿Quién anda ahí? Móstoles: Río creciente

A la par que muestran su esplendor las flores y la naturaleza verde y multicolor, muda en júbilo nuestro ánimo y la luz radiante del día nos incita a salir a la calle así despuntan los primeros brillos de la primavera, que incluso sentimos correr por las venas. Como si hubiéramos conservado nuestra energía y mejor ánimo en casa durante el tiempo más frío, mana en abundancia toda esa vitalidad confinada durante los días invernales. Las actividades se suceden y solapan llevándonos a disfrutar también de la luz solar, del aire aún fresco y de los días de luz que preceden al ansiado verano. Por este escenario corre también el agua de un río creciente por el deshielo en las montañas: la cándida y revoltosa vida de los niños. Más candorosa antes de su primer día de guardería y más bulliciosa a partir de entonces. Salen con los amigos, tienen sus actividades y podemos alegrarnos por el respiro que ofrecen en casa. Las Fiesta del Dos de Mayo marca un inicio de temporada que prosigue con la Carrera Solidaria Infantil contra las Enfermedades Raras, una iniciativa que, personalmente, me parece excelente por diversos motivos, más allá del inmediato. Pronto abrirán las piscinas y comenzarán las colonias urbanas y los campamentos de verano, las vivencias más emocionantes que se pueden tener de chiquillo, los amigos nuevos, la independencia de papá y mamá, las incipientes sensaciones amorosas y las intrépidas aventuras. La vida parece rejuvenecer cada rincón y aspecto de estos días. Los niños son como las flores, se abren en este tiempo y sus sonrisas y vivacidad lo colman todo de alegría. Sí, también de quebraderos de cabeza y de preocupaciones, pero todo ello se disipa con su felicidad y su algazara.

Confieso que nunca me fue grato relacionarme con niños durante mi juventud y algo más allá. Me gustaban, pero temía no saber hacerlo y, lo que es peor, hacerles daño de alguna manera. Los niños resisten mejor los golpes físicos por una caída jugando que los golpes emocionales por una respuesta o una mera actitud discordante ante ellos. No me sentía capacitado dada la infancia que he tenido. Esta dificultad, sin apenas percibirlo o sin prestarle la atención requerida, se mostró pronto como una asignatura pendiente, en la espina de un rosal clavada en la piel que decidí quitarme junto con otras espinas que comenzaban a afectarme en exceso en aquel tiempo más allá de la juventud. Mi paso por Cruz Roja Juventud de Móstoles durante cuatro años modificó mi visión del mundo y, sobre todo, mi mundo interior. Cuánto es posible aprender de un niño no tiene medida. Comencé con el grupo de cinco a siete años y pronto me involucré con el resto, que alcanzaban hasta la preadolescencia. Quizá no hubiera tomado muchas decisiones que he ido tomando después, de no haber sido por aquella época tan valiosa.

No es suficiente con vivir las experiencias vitales, sino que es necesario interiorizarlas, lograr el equilibrio entre el silencio interior y la inmersión plena de los sentidos. Contemplar el río y observar la propia imagen de uno reflejada en sus aguas no pasa de ser una mera experiencia. Es necesario zambullirse, sentir la corriente, formar parte de ella y descubrir lo que siente la persona que se está mojando, que nada, bucea y chapotea como el niño que no pudo ser. Muchos sabréis bien de lo que hablo. Pienso que nos acercamos a los niños (o nos alejamos de ellos) como los adultos que somos, pero no somos capaces de acercarnos a ellos como los niños que seguimos siendo. La Carrera Solidaria Infantil contra las Enfermedades Raras, que tendrá lugar en Móstoles el próximo día dos de junio en su séptima edición, es un acto que es necesario vivir con los niños. Una carrera que habla de ilusión, de fraternidad, de perseverancia, de amistad…

Cuando pierdo la esperanza, que suele ser con frecuencia porque soy muy despistado y no recuerdo dónde he dejado qué, llegan a mis días estas reflexiones. Es suficiente con acudir un día a la Biblioteca Almudena Grandes, a la Norte-Universidad o a cualquiera de las seis que existen en Móstoles. Observas a los niños entusiasmados con el trueque de libros: vengo a dejar este y me llevo estos nuevos. ¿Recordáis, queridos lectores, esa sensación? Caminar por los pasillos y recorrer con la mirada tantos y tantos libros, todos al alcance de la pequeña mano que se atreve, con sumo cuidado, a sacar uno del estante, a abrirlo y ojearlo, para prendarnos el contenido de éste al instante y de tal manera que acudamos a sentarnos a la mesa más cercana, a continuar embelesándonos con la lectura, si acaso hemos logrado reprimir el impulso de sentarnos allí mismo, en el suelo del pasillo. Es suficiente con atravesar un parque y caer cautivo de cualquier imagen de un padre o una madre con sus hijos, para recordar aquellos tiempos en que habíamos de estirarnos para alcanzar su mano paseando, pero también para detectar al momento la esencia de la vida, el agua creciente que corre por los días y por las venas, despreocupada de obligaciones y tareas mundanas.

El año pasado, uno de mis paseos fue a dar involuntariamente con el colegio Balmes, donde estudié hasta el comienzo de mi adolescencia. Una algarabía de niños alborotaba el patio y me acerqué a curiosear. Estaban celebrando el fin de las clases por Navidad y me embobé con la escena recordando aquellos tiempos. Entonces, Don José Rico, el profesor de literatura, seleccionaba voces para el coro anual de villancicos. El patio no estaba asfaltado en su totalidad. Salvo la parte de la cancha de baloncesto, todo era tierra y apenas había dos porterías de fútbol sin red. Pensé en hacer algún truco de magia para ser uno más de aquellos niños disfrutando con todo lo preparado para ellos. También resulta sencillo recordar y no es algo reservado a «los mayores» ni síntoma de ningún trastorno causado por la edad. Menos aún es signo de estar acabado o de no tener vida por delante sino más bien es indicio de sabiduría. Visualizar el camino recorrido, la vida transcurrida y vivida, sin juzgar ni atribularse, tan solo acercándose a contemplar a quienes han sido tú antes que tú y ver en ellos tu reflejo. Zambullirte y chapotear en esa agua como un crío disfrutando a lo grande sin saber de la impronta vital que esos días y esos momentos dejarán en su alma formando parte sustancial de ella.

Pienso en Móstoles, esta ciudad, al escribir estas líneas. Puedes recorrer las calles y los parques, asistir a las Bibliotecas y a los Centros Culturales, y percibir cuánta historia y vivencias acumulan. Los edificios, las calles, los parques, las zonas urbanas, los barrios… también fueron niños, algunos más tardíos, pues se incorporaron a mitad de curso, pero fueron chiquillos alumbrando y dando vida a la par que mostraban su esplendor las flores y la naturaleza verde y multicolor tras las lluvias de invierno. Está bien crecer y relacionarnos con los niños como niños que somos. Eso es lo que nos muestra vida por delante, con independencia de la edad que se tenga. La vida está siempre por delante, solo hay que verla, solo hay que zambullirse en este río creciente. Y esta época de luz y color es la más idónea para hacerlo, y para ser los niños que somos.

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