Cinco horas para capturar la esencia del municipio en cada pincelada. ¿Quién anda ahí? Móstoles: En pintura

Me agrada la idea del arte en la calle. Músicos, declamadores, actores, pintores… mostrando su arte a la intemperie para deleite de transeúntes y ciudadanos. La cultura se nutre de la calle y se divulga en ella. Por supuesto, es el medio inmediato y eficaz de llegar a las personas: la calle. Hace un año, hablé en esta columna sobre la pintura rápida y sobre los artistas a los que les va la vida en cada pincelada y a los que cada obra finalizada les retorna esa vida aún más embellecida y florida.  Vuelvo a hablar sobre ello este año porque el Ayuntamiento de Móstoles ha anunciado este mes la celebración del I Certamen de Pintura Rápida Ciudad de Móstoles, alborozando el ánimo de aficionados a este arte, cuya calidad artística dificultará, de seguro, la decisión del jurado.

Lugares emblemáticos y rincones de Móstoles tomarán relieve en el lienzo con la complicidad de la mirada y los útiles de los participantes, que dispondrán de cinco horas para realizar sus trabajos. Serán un máximo de doscientos participantes distribuidos en tres categorías, pudiendo participar desde los cinco años, y pienso en todas esas miradas únicas de nuestra ciudad. La ilusión de un chico de ocho años, de una adolescente de catorce, de un adulto de mediana edad o de una mujer entrada en los setenta. Cada una de esas miradas requiere de sus manos, de su don, su intuición y su conocimiento de la técnica, de sus experiencias y de su espíritu, para lograr plasmar esa mirada única en el lienzo con sus matices de formas y colores. La geometría, la perspectiva, las luces y penumbras del día… cada nimio detalle incide en el resultado. Marco, el chico de ocho años, pinta desde que era niño. No recuerda qué día comenzó a hacerlo y se convence de haber pintado el interior de su madre antes de que ella le diera a luz. Lo hacía por instinto, como si pintara su caverna a la manera en que los primitivos pintaron las cuevas de Altamira reproduciendo con sus dedos manchados las figuras que veían con su mirada. Así piensa que pintó por dentro a su madre, aunque nadie consiga verlo, salvo los médicos que puedan operarla un día. Entonces, ella será famosa y el mundo querrá preservar aquellas pinturas rupestres. Desconoce si de verdad lo son, pero escuchó esa palabra en clase y le parece apropiada. Se lo dijo un día: tienes pinturas rupestres dentro de ti, así, en tu tripa. Te las hice yo. Su madre sonrió y guardó para sí toda la ternura que le conmovió. Con apenas cinco años, les pidió apuntarse a una academia de pintura. Por desgracia, no quedaba ninguna de las que recordaban de su tiempo, pero lograron encontrar una en la que Marco se encuentra a gusto y está aprendiendo como si fuera una esponja absorbiendo cuanto le enseñan y observa. El Certamen le volvió loco de alegría y, claro, le han apuntado. Nunca ha pintado en la calle y así, de primeras y de seguido. Ahora practica en casa. Sale a la terraza un sábado por la tarde y se concede tres o cuatro horas para pintar lo que ve. Sus padres desearían poder hacerlo, pintar lo que ven al observar su espíritu y su tesón.

Cris, la adolescente, una etiqueta que la molesta sobremanera y que desea le quiten pronto, pinta desde los diez años. No sabe bien la razón, tampoco le preocupa en exceso. Comenzó en los cuadernos y con dibujos absurdos, por mera diversión. Creó unos muñecos con una nariz enorme y ojos saltones para representar a la gente que conocía. Sus amigos y familia, en primera instancia. Siguió por los profesores y pasó a la gente que veía por la calle. Se sentaba en un parque con su cuaderno de bocetos, su carboncillo y un lápiz de mina semiblanda, y dibujaba el parque o la calle como paisaje, pero mostrando sus estados de ánimo y aspiraciones al dibujar a las personas que pasaban por allí en ese momento. No a todas, aquellas que llamaban su atención. Y pronto dejó de lado aquella nariz y aquellos ojos cómicos para centrarse en reproducir su mirada y su sentir en ese instante, en capturar aquello que le había llamado la atención y dotarlo del sentimiento que le había despertado. Cuando le hablaron del Certamen, enseguida sintió el deseo de participar. Nada más acorde con la etapa que atravesaba de observar, sentir y plasmar todo aquello en un instante sobre un lienzo. Tenía algunas ideas como la estatua al lector de la calle Canarias, junto a la Biblioteca. Un día permaneció junto a ella para tratar de sentir lo que podía sentir ella con tanto alboroto a su alrededor y tratando de leer aquellas páginas sin poder pasarlas para continuar la narración. Parecía una loca, la amiga loca del lector anónimo.

Luis comenzó su afición a una edad tardía. Cuando hablaba por teléfono rasgaba garabatos con algún bolígrafo en las hojas de sucio. Al finalizar la conversación, descubría que había estado dibujando una imagen y no paraba de garabatear hasta finalizarla. Pronto prefirió usar el lápiz y divertirse con los matices de sombreado. Cuando quiso darse cuenta, estaba experimentando con acuarelas en cuadernos de dibujo. Así comenzó a realizar dibujos para sus sobrinos, sus amigos y sus familiares. Dibujos que fue complicando y mejorando con técnicas que aprendía en los libros y en tutoriales. Reprodujo fotografías que guardaba en un cajón del salón y descubrió que los sentimientos y la percepción, los estados de ánimo y las emociones, formaban parte de sus dibujos como cualquier otra técnica, pero sin serlo. Todas esas cosas habían estado ahí siempre, pero no les había puesto atención. Ahora sí. Encontró un lugar algo escondido en un parque y allí comenzó a dibujar al aire libre con sus acuarelas y sus lápices. Su mayor reto fue un atardecer y lo pintó una y otra vez durante meses hasta lograr un resultado satisfactorio. Ese cuadro se encuentra en un lugar privilegiado del salón, como si fuera el corazón de su hogar. Sí, claro que pensó en participar en el Certamen, en dibujar uno de los rincones de su ciudad natal, tan pronto se enteró de la convocatoria.

Marta se jubiló hace tiempo. Tras una vida entregada a las obligaciones y al agotamiento creciente que generaban, se encontró sola en casa. Su marido había fallecido hacía diez años, sus hijos se habían independizado y no encontraban tiempo que dedicarle y la empresa decidió jubilarla con antelación. Sí, tenía sus amistades, pero todo era muy distinto ya. Visitó una exposición en el Centro Cultural Villa de Móstoles y recordó aquellos tiempos juveniles en que disfrutaba con la pintura acrílica. Señor, ya no sabría ni dibujar con un lápiz —pensó de primeras. Aquellas pinturas de la exposición la fascinaron. Los recuerdos se desbocaron enseguida. Si hubiera seguido practicando podría haber sido ella quien expusiera en Centros. Los años de su vida cayeron a plomo como un enorme pesar en cuanto se dejó llevar por tantas y tan diferentes sensaciones. Cayó alguna lágrima de aviso y procuró calmarse enseguida. Ese fue el aliciente para encontrar cursos de pintura en Centros Sociales y Culturales. Así comenzó todo, así comenzó a pintar de nuevo. Las amistades insisten en que está más ocupada que cuando trabajaba y tenía más obligaciones. Ella responde que el tiempo ahora es suyo y que también tiene para ofrecérselo a ellas. Además, quiere participar en el Certamen de Pintura Rápida. Nunca ha pintado de esa manera y quiere probar. No le importa el premio, solo quiere disponer de esas cinco horas para dibujar la fuente de las lavanderas, y ya se ha apuntado y practica cada día.

Al contemplar una pintura podemos percibir solo una calle o un lugar cualquiera como si fuera una instantánea al azar y de seguro desconoceremos si fue pintada en cinco horas o en cinco días. Quizá solo pensemos en si nos gusta o no, o si está bien pintada o no bajo nuestro criterio. Podría haberla pintado cualquiera, no es algo de interés porque solo importa lo que se presenta a nuestra vista y la mirada que proyectamos sobre ello. Ella, nuestra mirada, no entrará en la profundidad de la obra artística, que será lo más valioso de ella. Nuestra mirada no se encontrará con la mirada que se proyectó sobre el motivo, en primer lugar, para percibirlo y sentirlo, y sobre el lienzo, en segundo lugar, para expresar y plasmar no solo el motivo sino cuanta vida le ha prestado de la suya propia el artista; aquella mirada, aquellas manos y aquel corazón. O quizá sí, quizá sí podamos, después de todo, sentir toda esa vida en los cuadros del Certamen, quizá podamos sentir, incluso, las pulsaciones de la ciudad en cada pintura. Es posible que un día paseemos por aquel lugar representado y todos nuestros ojos vean la pintura sobre la imagen cotidiana que consideramos real. Quizá un día sintamos el impulso de comenzar a practicar para ser los siguientes en participar en el próximo Certamen anual. Posiblemente, nos ronden algunas ideas por la cabeza ya. Conocemos Móstoles de mil maneras y es hora de conocerlo en pintura, de inmortalizarlo unido a esos instantes y a través de esas miradas únicas.

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