Nueva columna semanal reflexionando sobre una de las iniciativas impulsadas en el municipio. ¿Quien anda ahí? Móstoles: Un banco rojo
Se habla de dos tipos de soledades: la deseada y la no deseada. En mi opinión, podríamos hablar de muchos tipos de soledad y entraríamos en una clasificación tan compleja como la de los seres vivos. No hilaré tan fino como un hilo de seda, todos conocemos bien algunas caras de la soledad, otras podemos imaginarlas y otras ni siquiera alcanzamos a concebirlas. Escuché desde niño que la peor soledad es la que se siente rodeado de personas. Esa soledad se acentúa cuando las personas que te rodean son tu familia, tus amigos y tus compañeros, tus vecinos y las personas más cercanas. Sabemos de lo que hablamos y hemos estado en ambos lados, incluso seguimos estando porque nuestros temores y desconfianzas se acentúan con nuestras experiencias. Sí, es una dicotomía imposible de resolver por encontrarse inherente a la naturaleza humana. La bondad de una soledad deseada es que te permite conectar con la sociedad como quien sale de casa un día y se relaciona como si nada con las caras conocidas; en ella perdura ese nexo con los demás como un puente que se mantiene en pie y que es posible cruzar cuando apetezca. Igual es una soledad amable en la que se encuentra cierto equilibrio y cierta paz interior, al menos durante un tiempo moderado, antes de convertirse en no deseada. Esas soledades, las no deseadas, carecen de puentes, has de cruzar a nado un profundo, gélido y ancho río de aguas turbulentas y rápido torrente para comunicarte con el otro lado, para encontrar la ayuda y el apoyo necesarios para construir un puente nuevo en los meses, acaso años, siguientes. No debería ser tan complicado, ¿verdad? Las personas tenemos capacidad para hacerlo más sencillo, para facilitar la incorporación y ayudarnos. Sin embargo, es tan complicado… Lo sabemos bien, por haberlo vivido y por haber omitido nuestra ayuda. La dicotomía incómoda.
Manteniendo sus siete principios fundamentales, Cruz Roja se encuentra identificando necesidades en diferentes ámbitos; analizando, recabando datos e información, proyectando la intervención y actuando para resolver el conflicto. En ese camino y con la experiencia sobrada de su trabajo social, puso en marcha el proyecto CRECE, una iniciativa experimental que busca mejorar la calidad de vida de las personas mayores que padecen soledad no deseada. Un proyecto complejo y ambicioso que ha arrojado resultados satisfactorios y esperanzadores. Parte de éste ha sido la iniciativa de colocar un banco rojo en poblaciones como Móstoles o Alcorcón. Bajo el lema «Hagamos comunidad», que responde a una inicial preocupación por abordar la soledad no deseada, el Alcalde de Móstoles, Manuel Bautista, y la concejal de Contratación, Mayores y Bienestar Social, Raquel Guerrero, junto a Cristina Cabezas, Presidenta de Cruz Roja Móstoles, Álvaro Junqueras, director técnico de Cruz Roja Móstoles, otros miembros del comité local, voluntarios y algunos mayores de nuestra ciudad inauguraron el pasado dieciséis de mayo el banco rojo ubicado en la Plaza del Pradillo, apoyando la iniciativa desarrollada por el Ayuntamiento de Móstoles y Cruz Roja. El banco rojo se encontraba lazado con una cinta roja que el alcalde cortó en acto oficial. Envuelto para regalo, pensé con suspicacia inicial, un pensamiento recurrente y asociativo carente de sentido, que, sin embargo, avivó mi atención sobre el proyecto. Sigo teniendo pensamientos suspicaces como imaginarme a una persona sumida en una soledad no deseada abriendo el regalo para encontrar un banco rojo en el que sentarse, consciente de lo llamativo de un color que atrae todas las miradas, tanto más sobre quien decida sentarse en él siquiera un instante, quizá en un acto desesperado de entrar en el agua de ese profundo, gélido y ancho río de aguas turbulentas y rápido torrente. No es un rojo sangre sino un rojo institucional que confronta con la idea de desinstitucionalizar a las personas que mantiene como objetivo el proyecto CRECE. Junto al banco, en la plaza más céntrica y concurrida de la ciudad, un expositor publicitario, del tipo roll-up, que describe el objetivo del banco destacado con ese color rojo institucional, anima a «hacer comunidad» a las personas que no se sienten solas y deseen acompañar a las que sí. En resumen, algo muy institucional realzado con una buena campaña de marketing, imprescindible en nuestros días y que forma parte de las causas de la soledad no deseada, en el sentido de ser elemento esencial de una sociedad que promueve la competitividad, el individualismo y la frustración. Ahora bien, manteniendo estos pensamientos suspicaces en un aparte, pienso en el fondo de la iniciativa, en la idea de unos bancos, de un lugar al que alguien pueda acudir a charlar sobre cualquier tema con un desconocido, sin ser menester hablar de la propia soledad o de sus causas, ni siquiera del sufrimiento. Solo hablar de lo que desee hablar la persona que se siente sola. Huir del color rojo vibrante y luminoso (así descrito en el Manual de Identidad de Cruz Roja por su visibilidad, por ejemplo, en conflictos armados) y utilizar quizá un verde amable, sin pretensiones, que vibre y luzca menos, pero que resulte acogedor. Tal vez un azul tranquilo, que es el color que representa la comunicación y se asocia con la confianza, la serenidad y la calma. Pienso, asimismo, en la existencia de estos bancos en distintos puntos de la ciudad, huyendo de los lugares céntricos. Alguien que desea charlar y añora la compañía no acude al lugar más transitado de la ciudad. Quizá son bancos que podrían tener una forma distinta y tener una placa identificados de una manera positiva como «banco de la compañía (de la amistad)». Distribuidos discretamente por la ciudad…
Sé bien que no arreglamos mucho, pues no abordamos la causa ni trabajamos en la prevención. Si acaso, es una manera de corregir, actuando sobre un grupo de población representado por las escasas personas que podrán sentarse. Bien, el náufrago lanza cientos de botellas al mar con la certeza de que nadie leerá el mensaje, pero si el mensaje llega a ser leído por una persona, el náufrago habrá salvado la vida. Por tanto, recibo con buen talante la iniciativa. Se trata de un experimento, al fin y al cabo. La solución, si es posible en este tipo de sociedad, habrá de llegar por otras vías, en mi consideración: focalizando a los mayores, pero no reduciéndola a ellos, actuando en las causas y trabajando en la prevención, lo que no es óbice para actuar de manera correctiva en los casos existentes.
Es difícil tratar la soledad, del tipo que sea; es difícil construir o reconstruir ese puente. Al menos, habrá herramientas que calen en la sociedad y podremos mitigar un tanto, por utópico que parezca. Quizá si fuera una sociedad menos capitalista, menos competitiva e individualista, habría alguna posibilidad. ¿Quién cambia eso? Vivimos tan bien en ella, con todo a nuestro alcance… ¿no es cierto?
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