Nueva columna semanal abordando una de las festividades locales del municipio. ¿Quién anda ahí? Móstoles: San Isidro y el agua
Los acontecimientos históricos y tradiciones se articulan, en ocasiones, como piezas de un puzle o mecanismos de un reloj. Ahondar en orígenes y tradiciones de la Fiesta de San Isidro evidencia esta certeza. Isidro Labrador, nacido a finales del s. XI, fue un labrador mozárabe, hijo de colonos mozárabes, que trabajó como jornalero en el área de Madrid (entonces Mayrit) y alrededores. Huyendo de la conquista almorávide conoció a María Toribia en Torrelaguna, conocida como Santa María de la Cabeza, según la tradición, con quien, al parecer, contrajo matrimonio y tuvo un hijo. Fue beatificado por el papa Paulo V en 1619 y canonizado por el papa Gregorio XV en 1622. Su canonización supuso la celebración de grandes fiestas en Madrid, determinándose su festividad el 15 de mayo, día en que sus restos, conservados en la iglesia de San Andrés, fueron trasladados al interior del templo y ubicados en el altar mayor de la Colegiata, y aprobándose su Patronazgo sobre la Villa y Corte de Madrid.
Los festejos de San Isidro incluyen, como es bien sabido, romerías, verbenas, atracciones y diversos espectáculos tradicionales que definen el casticismo madrileño. Son celebraciones vinculadas a uno de sus milagros, hacer brotar agua al golpe de su vara, y ésta desempeña un papel relevante: una de las costumbres más arraigadas, de hecho, es la romería a la ermita de San Isidro. La romería tiene lugar en la Pradera de San Isidro y en sus aledaños, siendo costumbre que chulapos y chulapas beban el «agua del santo» que brota del manantial anexo a la Ermita. Una costumbre anterior, incluso, a la construcción de la ermita, cuando los campesinos ya otorgaban cualidades milagrosas a la fuente.
Comer rosquillas (tontas, listas, de Santa Clara o francesas) y beber limonada (vino, limón, azúcar y fruta) en la pradera de San Isidro forma parte de esta tradición. Son fiestas que giran en torno a la música, la tradición y la gastronomía, y en las que engalanarse con la tradicional vestimenta de los chulapos es imprescindible. Así se conocían a los vecinos de Malasaña mientras que los Manolos eran aquellos que acudían a las fiestas desde Lavapiés. Otro de los pilares de los festejos en la Pradera de San Isidro es el chotis, bailado por primera vez en el Palacio Real en 1850. El pueblo lo hizo suyo y lo incorporó a las festividades de la villa convirtiéndolo en un elemento esencial de éstas.
Móstoles vivió en la década de los setenta su incremento de población más espectacular. Tal crecimiento en tan reducido espacio de tiempo conllevó un agravamiento de necesidades elementales, como la del agua, que no llegaba a la mayoría de viviendas. Los vecinos mantuvieron una larga lucha demandando un suministro de agua a todas las viviendas de la ciudad, lucha que culminó el 28 de junio de 1980, cuando el agua corriente, traída por el Canal de Isabel II, llegó a todas las casas. A partir de entonces, se celebró el Día del Agua en esta fecha, convertida en una de las más señaladas de la historia reciente de Móstoles. Hace casi tres décadas, la villa volvió a declarar día festivo, no laborable local, el 15 de mayo, día de San Isidro, y trasladó la tradicional Fiesta del Agua a este día para hacerla coincidir con la festividad madrileña. Resultaba una decisión coherente, ya que la Fiesta del Agua solo se celebraba en Móstoles y, por tanto, ese día solo era festivo en nuestra ciudad; siendo que, entonces, era una ciudad dormitorio y la mayor parte de la población trabajaba en la capital, pocos eran los mostoleños que podían disfrutarla.
Por desgracia, el paso de los años ha ido diluyendo la celebración del Día del Agua, reduciéndola, práctica y paradójicamente, a cenizas. Viví la escasez de agua y de colegios siendo un niño de apenas seis o siete años, estuve en las manifestaciones con mi madre y viví las victorias, si así pueden llamarse, de las luchas por una ciudad con suministros y atenciones básicas. El Día del Agua es una celebración importante y representa mucho más que la llegada del agua a las casas, representa el crecimiento de Móstoles como ciudad y el momento histórico en que la villa comenzó a cobrar relevancia en la región. Entristece (bien lo sabéis quienes habéis vivido aquella época) verla caer en el olvido como si aquello no hubiera sido nada, siendo que lo fue todo. Hoy solo se recuerda en enunciados formales del tipo: «Móstoles celebra el patrón de Madrid, coincidiendo con la festividad del Día del Agua en el municipio». Enunciado inexacto, ya que es la festividad la que se hace coincidir con la celebración del patrón, dicho sea de paso. En todo caso, esos enunciados son el único lugar en el que oiremos o recordaremos el Día del Agua, pues no hay evento ni celebración alguna que conmemore el señalado día. Nada en el día dejará un rastro de esa conmemoración, salvo que recuerdes la trascendencia de aquel momento al abrir un grifo de agua en casa. Solo fue, a fin de cuentas, la llegada del agua a Móstoles.
Las celebraciones de San Isidro, que sí han estado bien presentes, se han llevado a cabo en el Parque de El Soto, lo cual ha resultado una idea extraordinaria, pese a las limitaciones aún existentes de los accesos por carretera, que siguen sin ensancharse ni mejorarse ni regularse desde hace décadas. La jornada comenzó con la carrera Holi, organizada a través de la Concejalía de Juventud, Familia, Igualdad y Cooperación, con motivo del Día Internacional de las familias, quince de mayo, igualmente. Iniciada en la avenida Iker Casillas, discurrió por el parque Finca Liana y tuvo su llegada a meta en el Parque de El Soto. En tanto, Móstoles Desarrollo en colaboración con la Asociación de Empresarios Artesanos del Sector de Pastelería de Madrid (ASEMPAS), reunió en el Museo de la Ciudad a pastelerías destacadas de Móstoles, que presentaron versiones de las tradicionales rosquillas de San Isidro y ofrecieron a los asistentes una degustación gratuita de las mismas, incluyendo las tontas y las listas clásicas. Prosiguiendo las celebraciones, la tarde en el parque de El Soto transcurrió con orquesta, chocolate con churros, castillos hinchables y camas elásticas, gratuitos. Algunas peñas de Móstoles también estuvieron allí amenizando una tarde festiva y entretenida.
Así como otras organizaciones de eventos han hecho las delicias de este escritor y, me atrevo a decir, de gran parte de la población, he de confesar que la importancia de este Día de San Isidro y Día del Agua debía haber impulsado una atención mayor, de modo que se organizaran una suma de actos de mayor empaque, dicho de manera constructiva y sin afear en modo alguno los organizados, que tienen un gran valor. Quizá debían haber estado sonando chotis en la plaza del Pradillo y quizá debían haber estado bailando ciudadanos y profesionales castizos y chulapos, por ejemplo; quizá podían haber existido puestos de flores y de rosquillas; quizá una recreación de la romería con eventos que festejen a su vez el Día del Agua… Un día tan importante como este, Día de San Isidro, patrón de Madrid, y Día del Agua en Móstoles —insisto— requería un «algo más» a mi modo de ver. No obstante, y pese a la ausencia de chotis y chulapos, y la reducción de la atención a las rosquillas a la celebración, eso sí, bien recibida y maravillosa, en el Museo de la Ciudad, los festejos son aplaudidos por un servidor porque se han hecho las cosas bien. Haberse quedado corto el consistorio o haber resultar escaso en la organización no impide valorar y agradecer las celebraciones llevadas a cabo, que han hecho las delicias de muchos ciudadanos, sin duda. Quizá sea necesario considerar limitaciones de presupuesto o la reserva de fuerzas para otras celebraciones prioritarias. Sea como sea, pienso que era posible un Día con más carácter y resonancia. Las tradiciones se pierden por falta de atención, por suavizar progresivamente su importancia con el tiempo y reducirlas a un paso obligado con lo mínimo que se lleva puesto. El carácter de una tradición ha de ser profundo y arraigar en la sociedad. El pueblo es el que se hizo con el chotis y los campesinos yendo de romería a la fuente son los que convirtieron en tradición una costumbre. No dejemos que las tradiciones se conviertan en fechas de paso obligado ni las convirtamos en un mero eco del pasado, por favor. Las tradiciones son esencia y muestran nuestro carácter y nuestra identidad. Agradecemos las celebraciones de este quince de mayo, han sido estupendas. Hagamos algo más el próximo año, imprimamos mayor carácter castizo y traigamos al presente lo que supuso la llegada del agua a Móstoles. Sumemos. Sumemos y crezcamos adecuadamente.
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