Móstoles Insólito: Relato 14. El Libro 2ª Parte

Móstoles Insólito: Relato 14. El Libro 2ª Parte

Nueva columna dominical de historias ficticias ambientadas en Móstoles. Móstoles Insólito: Relato 14. El Libro 2ª Parte

El olor persistía: una mezcla nauseabunda de sal marina, podredumbre y algo más antiguo, algo que olía como debían oler las profundidades abisales donde la luz nunca penetra.

Me alejé del escritorio, pero no podía apartar la mirada del libro. La tapa, que antes había parecido de un cuero oscuro común, ahora mostraba patrones que se movían bajo su superficie, como si algo estuviera nadando bajo una fina membrana. Las letras doradas del título parecían pulsar con un ritmo propio, como si respiraran.

Sentí de nuevo una irrefrenable fuerza que me impulsó a abrirlo otra vez. Los símbolos… aquellos caracteres indescifrables que se retorcían en las páginas amarillentas como gusanos de tinta negra, no pertenecían a ningún alfabeto conocido, y sin embargo, algo en mi mente intentaba darles sentido, como si una parte primitiva de mi cerebro reconociera en ellos un lenguaje más antiguo que la humanidad misma.

Un súbito mareo me obligó a sentarme en el borde de la cama. La habitación parecía respirar a mi alrededor, las paredes expandiéndose y contrayéndose como si fueran las branquias de alguna criatura marina.

Las sombras en las esquinas se habían vuelto más densas, más profundas, y por el rabillo del ojo podía jurar que se movían de forma independiente a la luz.

El sonido del tráfico que llegaba desde la calle se había transformado en algo diferente: un murmullo rítmico que sonaba sospechosamente como palabras susurradas en una lengua desconocida.

Y bajo todo ello, un pulso constante, como el latido de un corazón monstruoso que bombeaba algo más espeso que la sangre.

Miré el reloj: habían pasado tres horas desde que abrí el libro. ¿Cómo era posible? Tenía la sensación de que apenas habían sido unos minutos. El tiempo parecía comportarse de manera extraña en presencia del Necronomicón, como si el libro distorsionara la realidad a su alrededor.

Me levanté con piernas temblorosas y me acerqué a la  ventana, necesitando el contacto con el mundo exterior, algo que me anclara a la realidad. Pero la vista de Móstoles que me recibió no fue tranquilizadora: las luces de la ciudad parpadeaban con un ritmo irregular, como si respondieran a algún patrón incomprensible, y los edificios proyectaban sombras que no correspondían con la posición de las farolas.

Los días siguientes se fundieron en una espiral de lecturas obsesivas y pesadillas cada vez más vívidas. R’lyeh se alzaba en mis sueños, sus torres retorcidas desafiando la cordura, y aquella criatura de mi primera pesadilla me observaba desde lo alto, sosteniendo siempre aquel libro ominoso.

Durante mis caminatas por la ciudad, Móstoles se transformaba ante mis ojos. La plaza del Pradillo se convirtió en un laberinto lovecraftiano, y la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción proyectaba sombras imposibles. En el Parque Finca Liana, los árboles susurraban secretos en lenguas muertas.

Una noche, mientras intentaba descifrar un pasaje particularmente perturbador, escuché pasos húmedos en el pasillo. El hedor a mar putrefacto de la librería invadió mi apartamento. Por la mirilla vi una procesión de seres que se movían erráticamente: criaturas con cabezas bulbosas y branquias palpitantes, como el librero pero en diferentes estados de transformación.

Comprendí entonces la verdad: el Necronomicón no era solo un libro; era una llave, y yo había ayudado a abrir una puerta que jamás debió ser abierta. Móstoles estaba cambiando, convirtiéndose en algo más antiguo, más terrible.

Las palabras del grimorio resonaban ahora con claridad cristalina en mi mente:

«Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn».

“En la Ciudad de R’lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando”.

Mientras la realidad se desmoronaba a mi alrededor, supe que era demasiado tarde para cerrar la puerta que había ayudado a abrir. La transformación había comenzado, y Móstoles nunca volvería a ser la misma.

Miré por la mirilla y vi cómo todos aquellos seres se agolpaban en el descansillo. Comenzaron a golpear incesantemente la puerta con la malsana intención de derribarla. Miré por la ventana, buscando cómo salir de mi apartamento mientras los golpes se hacían cada vez más intensos.

Los golpes en la puerta se intensificaron mientras observaba  la única vía de escape posible: la ventana de mi quinto piso. El Necronomicón palpitaba con más fuerza que nunca entre mis manos, como si supiera lo que estaba por venir. La madera de la puerta empezó a astillarse.

En ese momento, una figura colosal emergió entre las nubes, oscureciendo el cielo nocturno de Móstoles. Sus alas membranosas cubrían kilómetros, y su rostro tentacular me resultaba terriblemente familiar. La criatura de mis pesadillas había llegado.

La puerta cedió con un crujido final. Mientras los seres de branquias palpitantes invadían mi apartamento, tomé mi decisión. Con el libro contra mi pecho, me lancé por la ventana. Pero en lugar de caer hacia el suelo, sentí como si una fuerza antigua me arrastrara hacia arriba, hacia aquella monstruosidad que dominaba el cielo. Lo último que vi fue la ciudad de Móstoles distorsionándose bajo mis pies, sus calles retorciéndose como tentáculos de piedra mientras una risa ancestral resonaba en mi mente.

De repente desperté, ¿todo había sido un sueño?. La tenue luz de la mesilla de mi lado de la cama estaba encendida, mi mujer a mi lado dormía plácidamente y en el suelo descansaba, entreabierto un libro, “La sombra sobre Innsmouth”. Gandalf, mi gato, me miraba con ojos brillantes desde los pies de la cama. Algo en su mirada me indicaba que sabía mucho más de lo que parecía. Mientras se acercaba ronroneando algo golpeó fuerte sobre la puerta de la calle. Un intenso olor a pescado inundó el ambiente.

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